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Daniel Gascón

HITCHENS Y LOS JUEGOS

Christopher Hitchens ha escrito:

“Y ahora una revista deportiva: en Angola a principios de enero un grupo de tiradores rocía el autobús que transporta a la selección nacional de fútbol de Togo, matando a tres personas en el proceso, y un grupo terrorista local anuncia que mientras la Copa África se juegue en suelo angoleño se producirán homicidios. Los Estados miembros de la Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC) que tienen la tarea ser de anfitriones de la Copa de Naciones y el Mundial de fútbol en Ciudad del Cabo este verano están sumidos en el desorden y la confusión, como consecuencia de la disputa entre Angola y Congo sobre los aspectos de ‘seguridad’ en este acontecimiento supuestamente prestigioso.

En mi escritorio hay un ensayo del brillante académico sudafricano R.Wñ Johnson, que describe las olas de resentimiento y los trastornos que avanzan por la hermosa Ciudad del Cabo mientras se acerca el inicio de la Copa del Mundo. Los excesos de coste y la corrupción, el cierre de escuelas para dar cabida a un nuevo estadio construido a toda prisa, la animosidad violenta entre taxistas y trabajadores del transporte, los conflictos constantes sobre los apaños de ‘empate’ para las eliminatorias, las acusaciones de soborno de árbitros... Nada está a salvo. (¿Por cierto, no hay algo grandioso y patético al mismo tiempo en las palabras ‘Copa del Mundo’? No se diferencia de la expresión micromegalómana ‘Serie Mundial’, que designa un juego que solo un puñado de países se molesta en jugar.)

Mi periódico de esta mañana tiene la noticia de otro momento desagradable en las relaciones indo-paquistaníes: legisladores paquistaníes han cancelado una visita propuesta de la India, después de que la liga del vecino más grande no pujara por ninguno de los 11 jugadores de cricket paquistaníes que había se habían ofrecido.

Mientras tanto, el agradable, acogedor y ecuánime Canadá, a punto de ser el anfitrión de los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver, es ahora objeto de un torrente de denuncias de las autoridades deportivas británicas y estadounidenses, que dicen a que sus atletas se les niega el pleno acceso a la sede de pistas de esquí y de patinaje. La familiaridad con ellas es importante en la formación y el entrenamiento, pero los canadienses están, evidentemente, decididos a proteger la ventaja del que juega en casa. Según un informe publicado en The New York Times, la pista de esquí alpino de Whistler fue el escenario de una imagen sorprendente, ya que ‘varios aspirantes a la medalla se quedaron mirando desde la valla mientras el equipo canadiense entrenaba. Todo el mundo presionaba para conseguir el descenso’, dijo Max Gartner, director de deportes alpinos de Canadá.’Esa es una ventaja que no se puede regalar ‘. Nah nah nah nah nah, son nuestras montañas y no se puede esquiar en ellas, o no hasta que hayamos sacado ventaja. ‘Somos el único país que ha acogido dos Juegos Olímpicos [1976, en Montreal y Calgary en 1988] y nunca ha ganado una medalla de oro en nuestros juegos’, se quejó Cathy Priestner Allinger, vicepresidenta ejecutiva del Comité Organizador de Vancouver. ‘No es un récord del que estemos orgullosos’. Pero, en cambio, echar a los huéspedes a codazos: de eso sí que se puede estar orgulloso.

No tuve que buscar mucho para encontrar el apunte que yo sabía que iba a hacerse sobre esta conducta maliciosa, mezquina. Un comentario que sonaba herido de Ron Rossi, que es director ejecutivo de algo relacionado con la nieve llamado USA Luge, hablaba con maltrechos tonos de un supuesto ‘pacto entre caballeros’ que se remonta a Lake Placid en 1980, y dijo de la solapada táctica de Canadá: ‘Creo que muestra una falta de deportividad ‘.

Al contrario, señor Rossi, lo que estamos viendo es la esencia misma del deporte. Ya se trate de la exacerbación de las rivalidades nacionales que quieras -como en África este año- o la exposición de los rasgos más deprimentes de la personalidad humana (armas de fuego en los vestuarios, palos de golf empleados en el hogar, los perros mutilados y torturados en las casas de las estrellas para hacerlos pelear, drogas y esteroides en todas partes), solo tienes que mirar el amplio mundo de los deportes para encontrar los ejemplos más variados y evidentes. Como George Orwell escribió en su ensayo de 1945 ‘El espíritu deportivo’, tras otro brote de caos y chovinismo en el campo del fútbol internacional, ‘el deporte es una causa indefectible de mala voluntad’. Seguía:

Siempre me asombro cuando oigo a la gente decir que el deporte crea buena voluntad entre las naciones, y que, si los pueblos del mundo pudieran enfrentarse en el fútbol o el cricket, no sentirían ninguna inclinación a reunirse en el campo de batalla. Incluso aunque uno no conociera por ejemplos concretos (los Juegos Olímpicos de 1936, por ejemplo) que los concursos deportivos internacionales conducen a orgías de odio, podría deducirlo a partir de principios generales.

Un poco fuerte, podría decirse. Pero ¿qué pasa con la guerra fronteriza entre El Salvador y Honduras en 1969, cuando la violencia desatada por un partido de fútbol disputado escaló hasta un bombardeo aéreo? En Jartum, recientemente, un partido de fútbol entre Egipto y Argelia llevó a la violencia generalizada, un brusco intercambio de notas diplomáticas, un discurso sobre el ofendido el honor nacional del presidente Hosni Mubarak, el odio histérico bombeado en los medios de comunicación estatales, y un extenso deterioro de lo que se podría llamar civilidad. ¡Y esto entre dos miembros de la Liga Árabe! Por cierto, la observación se hace cargo de la excusa que a veces se ofrece: que si los países rivales limitaran sus enfrentamientos al ámbito deportivo, la disputa entre ellos se liquidará indirectamente. Antes del partido en Jartum, Egipto y Argelia no tenían ninguna disputa diplomática. Después del juego, gente perfectamente seria decía en El Cairo que la atmósfera se parecía a la que había después de la derrota del país en la guerra de junio de 1967... En el caso de India-Pakistán, la situación es casi la inversa: las relaciones entre los dos países han sido bastante venenosas durante décadas, pero no hay duda de que el desaire del cricket ha convertido casi sin esfuerzo una muy mala situación en otra aún peor.

Sí, sí, conozco Invictus y soy un poco amigo y gran admirador del autor del libro original. Pero fue el uso de rugby y otros cultos deportivos para reforzar y ejemplificar el apartheid lo que había creado el problema en primer lugar. Y ningún observador con los ojos abiertos de la escena sudafricana cree que el momento Invictus fuera más que una breve pausa en la disminución constante de la amistad entre los grupos étnicos del país: un declive que tiene mucho que ver con las rivalidades deportivas e idiotas fidelidades y costumbres de las que dependen esas lealtades. Así que ahí hay algo tan tóxico que está incluso a prueba de Mandela. (Supongo que la gente que voluntariamente se describe como ‘fan’ es consciente de la etimología del término, pero considera que no es ningún insulto.)

No he terminado. Nuestro propio discurso político, ya bastante vaciado, ha sido degradado por la continua importación de metáforas ‘deportivas’: expresiones pobres e insípidas y alegres como ‘fuera de juego’, ‘línea de gol’, y otras tonterías. Esto es ya bastante duro para los ojos y los oídos -y hay algunos dibujantes parecen incapaces de hcer nada sin ello-, pero también aumenta la tendencia deplorable a mirar el sistema de partidos como una cuestión de lealtad de equipo, que es la forma más trivial y paleta que el vínculo puede tomar. Mientras tanto, el chanchullo del patrocinio significa que una sarta de ladrones y mediocres son regularmente comercializados y presentados como ‘modelos de conducta’, y se considera normal que la programación seria sea pospuesta o incluso interrumpida si un juego aburrido entra en (las palabras son como un redoble) la prórroga.

No puedo contar el número de veces que he cogido el periódico en un momento de crisis y encontrado regiones enteras de la primera página dedicadas tanto a los resultados ya conocidos de un juego aburrido, o a la depredación moral o criminal de algún consumidor de esteroides excesivamente bien pagado. Escucha: el periódico tiene una sección separada dedicada a toda la gente que quiere degradar el acto de leer al mirar con entusiasmo los resultados de los eventos deportivos que tuvieron lugar el día anterior. Estos consumidores ávidos también tienen toneladas de canales especializados y publicaciones que están cuidadosamente moldeados a sus necesidades especiales. Todo lo que pido es que se mantengan fuera de los periódicos destinados a personas adultas.

O imagina esto: me siento en un bar o restaurante y de pronto salto, el rostro contraído de placer o pena, gritando y gesticulando y mirando como si luchara contra abejas. Yo esperaría que el maître pronunciara al menos una palabra de sosiego, que mencionase la presencia de otras personas. Pero entonces todo lo que necesito hacer es pronunciar algún conjuro tonto -’Steels’, por ejemplo, o incluso ‘Cubs’- y todo el mundo decide que soy un caso especial que merece que le traten de forma consoladora. O que me otorguen un amplio espacio: ¿alguna vez te has visto envuelto en una pelea por un partido que ni siquiera sabías que se estaba jugando? ¿O has visto los rostros patéticos de unos hombres, e incluso algunas mujeres, tratando de mantener el paso con la manada al profesar una devota lealtad a otra manada que aparece en la pantalla? Si quieres una metáfora deportiva decente que funcione tanto para los aficionados como para los jugadores, intenta escoger una de los escándalos más recientes. El aspecto –y el habla- de todos los implicados apunta a que sufren una conmoción cerebral.

¡Espera! ¿Alguna vez has tenido una discusión sobre la educación superior que no estuviera contaminada con balbuceos sobre el equipo de la universidad y las increíbles instalaciones del campus para el culto de la guerra atlética? ¿Has visto cómo la señal de un mal instituto que se acerca a su momento Columbine es que los atletas dirigen el centro? ¿Te preocupas cuando generales retirados aparecen en la pantalla y hablan neciamente sobre ‘touchdowns’ en Afganistán? Por una especie de ley de Gresham, el énfasis en el deporte tiene un efecto de reducir constantemente el mínimo denominador común, en su propio campo y en todos los que permiten que los infecte.

Aunque yo no creía que la historia perteneciera a la sección de noticias, hoy me he enterado de que no hay nieve suficiente para el festival tan financiado de Vancouver, y traerán algunas cosas blancas desde el norte. Al menos ese puede ser un momento que resulte interesante observar (los haitianos, en particular, seguro que estarán encantados de verlo). Mientras tanto, al igual que millones de otras personas a las que el asunto no les importa, no podré escapar del pulverizador aburrimiento del propio acontecimiento. El calentamiento global nunca pareció una perspectiva más atractiva. Que no nieve, que no nieve, que no nieve.”

 

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