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Daniel Gascón

PAUL BERMAN

PAUL BERMAN

 

En una entrevista sobre Gaza Paul Berman ataca los asentimientos judíos en territorio palestino y defiende la labor de los grupos en defensa de los derechos humanos. También dice:

“Forma parte de la naturaleza humana creer que un movimiento político como Hamás es débil –o que si es fuerte, su lenguaje más salvaje es mera fanfarronada, y no hay que tomarlo en serio.

En la década de 1930, la gente asumía que, una vez que los nazis hubieran alcanzado una posición de responsabilidad por el bien de Alemania, dejarían de decir cosas alocadas y lo pensarían dos veces antes de poner en acción sus programas. Se suponía que el poder calmaría a los nazis. Pero quizás hay algo en esas ideologías de odio grupal que hace que resulte difícil que se calmen.

De nuevo, creo que hay cierto número de gente que no ve nada especialmente loco u odioso en los argumentos y fines de Hamás. Ven elementos bastante razonables, incluso aunque la forma de expresarlos parezca un poco grosera. No se debería matar a los judíos, eso es algo en lo que está de acuerdo toda la gente razonable; pero (por repetir un argumento muy popular) tampoco los judíos tienen un derecho a defenderse. Los protocolos de los Sabios de Sión no son un documento sofisticado, pero el libro de Walt y Mearsheimer El lobby israelí es (para algunos) un documento sofisticado. Y el documento sofisticado hace que parezca que el otro tiene algo de razón. Al razonar de esta manera, la gente termina concluyendo que las doctrinas de Hamás tienen algo de verdad –algo que cree bastante gente. Pero eligen no decirlo porque no quieren parecer poco sofisticados o groseros.

De todas formas, la historia no carece de genocidios, y tenemos que asumir que mucha gente ha pensado que, por una razón o por otra, el genocidio es una buena idea. La gente que piensa así no sólo son los fanáticos que toman parte en las masacres, sino también un público más amplio que mira desde los lados sin protestar, que a veces incluso aplaude.

Durante el conflicto de Gaza, hubo muchas protestas contra Israel en las que Israel era demonizado rutinariamente como un estado nazi, o en el que se practicaba el apartheid. ¿Por qué tantos activistas, sobre todo de izquierdas, demonizan Israel? ¿Es un signo de antisemitismo?

Como dijo Irving Howe, ‘No hay un corazón tan caliente que no tenga un punto frío para los judíos’. Nos gusta pensar en el odio a los judíos como un sentimiento bajo y vil, que alberga gente desagradable e ignorante, que grita su propio odio. Pero normalmente no es así. El odio por los judíos ha tomado normalmente la forma de un sentimiento elevado, en vez de uno bajo, un sentimiento noble que abraza gente que cree que defiende las visiones más morales más elevadas y admirables.

En la Edad Media, los cristianos sentían que mantenían los principios de la redención universal, y consideraban a los judíos una gente terrible porque rechazaban la palabra de Dios: insistían en ser judíos. Así que los sentimientos religiosos más elevados impulsaban el odio a los judíos.

En el siglo XVIII, los filósofos de la Ilustración se consideraban la forma más elevada del pensamiento, la más verdadera guía para la justicia y felicidad universales. Esos filósofos detestaban el cristianismo porque era una fuente de superstición y opresión. Pero esto les hacía despreciar aún más a los judíos: ya no porque los judíos hubieran rechazado el mensaje del cristianismo, sino porque lo habían engendrado. E insistían en seguir siendo judíos, en lugar de repudiar la religión.

Las guerras de religión causaron todo tipo de daños en Europa. Pero el tratado de Westfalia en 1648 puso fin a las guerras de religión estableciendo un sistema de estados con fronteras reconocidas, cada estado con su propia religión. El nuevo sistema de Westfalia encarnaba otro ideal elevado: la mayor garantía de paz y justicia universales. Pero los judíos estaban esparcidos por Europa, en vez de reunidos en un solo estado. El nuevo sistema de estados debía ser un zapato cómodo, y los judíos eran una piedra. Y siguieron insistiendo en ser judíos, en vez de desaparecer amablemente. Así que se odiaba a los judíos por no encajar en el nuevo sistema de estados.

Hoy hemos llegado a otra idea sobre cómo llegar a una justicia y paz universales, la idea más elevada y avanzada de nuestro tiempo. En lugar de buscar estados bien establecidos con fronteras sólidas que mantengan la paz, al estilo Westfalia, vemos los estados como formas de opresión y guerra. La opinión elevada pide sistemas políticos post-estatales, como la Unión Europea. Desgraciadamente, ahora los judíos poseen un estado. Uno detesta a los judíos en nombre de la opinión elevada, ya no porque carezcan de estado sino porque tienen uno. Parecen muy interesados en mantenerlo. Y de nuevo los judíos parecen afirmar un principio que la gente avanzada solía defender pero que ahora parece anticuado.

A finales del siglo XIX y a principios del XX la gente con ideas avanzadas empezó a ver el odio cristiano a los judíos como un prejuicio retrógrado, y los pensadores avanzados abrazaron la pseudociencia del racismo. Ya no odiaban a los judíos por motivos religiosos, sino raciales. La palabra ‘racismo’ se aplicaba al principio al odio de los judíos. Hoy, en cambio, el racismo parece una forma de prejuicio retrógrado. Y la gente con ideas avanzadas odia a los judíos con motivos antirracistas, y los considera los principales racistas del mundo.  

Y etcétara. La asunción táctia es siempre la misma. O sea: el sistema universal para la felicidad del hombre ya ha llegado (el cristianismo, el anticristianismo de la Ilustración, el sistema de estados de Westfalia, o el sistema postmoderno de las instituciones internacionales, la teoría racial, o la teoría antirracista en cierta interpretación). Y ese sistema universal para la felicidad del hombre ya habría alcanzado la perfección… de no ser por los judíos. Los judíos siempre están en medio. Cuanto más alta es la opinión que uno tiene de sí mismo, más detesta a los judíos.

La izquierda política siempre ha sido ambigua en este asunto. Una oposición al antisemitismo (y a todo tipo de intolerancia) solía ser uno de los pilares de la izquierda moderna. Pero la izquierda siempre ha descansado en más de un pilar, y algunos son algo tambaleantes. Y está el concepto de la izquierda que dice que, por fin, el sistema para la justicia y la paz universales ha sido descubierto, y todos los pensadores avanzados deberían abrazarlos. Por ejemplo, la abolición cosmopolita de los estados. Y van los judíos y se resisten. En pocas palabras, nada lleva más rápido al desdén de los judíos que un sentimiento de nobleza petulante.

Sin duda, el desdén elevado llega en versiones diferentes. En esta respetable versión, el desdén adopta una posición de cara larga porque Israel sea un lugar tan digno de reproches, por ser racista, por perpetuar la religión, por ser un ejemplo del imperialismo europeo. Uno sacude la cabeza con tristeza porque los israelíes sean como son.  

Pero el desdén toma otra forma, también, más cruda, aunque sigue más o menos la primera versión. En esta versión más cruda, no sólo se lamenta que los judíos sean retrógrados. Es peor: los judíos han hecho algo verdaderamente terrible. Al formar su estado y defenderlo, se han opuesto activamente al principio de la justicia y la felicidad universal –el principio que decreta que un pueblo como los judíos no debería tener un estado. De ahí las comparaciones con el apartheid, y, más radicalmente y estos días más típicamente, con los nazis. La comparación con los nazis empezó en los 70 en Europa occidental y en el mundo árabe, y ahora está más o menos dondequiera que mires.

Es una comparación extraordinaria en todo tipo de formas, pero señalaré un solo aspecto. Generalmente, se considera a los nazis como el peor y más malvado movimiento político de la historia, un movimiento político que no sólo cometía crímenes sino que defendía los principios del crimen. Al comparar Israel con los nazis, la gente quiere sugerir que Israel es una de las peores y más malvadas instituciones que pueden existir. Una acusación de dimensiones cósmicas. Y la acusación tiene todo el sentido, si recuerdas la idea venerable que sostiene que los judíos son un obstáculo para que la humanidad alcance un sistema perfecto de justicia y felicidad universales.

Desde el punto de vista de esta idea venerable, los problemas de Israel con sus fronteras y sus vecinos no se parecen a las dificultades que otros estados tienen con sus fronteras y sus vecinos. No tiene sentido hacer comparaciones estadísticas –comparaciones que muestren cuánta gente ha muerto en las guerras de Israel, cuánta gente ha sido desplazada de sus hogares por Israel, comparada con la cantidad de gente muerta o desplazada por otras guerras y estados del mundo. Las estadísticas, si las miraras, reflejarían que Israel es un lugar pequeño, que sus fronteras no son muy grandes, y que sus guerras y desastres no han sido de los mayores que han ocurrido en los últimos sesenta años, ni siquiera en los últimos seis años.

Pero las estadísticas, como digo, son irrelevantes, dada la peculiar luz filosófica que la gente proyecta sobre Israel. La lucha de Israel se enfrenta al principio de justicia y felicidad universal, tal y como la gente lo imagina, al margen de cómo lo haga. Otros países cometen crímenes relativos, que pueden medirse y compararse Al final, es la gran acusación contra los judíos,  en versiones siempre nuevas: los judíos son el enemigo cósmico del bien universal.

 

He tomado la imagen de Tel Aviv aquí.

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