DOS LIBROS SOBRE LA GUERRA DEL CONGO
The Economist publica una reseña de dos libros sobre el Congo.
“Nadie duda de la escala de la guerra en el Congo. Diez países africanos enviaron tropas allí en 1988. Dos, Uganda y Ruanda, intentaban derrocar a su marioneta anterior, el presidente Laurent Kabila, los otros aparentemente intentaban apoyarle. Aunque Madeleine Albright, que era en la época la secretaria de estado norteamericana, la llamó ‘la primera guerra mundial de África’, los ejércitos no lucharon mucho. El horrible número de muertos –cinco millones- fue causado, como ocurre con frecuencia en África, porque mucha gente tuvo que huir de sus hogares, y por el hambre y las enfermedades.
¿Y cómo reaccionó el resto del mundo? La guerra de Kosovo, que se produjo a la vez, afectó a 3 millones de personas; murieron 10.000. Los poderes de fuera dieron 471 millones de dólares a las víctimas y enviaron a 30.000 soldados. En Congo la guerra afectó a 86 millones de personas. Las Naciones Unidas pidieron 314 millones de dólares. No se enviaron tropas (aunque ahora la ONU tiene a 18.000 soldados allí). Kosovo está en paz, pero la guerra en el Este del Congo –que empezó en 1993-, todavía no ha terminado.
La mayor parte de África Central fue colonizada por Francia y Bélgica, y René Lemarchand y Gérard Prunier son los dos principales expertos franceses. Han escrito sus últimas obras en inglés, acaso porque, como dice Lemarchand al principio de ‘The Dynamics of Violence in Central Africa’, ‘esta región importa’. Importa porque es el corazón de África, abarca casi la distancia entre Londres y Moscú. Importa porque sus nueve vecinos sufren sus altibajos, y porque partes de él acumulan minerales valisoos. Y afecta porque la guerra que la sacude es brutal, interminable y a menudo ignorada.
Los dos libros están escritos para refutar la hipótesis corriente sobre la guerra y sus causas. Prunier –elaborado, discursivo, y lleno de anécdotas- disfruta en ’Africa’s World War: Congo, the Rwandan Genocide and the Making of a Regional Catastrophe’ demoliendo la idea que postula que la guerra es una conspiración de los países de habla inglesa que busca alejar al Congo de la esfera de influencia francesa. Señala que pese a la intervención de los vecinos del Congo en 1998, ésta nunca fue una guerra mundial. De hecho los ejércitos invasores pronto se pusieron a trabajar y extraer minerales. Ruanda y Uganda se convirtieron de pronto en exportadores de diamantes y oro. Lemarchand, más escueto y académico pero igualmente apasionado, arguye convincentemente que aunque los recursos naturales pueden prolongar las guerras no las comienzan. La causa de la guerra, dice, fue la exclusión social y política. Ninguno de los países beligerantes lo ha remediado; tampoco lo han hecho los donantes extranjeros cuyos millones permiten a los líderes locales mantener el estado de guerra.
A lo largo de la región la base de esta exclusión es la división entre hutus y tutsis. Técnicamente la misma gente –hablan el mismo idioma y pertenecen a la misma cultura-, sus diferencias, físicas y ocupacionales, fueron profundizadas y manipuladas por el colonialismo belga y alemán. Tras la independencia, los gobiernos del Congo, Ruanda y Burundi, apoyadas por Europa y América, reescribieron las historias de esas divisiones, y las usaron cínicamente para conservar el poder.
El corriente regimen pseudo-democrático en Ruanda no representa una ruptura sustancial con el pasado en este aspecto. Con el apoyo del Reino Unido y Estados Unidos, Paul Kagane manipula la división entre hutus y tutsis con más sutileza que sus predecesores, pero con la misma capacidad letal. Ninguno de los autores piensa que las intervenciones de Ruanda en el Este del Congo puedan justificarse para prevenir el genocidio, especialmente porque la guerra ha matado cinco veces el número de gente que fue asesinada en Ruanda en 1994.
Más bien, señala Prunier, el genocidio en Ruanda actuó como una bomba incendiaria, que prendió fuego a disputas que se remontaban a generaciones. Estos dos libros ayudan a desenredar las historias diabólicamente complicadas de las identidades nacionales y tribales, reales e inventadas. Ninguno tiene una respuesta simple o una visión optimista del futuro”.
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