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Daniel Gascón

HÉROES

 

Dos agonías acapararon buena parte de la atención informativa en España la semana pasada. En los dos casos, se trataba de dos personas que habían puesto su vida en peligro por voluntad propia y mero afán exhibicionista. Uno de ellos terminó en tragedia: el alpinista mallorquín Tolo Calafat falleció en el Himalaya. El otro, el torero madrileño José Tomás, se salvó.

Y era imposible no estar al corriente. Los medios nos han obsequiado con todo tipo de informaciones sobre la cogida, el tratamiento, el mito de José Tomas. La prensa seria ha ofrecido titulares detallados: “José Tomás tiene perfecta movilidad y sensibilidad en la pierna corneada. El torero tendrá que esperar a que baje la inflamación de la pelvis para poder andar”. Históricos: “Quince cogidas en la trayectoria de José Tomás, la primera fue en su bautismo en Aguascalientes”. Homenajes a La cucaracha: “José Tomás vuelve a caminar”. Patrióticos: “La evolución de José Tomás sorprende a los médicos mexicanos”. Sobrecogedores: “José Tomás ignora aún que estuvo al borde de la muerte por la cogida”. Tranquilizadores: “José Tomás ya puede sentarse”.

No me interesan los toros, y menos todavía José Tomás: no me gusta su lado místico, y creo que hay algo pornográfico en su gusto por el peligro. No encuentro la belleza del espectáculo, pero no tengo una opinión clara en el debate sobre la prohibición. No me convence el enfoque político y folclórico que se ha dado al asunto en Cataluña, donde hay más afición a los toros que en otros lugares y donde no se han querido prohibir los toros de calle, como mínimo igual de bárbaros que los de plaza. Pero también me parece un disparate que los toros sean un “bien cultural”, o que se den premios de artes a toreros, como se ha hecho este año en Castilla y León con el Viti. (El año pasado Paco Camino y José Tomás devolvieron sus Medallas de Bellas Artes al ministerio de Cultura después de que se le concediera una a Francisco Rivera Ordóñez: es como si un escritor devolviera el Premio Nobel porque no le gusta el siguiente. Yo creo que los toreros no son artistas, y que los dos diestros demostraron un gigantesco desprecio por la distinción: ¿habrían devuelto un premio que de verdad se respeta, como el gordo de lotería, si el ganador del año siguiente les hubiera caído mal?)

Hay algo muy parecido entre las cogidas de los toreros y los regresos de los alpinistas heridos. Se parecen los recibimientos, y el morbo de las cogidas al de las hipotermias, los edemas, los dedos y las partes de la cara congelados. Tiene algo de culto al martirio, pero parece que no se congela la lengua, porque Oiarzabal ha criticado la actuación de una alpinista coreana, responsabilizándola de la muerte de Calafat, y después ha matizado de forma inquietante:

Yo soy una persona que ha tratado muchos años con coreanos, sobre todo con Um Hong-Gil (segundo coreano en lograr los 14 ochomiles) y con Gi, la primera coreana que intentó hacer los catorce y que se mató precisamente en el Annapurna en 1999. Y el problema es que ellos tienen una actitud ante la vida y la muerte totalmente distinta a la nuestra.

Ni los toreros ni los alpinistas son héroes. Están más cerca de los protagonistas del programa Jackass, que asumían retos como comer excrementos o prenderse fuego. Aunque la definición del DRAE es circular, un héroe, creo yo, debe hacer algo por los demás. Un montañero actual no es un investigador, alguien que descubra algo por primera vez y para todo el mundo, ni alguien que defienda principios esenciales como la libertad o la justicia. Escala porque quiere, por su propio placer (a diferencia de los toreros y otros deportistas, que a veces reciben dinero público pero al menos proporcionan placer a los espectadores). Arriesgar la vida no es un valor en sí: casi nadie ha dicho que David Carradine muriera como un héroe. Cuando un fumador entusiasta supera un cáncer de pulmón, el estado no le manda unos cartones de tabaco a su casa para reconocer y sufragar su épico combate con la naturaleza. Lo mínimo sería que se pagara él mismo los cigarrillos. Pero los alpinistas piden que les compremos los cigarrillos entre todos.

El alpinismo está mucho mejor visto que los toros porque no tiene ese evidente elemento de crueldad. Hace unos meses el alpinista jacetano Carlos Pauner declaraba:

[El montañismo] También es un buen modelo para la juventud. Los montañeros son como los últimos héroes de nuestro tiempo. Para alcanzar lo que se proponen invierten un montón de esfuerzo e ilusión. Si estando el montañismo de moda, se logra que los jóvenes pongan ese mismo esfuerzo e interés en todo, pienso que es bueno. Además, en Aragón no es sólo que estemos viviendo un momento dulce, sino que el Gobierno aragonés está haciendo una apuesta muy importante por la montaña, y eso ayuda.

¿En qué puede ser un buen modelo para la juventud? Yo estoy a favor del esfuerzo y la ilusión, pero no creo que sean fines: se pueden hacer con esfuerzo e ilusión cosas muy malas, como robar, estafar o exterminar. Lamento el fallecimiento de Calafat y el dolor de sus familiares y amigos. Pero no creo que unos señores que se juegan la vida alegremente, pierden partes del cuerpo, sufren un tremendo estrés emocional, y reciben subvenciones y financiación por ello sean un buen ejemplo para nadie.

 El alpinismo posee también una aureola épica y mística a mi juicio ideológicamente discutible: en él hay algo inhumano, de buscar a Dios y huir de los hombres; de exclusión, porque la gracia es que uno suba donde otros no han subido; y la montaña es un símbolo querido de todos los pensadores totalitarios. Es un deporte fieramente competitivo que no ofrece ningún espectáculo, y el espíritu solidario y fraternal del que se habla en ocasiones parece un mito: “Con cinco millones de presupuesto, [la alpinista coreana Oh Eun Sun] no ha puesto un puto metro de cuerda” para salvar a Calafat, ha dicho Oiarzabal, que añadió que había ofrecido 6.000 euros a los sherpas de Oh para que ayudaran a  su compañero. Pauner ha sido ha dicho que el sherpa Dawa, que intentó salvar a Calafat, es “un héroe anónimo”, pero la palabra “anónimo” es reveladora (y sólo parcialmente inexacta): desde fuera, me incomoda esa separación entre sherpas y deportistas que parece de otra época.

La buena prensa del alpinismo produce tonterías a escala del Himalaya, como que el gobierno de Aragón decidiera subvencionar a Pauner por subir 14 picos de más de 8.000 metros de alto. La página web del propio Pauner declara: “Aragón, como pais de bellas montañas, merece estar en el Himalayismo de élite, de vanguardia [sic]”, lo que parece indicar que a Pauner y al gobierno aragonés se les dan mejor los saltos lógicos que la escalada. La página dice también:

Este ambicioso proyecto, tiene como objetivo alcanzar las 14 cimas más altas de nuestro planeta: Los conocidos como " 14 ochomiles", únicas montañas que superan esa mítica altura, situadas en las cordilleras del Himalaya y del Karakorum. (…)

Aragón, país de montañas, ha tenido y tiene magníficos alpinistas, con cuyo esfuerzo y dedicación se han conseguido algunas de estas altas cumbres, pero ningún aragonés ha conseguido culminar este proyecto y todavía son muchos los "ochomiles" que están esperando ser escalados por primera vez por un miembro de esta comunidad, entre ellos gran parte de los más famosos y relevantes.[sic]

Si Pauner logra subir esas montañas, ni siquiera sería el primer ser humano, español, europeo, etcétera... que realizara ese logro: sería, simplemente, el primer aragonés. Es decir: el gobierno aragonés subvenciona a un aragonés para que sea el primer aragonés en hacer algo que no tiene ningún interés. Si de verdad se trata de dar publicidad a Aragón, sería mucho mejor que subiera Marcelino Iglesias, que como fue monitor de esquí podría bajar las montañas divinamente. No pienso que los alpinistas quieran enriquecerse a costa de los demás, pero creo que, como todo el mundo, deberían pagarse sus vicios. Por lo que a mí respecta, prefiero seguir los consejos de Georges Brassens, y limitarme a hacer “un poco de alpinismo sobre el monte de Venus”.

He tomado la imagen aquí.

 

5 comentarios

Mariano Ibeas -

Creo que fué el francés Lionel Terray el autor de un libro, "Les Conquérants de l'inutile" publicado
por Gallimard en 1961, el que intenta justificar este despropósito en el que se ha convertido el alpinismo...
Yo no le veo tampoco la gracia... y mucho menos al toreo.

Antonio Ibáñez -

Como siempre, espléndido.
un abrazo

Luisa -

Estoy de acuerdo y el artículo es realmente espléndido, Daniel. Pero, me recorre sin embargo un interrogante que no sé resolver: acerca de la, al parecer inevitable, apelación permanente al "sin sentido"; ¿en qué reside realmente el atractivo del mismo entre los dichos seres humanos? Porque en el cultivo de ese sin sentido y de la desproporción residen muchas de las manipulaciones colectivas (éticas y estéticas) a las que nos sometemos.
Abrazos

d. -

Muchas gracias, Pepe.
Un abrazo.

Pepe Cerdá -

Cojonudísimo.
Muy bien.
Pepe Cerdá