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Daniel Gascón

MANERAS

Escribe Christopher Hitchens:

“Desde que caí enfermo a mitad de la gira de mi libro este verano, he adorado y he aprovechado de todas las posibilidades de estar al día y mantener tantos compromisos como pueda. Participar en debates y dar conferencias forma parte de mi aliento vital, y respiro hondo cuando y donde sea posible. También disfruto de verdad el tiempo que paso cara a cara con usted, querido lector, independientemente de que lleve la factura de un ejemplar y brillante de mis memorias. Pero aquí está lo que pasó mientras esperaba para firmar ejemplares en un evento en Manhattan hace un par de semanas. Imagine, si quiere, que, cuando estaba sentado a la mesa, se acercó a una mujer de aspecto maternal (un componente clave de mi demografía):

Ella: Lamenté enterarme de que estaba enfermo.

Yo: Gracias.

Ella: Un primo mío tuvo cáncer.

Yo: Oh, lo siento.

Ella: [Mientras la fila de clientes se alarga detrás de ella.] Sí, de hígado.

Yo: Eso nunca es bueno.

Ella: Pero se pasó, después de que los médicos le dijeran que era incurable.

Yo: Bueno, eso es lo que todos queremos oír.

Ella: [Mientras los que están al final de la fila empieza a mostrar signos de impaciencia.] Sí. Pero luego volvió, mucho peor que antes.

Yo: Oh, qué horror.

Ella: Y luego murió. Fue durísimo. Durísimo. Le costó muchísimo tiempo.

Yo: [Empezando a buscar las palabras.]...

Ella: Por supuesto, fue homosexual durante toda su vida…

Yo: [Sin encontrar las palabras, y no queriendo parecer estúpido y repetir ‘por supuesto’.]...

Ella: Y su familia inmediata le abandonó. Murió prácticamente solo.

Yo: Bueno, no sé qué...

Ella: De todos modos, solo quería usted supiera que entiendo exactamente por lo que está pasando.

Este fue un encuentro sorprendentemente agotador, del que podría haber prescindido fácilmente. Hizo que me preguntara si habría espacio para un breve manual de la etiqueta del cáncer. Se aplicaría a las víctimas, así como a los que los compadecen. Después de todo, no he sido muy lacónico con respecto a mi propia enfermedad. Pero tampoco camino luciendo en mi solapa un cartel que diga: PREGÚNTAME SOBRE LA CUARTA FASE DEL CÁNCER DE ESÓFAGO CON METÁSTASIS, Y SOLO SOBRE ESO. La verdad, si no puedes traerme noticias de eso y solo eso, y sobre lo que ocurre cuando los ganglios linfáticos y el pulmón pueden estar involucrados, no estoy tan interesado ni tengo tantos conocimientos. Uno casi desarrolla una especie de elitismo acerca de la singularidad su propio trastorno personal. Por lo tanto, si su historia de primera o de segunda mano trata de algunos órganos, es posible que prefiera considerar la posibilidad contar con moderación, o al menos de forma más selectiva. Esta sugerencia se aplica si la historia es intensamente deprimente y  provoca desánimo –ver más arriba- o si pretende transmitir alegría y optimismo: ‘A mi abuela le diagnosticaron melanoma terminal del punto G y casi la habían dado por perdida.  Pero siguió adelante y tomó enormes dosis de quimioterapia y radiación, al mismo tiempo, y la última postal suya que hemos recibido la muestra en la cima del Everest’. Una vez más, puede que su relato no enganche si no se preocupa por saber cómo de bien o de mal le va (o se siente) a su público.

Se acepta normalmente que la pregunta ‘¿Cómo estás?’ no acarrea un compromiso jurado de dar una respuesta completa o sincera. Así que cuando me lo preguntan estos días, me inclino por decir algo críptico como ‘Un poco pronto para saberlo’. (Si me pregunta el maravilloso personal de mi clínica de oncología, a veces llego tan lejos como para responder: ‘me parece que hoy tengo un cáncer’.) Nadie quiere que le hablen de los incontables horrores menores y humillaciones que se convierten en hechos de la ‘vida’ cuando el cuerpo pasa de ser un amigo a convertirse en un enemigo: el aburrido cambio del estreñimiento crónico a su dramático y repentino opuesto; la igualmente desagradable cruz doble de sentir hambre aguda, mientras temes incluso el olor de los alimentos; la miseria absoluta de la náusea que te retuerce el intestino cuando tienes el estómago completamente vacío; o el descubrimiento patético de que la caída del cabello se extiende a la desaparición de los folículos de la fosas nasales, y por lo tanto al fenómeno irritante e  infantil de la nariz que moquea permanentemente. Lo siento, pero usted ha preguntado… No es divertido apreciar plenamente la verdad de la tesis materialista que postula que no tengo un cuerpo, sino que soy un cuerpo.

Pero en realidad tampoco es posible adoptar una postura de ‘No preguntes, no respondas’. Al igual que su original, esta es una receta de hipocresía y dobles raseros. Obviamente, los amigos y familiares en realidad no tienen la opción de no hacer preguntas amables. Una forma de ponerlos cómodos es ser lo más sincero posible y no adoptar ningún tipo de eufemismo o negación. Así que voy directamente al grano y digo cuáles son las probabilidades. La forma más rápida manera de hacerlo es señalar que lo malo de la Fase Cuatro que no existe una Fase Cinco. Con toda razón, algunas personas me toman en serio. Recientemente he tenido que aceptar que no iba a poder asistir a la boda de mi sobrina, en mi vieja ciudad y universidad de Oxford. Esto me deprimió por más de una razón, y un amigo especialmente cercano preguntó: ‘¿Es que tienes miedo de no volver a ver Inglaterra?’. Da la casualidad de que era exactamente la pregunta adecuada y que había sido, precisamente, lo que me había estado molestando, pero me sorprendió injustificadamente por su contundencia. Yo me encargo de afrontar la cruda realidad, gracias. No lo hagas tú también. Y sin embargo yo había le invitado a que hiciera esa pregunta. Después de contarle a otra persona, con realismo intencionado, que tras algunas exploraciones y tratamientos más, los médicos me podrían decir que a partir de ese momento las cosas serían cuestión de ‘mantenimiento’, de nuevo me quedé sin aire cuando me dijo: ‘Sí, supongo que llega un momento en que tienes que pensar en dejarte ir’. Qué cierto, y qué resumen tan terso de lo que acababa de decir. Pero surgió de nuevo la necesidad razonable de tener una especie de monopolio, o una especie de veto, sobre lo que era decible. Ser víctima del cáncer contiene una tentación permanente de mostrarse egocéntrico e incluso solipsista.

Así que mi manual de protocolo impondría deberes sobre mí, así como sobre aquellos que dicen demasiado, o demasiado poco, en un intento de revestir la inevitable incomodidad en las relaciones diplomáticas entre Villatumor y sus vecinos. Si quieres un ejemplo de cómo no ser un embajador de la primera, te ofrezco el libro y el vídeo de The Last Lecture. Sería de mal gusto decir que el vídeo -una despedida pregrabada por el difunto profesor Randy Pausch- se ha extendido ‘viralmente’ en Internet, pero es lo que ha pasado. Debería llevar una advertencia sanitaria: es tan azucarado que puede necesitar una inyección de insulina para soportarlo. Pausch trabajaba para Disney y eso se nota. Se incluye toda una sección en defensa del tópico, sin omitir: ‘Aparte de eso, señora Lincoln, ¿qué tal fue la obra?’. Las palabras ‘niño’ o ‘infancia’ y ‘sueño’ se emplean como si fuera la primera vez que se usan. (‘Cualquiera que utilice infancia y sueño en la misma frase por lo general me llama la atención’.) Pausch enseñó en Carnegie Mellon, pero la nota que le gusta es Dale Carnegie. (‘Las paredes de ladrillo están ahí por una razón... para darnos la oportunidad de mostrar lo mucho que queremos algo’.) Por supuesto, usted no tiene que leer el libro de Pausch, pero muchos estudiantes y sus colegas tuvieron que asistir a la conferencia, en la que Pausch hizo flexiones, mostró vídeos caseros, robó planos y en general bromeó sin parar. Debería estar tipificado como delito ser insoportable y desprovisto de gracia en circunstancias en las que tu público está casi moralmente obligado a entusiasmarse. Fue, a su manera, una intrusión tan fuerte como la encarnizada y maternal perseguidora con la que he empezado. A medida que las poblaciones de Villatumor y Villabien siguen creciendo e ‘interactuando’, hay una creciente necesidad de reglas básicas que nos impidan hacernos daño unos a otros”.

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