CANCIONES
Estas palabras son una posdata a Hoy Programa, de Radio 3, donde Lara López y Pablo González me han invitado a poner algunas de mis canciones favoritas, entre las cuales había alguna donde aparece Clarence Clemons.
La E Street Band tiene mucho que ver en que yo me hiciera traductor, porque algunas letras de Springsteen son las primeras cosas que traduje. También tiene que ver con me hiciera escritor, o al menos mecanógrafo, porque en el curso de 1994-1995 aprendí a teclear en una máquina de escribir que tenían mis abuelos, con quienes vivía mientras estudiaba mi primer curso de instituto y el resto de mi familia vivía en un pueblo de Teruel. Mi padre me había regalado un aparato de música, con la esperanza de que aprendiera inglés. Después de comer, me iba al cuarto, sacaba el manual de mecanografía y escribía. Mi padre me había dejado cintas y cd. Pero, quizá porque en uno de los libros de mi padre había un perfil de Springsteen, la cinta que más veces escuché mientras aprendía a escribir a máquina era una grabación de The River, y la alegría contagiosa del saxo de Clarence Clemons era un consuelo en esas horas de tedio infinito. Me compré el cd de The River como regalo a mí mismo después de los exámenes del segundo trimestre; más tarde, empecé a traducir algunas de las letras, con resultados bastante catastróficos.
Que te gustara Springsteen en ese momento tenía algo vergonzoso: era música de los padres o de los hermanos mayores (The River salió un año antes de que yo naciera) y era también música del imperio. Además, había sacado dos de sus peores discos últimamente. De hecho, en esa época solo conocí a dos personas de mi edad a quienes les gustara: una era chica y me enamoré de ella inmediatamente, aunque solo conseguí salir con su mejor amiga. El otro se convirtió en mi mejor amigo.
Aunque era una pasión levemente incómoda y me hacía dudar de mi gusto musical en general –en los últimos diez años eso ha cambiado, muchos grupos reivindican su música: desde The Hold Steady a Lady Gaga-, esas canciones me han acompañado en circunstancias bastante variadas. Los discos de Springsteen –Born to Run, Darkness on the Edge of Town, Nebraska o uno menos querido por los fans, Tunnel of Love- me han ayudado cuando intentaba estructurar mis libros de cuentos. He cantado sus canciones con amigos que sabían música y con otros que, como yo, las destrozaban sin misericordia pero con entusiasmo. Las influencias de sus canciones me han hecho admirar a otros cantantes, más antiguos y más nuevos, desde los artistas de la Tamla Motown a The Wave Pictures o Marah. Muchas canciones –no voy a intentar igualar el hermoso texto de Nick Hornby sobre “Thunder Road”, pero, entre otras, podría hablar de “Brilliant Disguise”, sobre las dudas amorosas; de “Mansion on the Hill”, sobre dos hermanos que miran una casa más lujosa que la suya; del protagonista de “Open All Night”, que, como muchos personajes de Springsteen, conduce de noche para ver a su novia; de “My City of Ruins”; el polvo con una prostituta en “Reno”; o de la euforia amorosa de “Better Days” o “Long Time Comin’”- forman parte de la banda sonora de mi vida. Recuerdo a mi amigo Gaspi, en Norwich, tocando “Jersey Girl”, o a mi hermana y a mí en un coche en el área de servicio de una autopista francesa, escuchando “Sheryl Darling” con alienación y desafío adolescente, mientras el resto de la familia comía bajo unos árboles. He sido feliz varias veces en la Romareda, pero pocas veces he estado tan eufórico como en el concierto de junio del 99. Siempre me ha gustado ese tono de fraternidad que había en la banda, una especie de celebración de la amistad que también estaba en canciones como “No Surrender” o “Bobby Jean”. Probablemente todas son racionalizaciones y justificaciones estúpidas, cuando lo que me pasa es que soy uno de esos fans que aman incluso los peores discos, conocen todos los nombres de los integrantes de la banda y varios de sus apodos y los distinguen cuando no están tocando su instrumento principal. En un mal momento, sé que hay algunas canciones que me pueden alegrar el día. Y en muchas de esas canciones estaba el saxo de Clarence Clemons. No sé si ahora esas canciones me producirán también un poco de melancolía, pero estas son unas palabras de agradecimiento para un hombre que me ha producido mucha felicidad.
3 comentarios
d. -
Anónimo -
Mikelcho -