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Daniel Gascón

EL PUEBLO ES EL OPIO DE LOS PUEBLOS

EL PUEBLO ES EL OPIO DE LOS PUEBLOS

1.

Dice Alain Minc:

La idea de un suicidio colectivo me espanta. Los catalanes [independentistas] sueñan. Francia no debilitará a España para ayudar a Cataluña a ser independiente. Si se confirmara lo que creéis [los nacionalistas], vuestro sueño sería vuestra pesadilla.

2.

Y también dice Minc:

Es una visión muy ‘robespierrana’ creer que la democracia se reduce al sufragio universal. En realidad, desde Montesquieu sabemos que el funcionamiento democrático impone a la vez el respeto del sufragio y la aceptación de reglas de derecho.

3.

El chantaje, por Arcadi Espada.

4.

Juan José Sebreli escribe en El asedio a la modernidad:

El culto del pueblo implicaba la rehabilitación de lo irracional, de los instintos inconscientes, de lo telúrico, de la tradición, de los prejuicios ancestrales que, por el mero hecho de estar arraigados, eran inmunes a la crítica de la razón. Por eso los populistas suelen presentar como modelo de Volkgeist a los pueblos primitivos, cerrados en sí mismos, donde la conciencia colectiva parecería más real porque el individuo no habría podido desprenderse de la familia, de la tribu, del clan. Sin embargo, tampcoo es cierto, ya que el jefe de la tribu o el brujo, individuos al fin, pensaban y decidían por todos.

El alma del pueblo supuestamente surgida de abajo se inculcaba, por el contrario, desde arriba.

[…]

El culto totalitario del pueblo lleva inevitablemente a la supresión de la diversidad, la multiplicidad, la heterogeneidad, la variedad. No solo persigue el pluralismo político, la libertad de pensamiento, de prensa, de reunión, de asociación, de investigación; reprime con la misma saña los aspectos más íntimos de la vida cotidiana, los gustos, las costumbres, las modas, las diversiones, la sexualidad, las lecturas, los espectáculos, la circulación por las calles, todas las actividades, cualquiera que sea su índole, despojándolas de la privacidad para integrarlas en el ámbito de lo público.

[…]

El populista desautoriza cualquier crítica a las actitudes o manifestaciones populares y las desautoriza con el argumento de la “falta de sensibilidad popular”. El pueblo es una especie de orden exclusivo depositario de valores inefables, de esencias ocultas que no pueden captarse por el entendimiento, sino por un misterioso instinto. Se impondría, pues, una cualidad del alma que les es otorgada a unos y negada a otros, por una suerte de predestinación orgánica innata y de imposible ascesis, una forma larvada de superioridad racial. El poeta eslavófilo Titchev declaraba en unos versos de 1866 que no se podía comprender al pueblo ruso con la inteligencia, solo era posible creer en él.

5.

Antonio Muñoz Molina escribe en Todo lo que era sólido:

En los últimos treinta y tantos años, al mismo tiempo que se han levantado por todas partes las arquitecturas más inútiles y más caras de Europa, han surgido y se han agigantado también en España figurones de la política que han cultivado con éxito y sin ningún escrúpulo el populismo más barato, a veces paternal y a veces chulesco, o las dos cosas juntas, exhibiendo una zafiedad que se defendía o se disculpaba como llaneza, la cercanía del hombre o la mujer campechanos que no ocultan su origen ni se andan con formalidad ni sutilezas elitistas; el alcalde despechugado que se mezcla con la gente del pueblo que lo sigue eligiendo una y otra vez, el que logra que se construyan urbanizaciones y campos de golf y polideportivos de dimensiones olímpicas, el que por sus cojones trae a las fiestas al artista más famoso y más caro, a quien además podrá ver todo el mundo sin pagar entrada, el que escarnece en público a los vecinos que se quejan del ruido inhumano de los bares o a los ecologistas que protestan contra el martirio de una vaquilla, contra la tala de un bosque para plantar una urbanización.

Una mezcla del viejo caciquismo español y del reverdecido populismo sudamericano coincidió con los flujos de dinero barato que llegaba de Europa para engendrar una multiplicación fantástica de simulacros y festejos, de despliegues barrocos levantados para durar una semana o unos días y celebraciones hipertróficas, algunas rancias y otras recién inventadas, muchas de ellas bárbaras, conservadas no por el apego a la tradición sino por la cruda persistencia del atraso. Es triste que en un país la idea de la fiesta incluya con tanta regularidad la ocupación vandálica de los espacios comunes, el ruido intolerable, las toneladas de basura, el maltrato a los animales, el desprecio agresivo por quienes no participan en el jolgorio: mucho más triste es que la autoridad democrática haya organizado y financiado esa barbarie, la haya vuelto respetable, incluso haya alentado la intolerancia hacia cualquier actitud crítica. Nadie venido de fuera tiene derecho a denostar lo que somos. Cualquier objeción es una injuria contra la comunidad entera. Y quién se atreverá a disentir desde dentro, a actuar como renegado o traidor y aceptar el ostracismo.

[…]

Que la derecha fuera castiza, obsesionada con las tradiciones, servil hacia la religión, era previsible en un país atrasado, en el que un poder político inmovilista y brutal llevaba siglos de alianza con la iglesia católica. Lo extraordinario fue, en esa época de mutaciones, la rapidez con que la izquierda pasó del laicismo y del anticlericalismo a una especie de fervor indiscriminado por todos los rituales heredados de la teatralidad militante de la Contrarreforma, sobrevividos no por el arraigo de la fe o por la cultura popular sino por el atraso económico, la ignorancia y el aislamiento del mundo exterior.

6.

De monja antivacunas conspiranoica a referente de la izquierda.

[Imagen. Sebreli atribuye la frase del título a Adorno.]

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