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Daniel Gascón

Entresuelo

APPELFELD

Aharon Appelfeld nació en la región de Bukovina, ahora Ucrania, en 1932. Su madre fue asesinada en el Holocausto y él fue deportado al campo de Transnitria. Escapó y sobrevivió durante años en el bosque, antes de emigrar a Israel y convertirse en uno de los grandes autores en lengua hebrea. Philip Roth ha escrito que es “un escritor desplazado, deportado, desposeído y desarraigado”; su voz “se origina en una conciencia herida, concertada en algún punto con la amnesia y con la memoria, que sitúa el relato a mitad de camino entre la parábola y la historia”. En ‘Historia de una vida’ (Península, 2005) habla de María, una prostituta que lo acogió. Es difícil no recordarla al leer ‘Flores de sombra’ (Galaxia Gutenberg, 2012, traducción de Raquel García Lozano), donde Appelfeld cuenta la historia de Hugo, que cumple once años en el gueto de una ciudad ucraniana durante la II Guerra Mundial. Su madre, farmacéutica, lo deja al cuidado de Mariana, una amiga de la infancia que trabaja en un burdel. Hugo se queda escondido año y medio en la recámara de su habitación, mientras los nazis y los delatores buscan a los judíos. No entiende bien lo que sucede en la casa, que a veces parece un circo y otras se convierte en el escenario de peleas y reprimendas, y que frecuentan los soldados alemanes. Vive en un mundo donde se alternan el miedo y las visitas –en la memoria y en sueños- de sus familiares con la presencia fascinante de Mariana: voluble, cariñosa, alcohólica y desamparada. También vive amenazada: pueden descubrirla los nazis; luego, los rusos buscan a los que colaboraron con los alemanes. ‘Flores de sombra’ es un libro sencillo, terrible y profundo sobre la bondad y la persecución, sobre la necesidad de amar al borde de la injusticia y del abismo. 

Este artículo salió en Artes & Letras de Heraldo de Aragón.

 

GARTON ASH

Timothy Garton Ash recoge en ‘Los hechos son subversivos’ (Tusquets, 2011) artículos publicados a lo largo de una década. Cuenta el derrocamiento de Milosevic y la revolución naranja en Ucrania, compara mayo del 68 con la caída del comunismo, estudia el fundamentalismo religioso y el islam en Europa, habla con los jóvenes iraníes y explica que la corbata puede ser un símbolo de resistencia a la teocracia, entrevista en Birmania a San Suu Kyi, va a ver a George Bush y cubre la política y las elecciones estadounidenses. En sus mejores momentos recoge una tradición británica de empirismo, buenas maneras, ironía y sentido común; se declara “un patriota europeo”, que reconoce los fallos pero defiende las grandes apuestas de la Unión Europea: libertad, paz, imperio de la ley, prosperidad, diversidad y solidaridad. Su búsqueda de la imparcialidad le lleva a errores alguna vez, como en su desafortunada descripción de Ayaan Hirsi Ali como “fundamentalista de la ilustración”, y sus reportajes y sus análisis que mezclan el periodismo y la historia son mejores que sus textos más teóricos, pero realiza una poderosa defensa de la libertad de expresión: “En una sociedad libre, no tenemos la obligación de estar de acuerdo. Solo tenemos que estar de acuerdo en cómo discrepar”. En un brillante capítulo sobre intelectuales, explica el episodio de la lista de Orwell, que ha servido para que se calumniara al autor de ‘1984’. Es un experto en la historia de Europa y en los peligros del totalitarismo, un socialdemócrata que intenta analizar todos los puntos de vista y no tiene miedo de dudar. No todo el tiempo es igual de convincente, pero ‘Los hechos son subversivos’ es un repaso iluminador y entretenido de muchos de los grandes asuntos de la primera década del siglo XXI.

Este artículo apareció en Artes & Letras.

LIBROS

A diferencia de la mayoría de la gente que lo conoció, no recuerdo la primera vez que lo vi. Recuerdo que al principio me parecía un vikingo y lo asociaba a un libro que me gustaba: ‘Los vikingos en América’. El primer libro que me regaló fue ‘Un cuento de Navidad’ de Dickens. Me habló de ‘Dinero’, de Martin Amis. De niño, leí sus reseñas de ‘Cartero’ de Bukowski y de ‘El hombre solo’ de Bernardo Atxaga. Me explicó por qué era tan bueno ‘Catedral’ de Carver. Me recomendó ‘El indio más duro del mundo’ de Sherman Alexie: me dijo que un cuento de amor era tan bueno como los cuentos de amor de William Saroyan, y me dijo que leyera a Saroyan. En un viaje a Madrid hablamos de ‘La mancha humana’ y una noche en Zaragoza de ‘Intimidad’ de Kureishi. Cuando él estaba en Aberdeen y yo en Francia, me escribió un email sobre ‘El matrimonio amateur’ de Anne Tyler. Hablamos de Norman Manea, de Ayaan Hirsi Ali, de Joseph Brodsky, de Guy Delisle, de Lauzier, de Marjane Satrapi, de Milan Kundera, de Mario Vargas Llosa, de Natalia Ginzburg, de Leonardo Sciascia, de George Orwell, de Jean-Luc Godard, de Braulio Foz, de Ismael Grasa, de Eva Puyó, de Rodolfo Notivol, de Baltasar Gracián, de Juan José Sebreli, de Marguerite Duras, de Jorge Semprún, de Aharon Appelfeld, de Arthur Koestler, de Marcelo Birmajer, de José María Bardavío, de Antonio Pérez Lasheras, de Aurora Egido, de Ivan Klíma, de Arcadi Espada, de Claude Lanzmann, de ‘Los libros de los otros’. Fue el primero que me habló de Christopher Hitchens. Cuando iba de viaje me pedía que le trajera revistas y libros. Me regaló una edición americana de ‘Rebelión en la granja’ y una edición inglesa de ‘Los versos satánicos’, y ejemplares dedicados de ‘Felicidad obligatoria’ y ‘Cartas a un joven novelista’. El último libro que me regaló es una edición alemana de Charles Dickens: ‘Tiempos difíciles’.

Este texto ha salido en Artes & Letras de Heraldo de Aragón.

TORTURA

En ‘El monstruo. Memorias de un interrogador’ (Libros del K.O., 2011), Pablo Pardo (Madrid, 1969) reconstruye la historia de Damien Corsetti, un soldado estadounidense que estuvo destinado en Afganistán e Irak. Corsetti se alistó con la esperanza de que el uniforme diera estabilidad a su vida. Pertenecía a una unidad de inteligencia y participó en torturas. A partir del testimonio de Corsetti, Pardo relata la llegada de los presos a las cárceles, los interrogatorios (que incluían el ahogamiento simulado, pero también privaciones, humillaciones y palizas, y alguna vez acabaron en la muerte), el desconocimiento de la cultura local, los eufemismos y un clima de caos, tedio y miedo en el que muchos soldados pasaban gran parte del tiempo colocados. El desorden y la ruptura de la cadena de mando son especialmente claros en Irak: los soldados debían destruir las armas de fabricación rusa del ejército iraquí; después, cuando empezaron a formarse las nuevas fuerzas armadas, les entregaron “los mismos modelos de armas, solo que estos los habían comprado en la antigua Yugoslavia”. Corsetti, que intentó suicidarse, fue juzgado –y declarado no culpable- por un consejo de guerra por cargos relacionados con la tortura, en un proceso en el que tuvo algo de chivo expiatorio. ‘El monstruo’ se basa únicamente en las palabras de Corsetti y da una imagen incompleta. Pero es un relato vibrante de los errores de EEUU escrito por alguien que ama lo mejor de ese país. Y un alegato contra la tortura, fundado en razones prácticas y morales. Me ha recordado unas palabras de Jean Debernard: “La tortura es un arma de doble filo que golpea al torturador antes de alcanzar a su víctima… Cuando empiezas a destruir el respeto del otro es que tu propio respeto, el que te debes a ti mismo, ya estás muerto”.

Este artículo ha salido en Artes & Letras de Heraldo de Aragón.

INVITACIÓN

‘Invitación a la lectura’ era una de las mejores iniciativas de la educación aragonesa en muchos años y su suspensión es lamentable. He conocido el ciclo como alumno y como escritor. La gestión pudo ser mucho mejor, pero era una gran idea, imitada en muchos lugares. Permitía que un estudiante de Cantavieja conociera a una escritora y su obra, o descubriera que un novelista puede estar obsesionado con el Zaragoza. Los alumnos veían que los libros también hablaban del mundo y de gente como ellos, y que los escribían personas reales y próximas. Era una forma de conocer la literatura y una profesión. Además de transmitir conocimientos, animaba a los alumnos a seguir con sus aspiraciones: alentaba a la libertad, al esfuerzo en la búsqueda de los propios sueños, a la creatividad y a la diferencia. Han participado autores aragoneses, españoles y extranjeros. El programa, donde colaboraba CAI, creaba un vínculo entre el público y los creadores. Los escritores cobraban por su trabajo, algo que algunos juzgan excéntrico o inmoral. Las ventas eran importantes para una librería o una pequeña editorial (que a partir de entonces los alumnos y sus padres conocían): eso es apoyar a la pequeña empresa y formar una sociedad más rica. Dependía del talento y la voluntad de los docentes, los autores y los alumnos. Como todo programa educativo, a veces se parecía a recoger nieve con las manos, pero contribuía a lo principal: animar a la lectura. La lectura ayuda a entender las razones de los demás y a pensar libremente, pero no solo eso: aunque sin duda existen otros factores –económicos, demográficos, estructurales- de la crisis, entre los países europeos donde más se lee están Suecia, Holanda y Alemania, mientras que los índices más bajos se registran en España, Grecia y Portugal.

Este artículo sale en Artes & Letras de Heraldo de Aragón.

LOS RUSOS

‘Los poseídos. Aventuras con libros rusos y con las personas que los leen’ (Seix Barral, 2011)  es una mezcla de autobiografía, libro de viajes y ensayo de crítica literaria donde Elif Batuman (Nueva York, 1977) habla de su relación con la literatura rusa. Batuman, de origen turco, quería ser escritora, pero decidió hacer un doctorado de filología, en parte porque no le gustan los talleres de escritura creativa, con su énfasis en la artesanía y su rechazo a la abstracción. Entre sus aventuras se encuentran un congreso en honor de Bábel, un investigación sobre el palacio del hielo de San Petersburgo, unas jornadas en la finca de Tolstói (donde especula con que el autor de ‘Guerra y paz’ fuera asesinado) y una estancia en Uzbekistán que revela la delirante política lingüística soviética. Batuman realiza iluminadoras lecturas de Chéjov, Pushkin y Dostoievski, discute interpretaciones y teorías, cuenta detalles eruditos y establece paralelismos con su experiencia. También traza un divertido retrato del mundo académico y cuenta oblicuamente su vida. Habla desde sus experiencias sentimentales a su familia, pasando por cuestiones económicas (‘Los poseídos’ tiene algo de relato picaresco, con la búsqueda de becas o de temas que pueda vender a las revistas) y dificultades con los idiomas. Mezcla lo elevado y lo bajo, como cuando, en el congreso sobre Tolstói, pierde la maleta, pasa varios días con la misma ropa y los otros participantes creen que es una seguidora fanática del narrador, o cuando descubre que el héroe uzbeko Babur padecía una enfermedad común en los jinetes legendarios: las hemorroides. ‘Los poseídos’ –que ha traducido Marta Rebón, responsable de hermosas versiones de Grossman o Pasternak- es un homenaje a la pasión por la literatura: un amor que nos ayuda a reinventarnos y hace que la vida sea mejor.

Este texto ha aparecido en Artes y Letras de Heraldo de Aragón. En la imagen, Elif Batuman.

MALDICIÓN

Pensar que uno sería mejor en otro lugar es menos grave que pensar que habría sido mejor en un tiempo distinto. Se puede seguir el consejo de Stephen Dedalus: “silencio, exilio y astucia”, aunque, como dicen los franceses, “si tu tía tuviera ruedas, no sería un autobús”. Hace poco, en la presentación de su libro, un autor zaragozano elogió al presentador diciendo que no parecía de Zaragoza. Lo he oído otras veces y siempre me apetece sustituir el atributo por “mujer” o “negro”. Pero quien pronuncia esas frases suele creerse la excepción que confirma la regla, y me pregunto si el autor en cuestión se librará de la maldición de Zaragoza. Quizá los de aquí ya no tenemos remedio. Pero ¿se contagia? ¿Vivir o pasar por la ciudad arruina a un escritor? ¿Habría sido importante Orwell si hubiera entrado en Zaragoza? ¿Empeoró la obra de Hemingway desde que durmió en el Gran Hotel? ¿Sería Clarín Flaubert, de no haberse acercado al Ebro? Handke escribió de Zaragoza y luego defendió a Serbia. Si es así, deberíamos poner una advertencia en la entrada de la ciudad: prohibir los nacimientos y avisar a los editores que traen a sus autores. Pero sabemos que, aunque grandes ciudades han producido grandes escritores, también lo han hecho sitios menos glamourosos: García Márquez es de Aracataca, Musil era de Klagenfurt, Chéjov de Taganrog. En Zaragoza, donde hay editoriales, buenas librerías y cine en versión original, han nacido autores como Arana, Miguel y José Antonio Labordeta, Conget o Martínez de Pisón. Eso no convierte automáticamente a los escritores zaragozanos en buenos escritores: que yo sea bajo no me hace Napoleón. La existencia de los grandes creadores, al igual que la de los idiotas, tiene algo misterioso. La literatura, como la vida, está en todas partes.

Este artículo apareció en Artes & Letras.

CINISMO

Saramago había publicado varios libros en una editorial de Berlusconi. Cuando la editorial no publicó un texto que atacaba al primer ministro italiano, la prensa denunció la censura que sufría el narrador, que no había tenido reparos en cobrar de un tipo al que detestaba. Belén Gopegui ha sacado en Mondadori ‘Acceso no autorizado’, un thriller protagonizado por una vicepresidenta que intenta nacionalizar la banca y evitar que su jefe vire a la derecha, mientras un ministro del interior conspira contra ella. La chapucera intriga parece una versión conspirativa de los últimos meses de Fernández de la Vega en el gobierno, con una prosa tan pesada que mandaría a un colibrí al fondo del Pozo de San Lázaro y unos diálogos en los que hasta los hackers parecen personajes de western crepuscular. Con la actualidad mal digerida en las novelas pasa como con las televisiones: al salir de la tienda, valen la mitad. Gopegui, que defiende la dictadura castrista y dice que en España no tenemos una democracia de verdad, justifica su paso a un gran grupo editorial: “en un mundo capitalista todas las empresas lo son. Precisamente luchamos por ese motivo, para no tener que entregar nuestro esfuerzo a unas lógicas que no compartimos. Wu Ming (…) decía que es mejor estar dentro y contra que fuera, porque no hay fuera, de momento. En todo caso, a veces he contado en mis libros que en las contradicciones hay grados, no son lo mismo veinte contradicciones que cincuenta. No escribiré a favor de Berlusconi, ni asistiré a homenajes o a su entierro, ¿es suficiente? No, lo único suficiente es luchar cada día para que este sistema cambie”. No me gustan sus ideas. Pero casi me conmociona más su cinismo: el de quienes, como decía Groucho Marx, siempre toman bebidas caras, excepto cuando pagan ellos.

Este artículo apareció en Artes & Letras.