1.
Un libro, una secuencia, un recuerdo: Querido mes de agosto, por Jonás Trueba.
2.
Aloma Rodríguez y Arcadi Espada sobre Scott Fitzgerald.
3.
Los sonetos de Shakespeare sobre la paternidad.
4.
Hijos de novelistas.
5.
Naipaul (a quien le gustó el libro de Fitzgerald) escribe a su padre en 1951. Se puede leer en Cartas entre un padre y un hijo (Debate) y aquí:
Querido papá:
Por favor, olvídate de la otra carta. Tendría que haberme dado cuenta de que había una buena razón para escribir. No deberías haberme enviado esas dos libras. Por favor, no te sientas mal por no enviarme dinero. Verás, la disciplina de no depender de nadie salvo de ti mismo es bastante buena, sobre todo para un hombre como yo. Estoy descubriendo que tengo toda clase de gustos aristocráticos, y como muy bien sabes, sin los medios para mantenerlos. Siempre que voy a una ciudad nueva, voy al mejor hotel, simplemente para sentirme cómodo, sentarme en el salón, leer todos los periódicos que me dejan los empleados, que suelen ser muy atentos, y tomar café. Me gusta la comodidad. Y, mientras que en Trinidad me daba una vergüenza terrible incluso entrar en unas oficinas de la Administración, ahora voy a todas partes, firmemente convencido de que tengo tanto derecho a estar allí como cualquier otra persona. Para eso me ha servido Oxford. Es una universidad cara. La gente espera que actúes con soltura, y te aseguro que lo haces. En realidad, este proceso mío de salir a la luz empezó al subirme a aquel avión. Estaba completamente solo por primera vez en mi vida, y me gustó. Continuó de una forma bastante espectacular al alojarme en ese hotel tan caro de Nueva York, atendido servilmente por mozos y camareros, y me vi repartiendo propinas como si me hubiera criado en medio del lujo, cuando en realidad lo hacía simplemente porque otros iban a correr con los gastos.
Ya te habrás dado cuenta de lo que le pasa a mi máquina de escribir. No tengo suficiente para llevarla a arreglar.
TIENES SUFICIENTE MATERIAL PARA CIEN RELATOS. EMPIEZA A ESCRIBIRLOS, POR LO QUE MÁS QUIERAS. PUEDES ESCRIBIR Y LO SABES. DEJA DE PONER EXCUSAS. EN CUANTO EMPIECES A ESCRIBIR VERÁS QUE LAS IDEAS SE TE AMONTONAN. NO BUSQUES HISTORIAS DRMÁTICAS NI DIVERTIDAS. COMO ALGUIEN DIJO EN UNA OCASIÓN INCLUSO UNA MANO ES DRAMÁTICA. TODO ES DRAMÁTICO. EL MATERIAL SE ENCUENTRA POR TODAS PARTES. BUSCA EN TU VIDA DESDE LA INFANCIA EN ADELANTE. RECUERDA A UN HOMBRE O UN INCIDENTE CONCRETOS QUE SE TE QUEDARAN GRABADOS Y APARECERÁ UN RELATO. OTRO PUNTO. ESCRIBE UN RELATO LO MÁS RÁPIDAMENTE POSIBLE. EN UNO O DOS DÍAS. EMPEZARÁS SIN MUCHA CONVICCIÓN PERO DESPUÉS LE COGERÁS EL TRANQUILLO. DETESTO SERMONEARTE ASÍ, PERO QUIERO SABER QUE ESTÁS ESCRIBIENDO. QUIERO SABER QUE ESTÁS ESCRIBIENDO MUCHO, MUCHO. YA LLEVAS DEMASIADO TIEMPO MANO SOBRE MANO. PONTE ESTA MISMA NOCHE A ESCRIBIR ESE RELATO SOBRE EL TERNERO AHOGADO Y EL EXPERTO SUBMARINISTA. ES UNA HISTORIA EXCELENTE. ADEMÁS, CONOCES A LA CLASE DE PERSONAS SOBRE LAS QUE ESCRIBES. EN ESE RELATO APARECEN EL HOMBRE, SU MUJER Y EL ESPANTOSO TROZO DE PETIT VALLEY. PIÉNSALO. TE DA MIEDO. CUALQUIER HOMBRE PUEDE VIVIR CON UN MIEDO CONSTANTE, UN MIEDO RAYANO EN LA LOCURA. MERODEA JUNTO AL POZO. PIENSA QUE NOS SENTIMOS TERRIBLEMENTE ATRAÍDOS POR LO QUE TEMEMOS. EL MIEDO LLEGA HASTA TAL EXTREMO QUE DECIDE LLENAR EL POZO. PISA UN TABLÓN PODRIDO. SE CAE Y MUERE. AHÍ TIENES DOS HISTORIAS. PIENSA. PIENSA Y ESCRIBE.
Difícilmente podría hablarte yo de escribir. Solo puedo animarte. Escribe de un tirón, sin siquiera corregir el manuscrito. Termina el relato lo más rápidamente posible. Recuerda que si un relato ha de tener unidad, se logra escribiéndolo de un tirón. Y créeme: cuando te acostumbres a escribir de un tirón, descubrirás que tienes cientos de relatos por escribir. Deja a un lado los borradores. Ponte con ellos dos semanas más tarde, y revísalos entonces. Escribe un relato a la semana. Eso sí puedes permitírtelo. Escribe. El estilo, la forma y la personalidad aparecerán gradualmente, por sí solos. Por favor, escribe. Lo fundamental para escribir es escribir.
Perdona por el sermón, pero quiero saber que escribes. Verás: si escribes unos cuarenta relatos, puedes seleccionar unos dieciséis para publicar. Te he prometido que haré cuanto pueda. Con respecto a mí, por favor, sigue teniendo fe en mí, hasta que te aconseje que dejes de hacerlo. No desmayes por un rechazo. Escribir para la radio es distinto. Lo que queda bien en letra impresa puede resultar mal en la radio. A mi relato, que se emitirá en septiembre, le han quitado gran parte de la descripción. Van a emplear el diálogo. No te preocupes.
Y no creas que me considero buen escritor. Conozco mis imitaciones. Eres el mejor escritor de las Antillas, pero a los escritores solo se les puede juzgar por su trabajo.
6.
Saul Bellow escribe a su hijo Gregory (el mensaje está recogido en Cartas, Alfabia):
[Río Piedras] Febrero [¿?], 1961
Querido Greg:
Tu carta me asombró. ¿Qué es toda esta solemnidad sobre hombres honrados, fe y crédito? Pensaba que eras un socialista, partidario de la libertad y la igualdad. Parece que en realidad eres un capitalista, todo por la pasta. ¿O crees que estás salvando a tu madre de mis estafas, o protegiéndola de la bancarrota o la inanición? ¿Qué tonterías son esas? Tienes un padre y una madre. Los dos te quieren. Los intereses de ambos deberían ser cercanos para ti. Ambos.
¿Qué es lo que no es mío por derecho: la pensión alimenticia? ¿Es por derecho de Anita? ¿Y con qué derecho? ¿Por qué le hice daño? Pero yo nunca le he pasado factura por el dolor que me produjo. ¿O es una calle de una sola dirección? Este es un dinero para el que trabajo mucho, porque soy algo descuidado y negligente con lo que gano, e ineficiente. Normalmente (sea lo que sea: ¿qué es normal para mí?) no me importa demasiado. Pero he pasado un momento difícil. ¿No lo sabes? En realidad, me sorprende tanto que no te des cuenta de que lo he pasado mal que tengo la tentación de echarme a reír. ¡Después de todo, la dificultad y el llanto y todo te han incluido! Y es bastante divertido, ¿no te parece?, que ahora estés tan indignado y me mandes mensajes de boy-scout sobre la honorabilidad de un scout. Pero realmente, de socialista a socialista, ¿qué sentido tiene la pensión alimenticia llueva o haga sol? Ella tiene un trabajo y unos ingresos garantizados. Yo no. No está enferma ni en estado de necesidad desesperada, mientras que yo puedo decir sin exagerar que he pasado una temporada espantosa. No creo que pienses que el asunto Sondra-Adam fue divertido. Y con el dolor llegaron los gastos. No puedes imaginar lo mucho que cuesta perder una mujer y un hijo. He agotado mi crédito. Le debo a Viking diez de los grandes, y a mi editor inglés mil ochocientos, y a la madre de Sondra mil, y a [Samuel S.] Goldberg, y los impuestos, etc., etc. ¿No habría sido amable por parte de Anita, que sabía de esos apuros, aflojar un poco y decir: “Mira, sé que es duro. Pero aunque me has hecho daño no soy vengativa. Empieza a pagar cuando puedas”? Eso habría sido algo cercano a la humanidad. Habría jurado que los socialistas eran un poco así. Debí de leer los libros equivocados. Quizá preguntes por qué, con estas opiniones sobre la pensión alimenticia, consentí en pagar. Bueno, lo hice porque el abogado de Anita no me permitía volver del Oeste y residir en Nueva York si no aceptaba los términos. Así que acepté para estar cerca de ti. Y fui bueno con ello durante años y años. Pero ahora estoy en una mala época, así que tú dices: Llévalo a juicio. Y ella dice, apenada: No me lo puedo permitir. No es muy exacto, Greg. No le habría costado nada si tuviera razón. En ese caso yo tendría que pagar las costas procesales. Pero ella y yo tendríamos que presentar declaraciones de nuestra situación financiera ante el tribunal, y quizá se eliminara la pensión alimenticia. Porque mi situación financiera es bastante mala. Mira, parece próspera. Aquí gano seis mil por cuatrimestre, pero pago más de cinco mil a Anita y Sondra, así que podría decirse que he venido aquí para ganar ese dinero. Solo cuesta cinco meses o así. Pero ¿qué hago en junio, Greg?
Si, como dices, te estás haciendo un hombre, quizá pienses en la condición de otro hombre, tu padre. ¿Por qué hace estas cosas? ¿Es un lunático? ¿Qué sentido tienen esos libros que escribe? Obviamente, mi inestable situación financiera tiene que ver con el hecho de que escribo libros. Y quizá intentes pensar sobre esto en otros términos que los del dólar. Lo que corre por mis venas son células sanguíneas, no monedas de diez centavos. Es raro que tenga que convencer a mi hijo de que soy humano. Falible, tonto, humano, no una completa pérdida de tiempo. Me las arreglaré de alguna manera: rascaré, robaré, chillaré. Siempre lo he hecho. Si me hago rico, compraré helados y Cadillacs para todos. Y entonces todo el mundo dirá lo honesto que soy y volverá tu buena opinión de mí, y tu fe en mí. Todo es una tontería.
Tu devoto,
Papá
7.
Martin Amis cuenta en Experiencia (Anagrama):
Mi padre y yo estábamos sentados en la casa de las afueras de Barent, en un esplendor de alta burguesía, tomándonos una copa antes del almuerzo y hablando del primer relato que había publicado: “El rinoceronte sagrado de Uganda” (en 1932, a los diez años). Corría el año 1972, y él acababa de cumplir los cincuenta, ocasión que celebró con el poema “Ode to me” [Oda a mí]: “Cincuenta hoy, ¿eh, muchacho? / Bien, no está nada mal…” Se hallaba entonces en el ápice de su productividad y bonanza económica, y su matrimonio con Jane aún se veía sin nubes –o eso creía yo, al menos–. Comentábamos “El rinoceronte sagrado de Uganda”…
–Era horrible en todos los aspectos. Y lleno de excesos. Cosas como: Raging and cursing in the blazing heat.
–¿Y dónde están esos excesos? Quiero decir que sí, que es un tanto anticuado y…
–No puedes poner tres ing así, seguidos.
–¿No?
–No. Tendría que ser: Raging and cursing in the intolerable heat.
No se podía poner tres ing seguidos. Y a veces ni dos. Y lo mismo sucedía con los ic, ive, ly y tion. Y con todos los prefijos.
Después de comer subí a mi cuarto y dediqué unas horas a la novela que estaba a punto de enviar a una editorial. Más tarde, mientras nos tomábamos una copa antes de la cena, dije:
–He estado revisando la novela. Y ¿sabes qué? Es puro ripio.
–Estoy seguro de que no.
–Lo es. Está lleno de cosas como “the cook took a look at the book”. Es como una poesía de jardín de infancia. Tatachín, tatachún, tatachán, el ratoncito se metió en el champán.
–Estás exagerando.
Fue el único consejo literario que habría de darme en su vida. Y, por supuesto, jamás expresó ningún deseo de que hiciera una carrera literaria, pese a que era absolutamente obvio que yo tenía tal idea en la cabeza. Siempre lo atribuí a simple indolencia por su parte, pero ahora creo que obedecía a un instinto paternal, un instinto acertado.
[…]
No puedo imaginar cómo habría sido mi vida adulta si hubiera sobrevenido entre mi padre y yo una ruptura semejante. Hay oscuridad, hay mala visibilidad en los motivos de la ambición literaria –nostalgie, aislamiento ácido; y ya hay bastante conflicto entre padres e hijos sin necesidad de más enfrentamientos–. Sentí un intenso e instantáneo dolor cuando Kinglsey, que había declarado que le había gustado mi primera novela, dijo luego que “no pudo” con la segunda. Pero así eran las cosas: yo sabía que mi padre era incapaz de subterfugios o eufemismos en cuestiones literarias. Y recuerdo que tenía una expresión contrita, casi implorante en la mirada cuando lo decía… (Tampoco le gustaba Nabokov, ni nadie, salvo Anthony Powell.) Por otra parte, teníamos broncas y peleas y discusiones encendidas, pero jamás nada que no pudiéramos resolver a la mañana siguiente. Sólo una vez, cuando iba a cumplir treinta años, consideré seriamente la froideur con mi padre, que había hablado indelicadamente –aunque movido sólo por el cariño hacia su predecesora– de la mujer de la que acababa de enamorarte.
–¿Qué te ha parecido? –le pregunté por teléfono al día siguiente de presentársela; esperando una parrafada de ceremoniosas alabanzas; un soneto, un cántico…
–No me importa que la traigas a casa –dijo él–. Si eso es lo que quieres saber.
Mis inflamados sentimientos se inflamaron aún más. Durante unos segundos la ruptura se me antojó atractivamente romántica, como un duelo al amanecer. Me recuerdo deleitándome, paladeando de antemano este froideur. Y al poco descartándolo, convulsivamente, como una expectoración. Zas, fuera. Y fuera también el pensamiento: jamás volverí a a considerar la posibilidad de distanciarme de mi padre.
8.
Antón Castro escribe:
Era Gabriel García Márquez quien decía que la vida da vueltas en redondo. Él, el hijo, hace días que piensa lo mismo: cíclicamente todo se repite y se atropellan los hechos del presente y del pasado. Cuando era niño vivía en una aldea casi remota, sin calzadas de asfalto, donde el viento golpeaba y encendía una música obsesiva en el crepúsculo. El bramido del mar iba y venía con una furia de siglos. Su madre tenía una especie de era algo alejada de la casa; si quería huevos o tenía otra urgencia para la cena, un puñado de hortalizas o una lechuga quizá, iba a buscarlos. Y lo dejaba solo en casa. Eran diez o quince minutos escasos, pero el tiempo se le hacía eterno. Tan eterno que hubo un momento en que el niño se dijo a sí mismo, y se lo dijo a su madre, que él jamás volvería a quedarse solo. Más de una vez, bajo la lluvia, se fue con ella, cosido a su falda. Así evitaba un susto de muerte. Sentía la necesidad de verla a cada instante. En aquellos días todo invitaba al miedo y a la fantasía. Cuando oía una tertulia en la cadiera del hogar con llama siempre se contaban relatos de fantasmas, de lobos que devoraban a los caminantes, de labradores que habían desaparecido en tal o cual encrucijada al volver de la feria. Se contaban crímenes horrendos.
Han pasado muchos años. Ahora las cosas suceden exactamente al revés: la que tiene temor al aire y al silencio de la casa, la que necesita verlo a él es ella. Octogenaria y extraviada en la dispersión de la memoria. No querría dejarlo ni a sol ni a sombra, querría saber dónde va: si va a coger unos higos, a tender o recoger la ropa, a dejar la bolsa del pan en la calle. A veces le cambia el nombre: lo llama Manolo, como aquel hermano suyo que se casó con Veva, que tenía una huerta inmensa de ciruelas, pavías y parrales, y que criaba caballos. Ella se sienta a unos metros de él y lee periódicos, sin discernir por completo si son noticias o anuncios, aunque si se encuentra con el rostro de José Bretón murmura: “¡Ese cabrón!”. Ahora, como le sucedía a él de niño, disfruta con una edición de ‘La bella durmiente’ ilustrada por Gusti. Parece estar segura y entenderlo todo.
9.
Richard Dawkins escribe una carta a su hija.
10.
Cumpleaños, por Aloma Rodríguez.
11.
Rescate: una familia de escritores.
[Imagen: Sara, por Aloma Rodríguez.]