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Daniel Gascón

CARTÓN PIEDRA

CARTÓN PIEDRA

 

J.M.G. Le Clézio (Niza, 1940), el último Premio Nobel de Literatura, dice que “viajando se escucha mejor el ruido del mundo”. Ha vivido en Inglaterra, Francia, Méxio, Panamá, Estados Unidos o la Isla Mauricio. Tusquets, que también ha publicado “El pez dorado” (1999), la historia de una joven marroquí secuestrada y vendida, y “La cuarentena” (1998), que transcurre en la isla Mauricio, ha reeditado “Desierto” (2008) y “Onitsha” (2008), dos novelas africanas que habían aparecido en Debate hace años.

“Desierto” recibió el Grand Prix Paul Morand de la Academia Francesa en 1980. Cuenta dos historias de manera alterna: a principios del siglo XX unos tuaregs se enfrentan con resultados desastrosos a los colonizadores franceses en el Sur de Marruecos. Años más tarde, Lalla, que desciende de los tuaregs, crece huérfana en una ciudad del norte de África, descubre el amor y se queda embarazada, emigra a Francia, se convierte en una estrella de la publicidad (aunque nunca se le ocurre aprender a leer), y regresa a su lugar de origen.

La novela tiene un imaginario de postal. Algunas veces, incurre en lo obvio: menciona el viento del desierto decenas de veces, el mar (siempre se dice "la mar") es inmenso; a menudo nos informa de que el sol está alto y nos comunica que el cielo “se torna poco a poco negro de noche”. Otras veces, prolonga una visión mítica y angélica de África. Durante más de diez páginas Le Clézio reproduce una larga oración de un líder a lo largo de la cual “sin siquiera darse cuenta, los músicos se pusieron a tocar”. Incluye una larga lista de nombres de guerreros y profetas. Resulta monótona, aunque dan ganas de saber más sobre Sidi Beljeir, “que extrajo leche de un macho cabrío”. Lalla quiere aprender sobre sus antepasados y tiene dos amigos: uno es Namán, un pescador judío que le cuenta cuentos que revelan una supuesta sabiduría ancestral (aunque en realidad son puro pastiche orientalista y tópicos: “Namán el pescador dice que la mar es como una mujer, pero nunca lo explica”), y otro es el Hartani, un pastor. No habla, porque “no conoce el lenguaje de los hombres”, pero es capaz de hacer muchas cosas: huele más que los demás, ve mejor, tiene un oído más fino, “sus manos no son como las de los demás hombres”.  A su lado, Lalla aprende a desarrollar los sentidos y a apreciar la naturaleza, cuya descripción ocupa buena parte de la novela. En cambio, la vida de Lalla en Marsella y París, desde la dureza de la inmigración a la fama de la publicidad, es más rica en acontecimientos pero está contada con menos detalle.

Aunque “Onitsha” es otra novela fallida, resulta más interesante. Tiene mucho que ver con la vida de Le Clézio, y cuenta la historia de Fintan, un chico de doce años que va con su madre italiana a Onitsha, en Nigeria, para vivir con su padre, un inglés al que no conoce. Fintan –que, como hizo Le Clézio fue a conocer a su padre, escribe en un cuaderno durante el viaje- descubre otra forma de vivir: se quita las botas para caminar como Bony, un chico con el que entabla amistad, y no conecta con su padre, un hombre obsesionado por las antiguas civilizaciones africanas. Le Clézio presenta el mundo de los colonos ingleses –frío, cerrado, hipócrita y racista-, y el de un África natural y misteriosa, inaprensible, que “abrasa como un secreto, como una fiebre”. Fintan y su madre son europeos que desaprueban las repugnantes prácticas coloniales, y no tienen un lugar en ninguno de esos dos mundos. Son extraños, como Sabine Rodes, un inglés africanizado e inquietante que vive con Okawho y Oya, una hermosa africana muda: “Tal vez gracias a Oya Mau” –la madre de Fintan- “aprendió a amar la lluvia”, dice el narrador.

Como “Desierto”, “Onitsha” incluye un relato paralelo -el viaje onírico del padre en busca de la civilización perdida-, y la misma visión del mundo hecha de lirismo, tópicos y trazo grueso que convierte las historias y los personajes de Le Clézio en figuras de cartón piedra. Es sorprendente que Oya y el Hartani, los dos personajes que representan el contacto con la naturaleza y una forma de vida perdida, sean incapaces de hablar. Si Le Clézio hubiera inventado seres humanos en vez de símbolos, las novelas serían mejores y la denuncia del colonialismo y la miseria habría resultado más efectiva.

J.M.G. Le Clézio. Desierto. Traducción de Alberto Conde. Tusquets, Barcelona, 2008. 403 páginas.

J.M.G. Le Clézio. Onitsha. Traducción de Alberto Conde. Tusquets, Barcelona, 2008. 254 páginas.

Esta reseña apareció el 26 de febrero en el suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón.

He tomado la imagen aquí.

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