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Daniel Gascón

ORWELL Y KOESTLER EN NAVIDAD

En 1945, Arthur Koestler y su mujer, Mamaine, se instalaron en Bwlch Ocyn, Gales. Michael Scammell cuenta en su biografía Koestler: The Literary and Political Odissey of a Twentieth-Century Skeptic:

“El primer gran acontecimiento social de sus primeros meses fue una visita de George Orwell y su hijo Richard –que todavía era un bebé- en navidad. Koestler y Orwell se habían acercado mucho en los dos últimos años: ofrecían advertencias paralelas sobre la amenaza soviética y tomaban los mismos temas en sus artículos políticos. Orwell había invitado a Koestler a escribir reseñas para Tribune y más tarde le pidió que cogiera su trabajo como crítico en el Manchester Evening News, una oferta que Koestler rechazó. Orwell también le había presentado a David Astor, de The Observer, y finalmente le pasó su mensual ‘Carta de Londres’ para Partisan Review. Los dos hombres eran aliados evidentes. ‘Él era un pesimista y yo también’, dijo Koestler mucho más tarde, ‘así que me parecía estimulante y no deprimente estar con él’. Los dos hombres también arrastraban pesadas cargas de culpa personal y social, sentían un odio visceral hacia toda forma de opresión, y habían vivido epifanías políticas en España. Era natural que notaran que se entendían.

También era un secreto a voces que desde la muerte de su mujer, Eileen, Orwell buscaba un sucesor y una madre para su hijo adoptivo y, puesto que Celia [la hermana gemela de Mamaine] se había separado recientemente de su primer marido, Koestler y Mamaine pensaron que la invitarían en navidad y probarían su habilidad como celestinos (esas ideas románticas de un vínculo familiar apenas tenían en cuenta el célebre carácter obstinado de Orwell o la legendaria quisquillosidad de Koestler). Koestler pudo observar el inflexible carácter de Orwell el día de su llegada. La obra de de teatro de Koestler Twilight Bar había aparecido en agosto, con respuestas menos que entusiastas. Y la reseña de Orwell en el número de diciembre de Tribune había sido la menos entusiasta de todas. ‘El drama no es el terreno de Koestler’, empezaba Orwell, y terminaba: ‘El diálogo es mediocre, la obra demuestra el espacio que existe entre tener una idea y darle una forma dramática’. El día después de leer esa reseña, Koestler acompañó a Mamaine hasta la estación de tren de Llandudno para recoger a Orwell y Richard y llevarlos en coche a Bwlch Ocyn. Koestler se preguntaba por qué Orwell no había mitigado sus ásperos comentarios con alguna frase positiva y esperaba que Orwell dijera algo en el coche, pero Orwell no dijo nada y avanzaron en silencio. Finalmente Koestler dijo: ‘Escribiste una reseña espantosa, ¿no?’. ‘Sí - dijo Orwell- y es una obra espantosa, ¿no?’.

Koestler pensaba que la rigidez de Orwell tenía que ver con su lucha contra la enfermedad. Una severa autodisciplina le hacía ‘implacable consigo mismo’, y la extensión de esa implacabilidad era una especie de cumplido. ‘Cuanto más cerca estaba alguien de él, con más derecho se sentía a tratar a ese amigo como si fuera él mismo’. Era un código áspero pero Koestler podía entenderlo y respetarlo, y en los días siguientes los dos cruzados alcanzaron una cómoda forma de vida. Un día cuando daban un paseo por el exterior, Koestle atisbó otro lado de la implacabilidad de Orwell, una cualidad que quizá explicara la polémica escena de tortura de 1984. Hablaban de Freud, y Orwell dijo: ‘Cuando estoy en la bañera por la mañana, que es el mejor momento del día, pienso en torturas para mis enemigos’. ‘Es gracioso –contestó Koestler-, porque cuando yo estoy en la bañera pienso en torturas para mí’.

La semana fue un éxito. A George le gustaba Celia, y a Celia le gustaba George. Celia y Mamaine bautizaron a Orwell ‘el burro George’ –por Benjamin, de Rebelión en la granja- y quedaron impresionadas por la destreza con que llevaba a Richard sobre su cintura, y por cómo lo bañaba y cambiaba con total confianza. Koestler estaba menos prendado del niño, que lo distraía subiendo encima de él con sus malolientes pañales, y gateando por la casa y poniéndolo todo patas arriba. Le parecía que Orwell era demasiado indulgente con el bebé. Pero una mañana, cuando el niño se despertó mientras el agotado Orwell intentaba dormir (él y el bebé compartían habitación), Koestler pasó una hora entera haciendo muecas entre los barrotes de la cuna de Richard para que Orwell pudiera descansar un poco”.

Orwell y Richard. Celia. Koestler.

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