ENEMIGOS DEL PUEBLO
Jonathan Yardley escribe sobre Enemies of the People, de Kati Marton:
“La familia sobre la que escribe Kati Marton es la suya. Periodista de televisión y radio en Nueva York moderadamente conocida y bien conectada, Marton nació en Hungría, y vivió sus primeros ocho años en el país bajo el régimen comunista del dictador Mátyás Rákosi. Nació en 1949; era hija de un prominente periodista húngaro, el corresponsal de Associated Press Endre Marton, y de su esposa Ilona, también periodista. Eran valientes que pagaron por su valor en prisión; sus dos hijas tuvieron que vivir con una familia ‘dispuesta a acogernos a cambio de una cantidad mensual’.
La historia de Marton, por tanto, habla de valentía, sufrimiento, supervivencia y justicia. La cuenta con una prosa directa y lúcida –un logro mayor si consideramos que el inglés no es su lengua materna- y con las emociones bajo control. No es una memoria de ay-qué-pena, de las que tanto abundan estos días, sino un informe bien redactado y casi clínico de cómo es vivir en un estado totalitario y lo que cuesta escapar de él. Es mucho menos una autobiografía de Marton que una biografía conjunta de sus excepcionales padres.
No la podría haber escrito hace un par de décadas, cuando Hungría seguía en la órbita de la Unión Soviética; no fue hasta más tarde que la ley húngara hizo posible para ella leer ‘los archivos de mi familia, que tenía la AVO –la temida policía secreta húngara- en sus archivos de Budapest’. Esos archivos, ‘que leí y traduje del húngaro, fueron mi fuente primaria para conocer los detalles precisos de los veinte años de vigilancia casi total del Estado del Terror sobre mi familia, y el tormento en prisión de mis padres’. Ella tenía sus propios recuerdos, y una memoria publicada por su padre (‘El cielo prohibido’, 1971), y otra inédita de su padre, pero los archivos de AVO fueron la clave para que este libro fuera posible.
Marton hizo su primera visita a los archivos de AVO hace varios años. Allí la recibió Katalin Kutrucz, directora del archivo, que sacó los ‘cientos de páginas de la vida de nuestra familia’ y, ‘leyendo mis pensamientos’, dijo: ‘Todo el mundo en tu círculo, al margen de que tus padres confiaran en ellos o no, informaba sobre ellos. Era así’. Era un estado que institucionalizó la delación como forma de vida:
El principal instrumento de sovietización era AVO, que informaba directamente a los servicios secretos de Stalin –NKVD y KGB. Establecido en septiembre de 1946 (en el mismo elegante palacio renacentista donde leí los archivos de mis padres), tenía 17 divisiones, cada una con una función especial. Todo el mundo sabía que el Ejército Rojo estaba tras el AVO, que era en efecto un Partido Soviético dentro del Partido Comunista Húngaro. Su principal característica, lo aprendí al crecer, era una brutalidad contra la que las acciones ordinarias políticas y diplomáticas eran inútiles. La División Uno tenía que infiltrarse y controlar la vida política húngara, a través de una vasta red de informadores, normalmente reclutados por medio de la intimidación. Típicamente, los objetivos eran sacados de la cama en mitad de la noche, y liberados con la condición de que se convirtieran en informadores. Entre ellos se incluía la mayor parte de mi círculo familiar inmediato.
Los Marton tenía un interés especial para el AVO por la elevada posición de Endre e Ilona en los círculos periodísticos de Budapest y porque tenían relación con mucha gente de la delegación estadounidense. Endre era un ‘corresponsal completamente acreditado, a tiempo completo, de la AP’, mientras que Ilona tenía ‘un puesto similar en la rival Unitd Press’. ‘Mi madre era una observadora aguda y una comentarista ingeniosa’ pero ‘no era escritora’, así que, ‘aunque no lo sabían, mi padre informaba tanto para la AP como para la UP’. Ambos habían ‘sobrevivido a los nazis por los pelos’ en la Segunda Guerra Mundial, pero la experiencia no los había intimidado:
Cuando los comunistas se hicieron con Hungría, mis padres se aliaron abiertamente con el nuevo enemigo: los estadounidenses. ¿Cómo podían correr riesgos así? Habiendo superado a los nazis, ¿tenían una sensación de inmortalidad? ¿O sólo querían volver a disfrutar de la vida? Todavía no tenían cuarenta años, estaban llenos de vitalidad, y repentinamente requeridos por diplomáticos y periodistas británicos y estadounidenses que habían ido a ver la sovietización de esta desdichada esquina del este Europa Central. Tener unos amigos tan ‘poderosos’ pudo dar a mis padres una sensación de inmortalidad. Tras el estigma de ser judíos en una sociedad antisemita, debió ser un bálsamo.
Eran buenos en lo que hacían. ‘Tu madre y tu padre eran indispensables’, le dijo a Marton un periodista estadounidense. ‘Nos daban pistas que no teníamos. Eran un modelo de lo que eran los periodistas en circunstancias difíciles. Eran listos, y tenían encanto e integridad profesional. Teníamos un vínculo íntimo. Nos preocupábamos por ello. Estaban en arenas movedizas. Pero seguían informando’. Las arenas se volvieron más movedizas mientras el gobierno de Rakosi expulsaba gradualmente a todos los periositas occidentales, dejando a los Marton como única fuente fiable del mundo exterior para saber lo que sucedía en Hungría.
No es sorpende que a Rakosi y sus apparatchiks esto no les gustara nada. Se convencieron de que los Marton estaban involucrados en ‘actividades de espionaje de la embajada estadounidense’; el paso siguiente arrestar a Endre a principios de 1955 e interrogarle despiadadamente durante meses. Sin duda, había sido imprudente en algunos de sus tratos con los estadounidenses, pero no había hecho nada para traicionar a Hungría –de hecho era un húngaro apasionadamente patriota- y no era culpable de nada. Sin embargo, finalmente empezó a sentirse culpable de algo: ‘Este es el triunfo definitivo del totalitarismo: la víctima que busca culparse a sí mismo’.
La siguiente en ir a la cárcel fue Ilona. A su debido tiempo, la acusaron de ser ‘asesora permanente’ de los estadounidenses, y afrontó la ‘ridícula’ acusación de ‘hablar del precio de los huevos (y la carne) con los estadounidenses’, lo que constituía una ‘traición en la Hungría de Rakosi’. A Endre lo condenaron a seis años de cárcel; a Ilona a tres. Después, sin advertirle nada, a ella la liberaron y a él lo perdonaron, probablemente a causa de la intensa presión diplomática de Occidente. Se reunieron con sus hijas, reclamaron su viejo apartamento y fueron a trabajar, lo que en noviembre de 1956 significaba cubrir la desgarradoramente fracasada revolución húngara. El trabajo de Endre fue atrevido y brillante, y cuando la familia escapó a Estados Unidos un año después le dieron un ‘Premio George Pork por logros en el periodismo’. Fue el principio de una larga y exitosa carrera estadounidense con la AP: trabajaba fuera de Washington y vivía con su familia en Bethesda; todo este tiempo lo siguieron espiando el AVO y sus agentes.
Es una historia tremenda, y Marton la cuenta muy bien. Admira profundamente a sus padres pero no los idealiza o intenta explicar su gusto por el riesgo. No sabe si a ellos les gustaría el libro –no les gustaba que contaran sus secretos-, pero seguramente el lector sentirá, como yo, que es un poderoso tributo”.
Aquí, la reseña del Alan Furst en el New York Times.
He tomado la imagen aquí. Kati Marton está en el centro, junto a su madre y su hermana.
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