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Daniel Gascón

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¿DÓNDE ESTÁ HAMZA KASHGARI?

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EL FIN DEL MUNDO, ETC.

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EL DEBATE DE LAS DESCARGAS

La polémica de los derechos de autor en internet parece un asunto extremadamente complejo. Hay grupos de intereses enfrentados, distintos modelos de negocio, cambios tecnológicos, diferentes consideraciones del trabajo creativo y supuestas colisiones de derechos. Todos esos elementos forman parte del debate. Pero todos ellos deberían llegar después de una cuestión moral bastante sencilla. Esa cuestión es el robo.

Para evitar el robo, se necesita una normativa que marque claramente lo que se puede y lo que no se puede hacer, y que establezca los castigos. Es lo que se ha intentado en España -donde la Ley Sinde acaba de entrar en vigor- y en otros países. El objetivo principal es evitar las descargas ilegales y garantizar el respeto a la propiedad intelectual, como piden la legislación española y la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses personales y materiales que le correspondan por razón de las producciones literarias artísticas y científicas de las que sea autor”, dice el artículo 27.2. Pero la normativa debe también limpiar el ambiente. Cuenta Steven Pinker en The Better Angels of Our Nature:

Tres investigadores eligieron un callejón en Groningen donde los holandeses aparcaban sus bicicletas y ataron un folleto de publicidad al manillar de cada una. Los ciclistas debían soltar el folleto antes de poder montar en la bicicleta, pero los investigadores habían retirado todas las papeleras, así que debían llevar el folleto a casa o tirarlo al suelo. Sobre las bicicletas había un signo que prohibía los grafiti y una pared que los investigadores habían llenado de grafiti (la condición experimental) o dejado limpia (la condición de control). Cuando los ciclistas estaban ante el grafiti ilegal, el doble de ellos tiraron el folleto al suelo –exactamente lo que predecía la teoría de las Ventanas Rotas. […] Un ambiente ordenado alimenta un sentido de la responsabilidad, no tanto a través de la disuasión como a través del señalamiento de una norma social: este es el tipo de sitio donde la gente obedece a las reglas.

Cuando alguien admite que las descargas ilegales son un robo, podemos empezar a hablar con él. En caso contrario, las discusiones son una pérdida de tiempo. Leí varias críticas a la legislación SOPA con argumentos que merecía la pena tomar en consideración. No los compartía y la presentación de la polémica como una lucha entre la gran industria del entretenimiento y el hombre de la calle (Google, Facebook) era inverosímil. Pero es todavía más difícil tomarse en serio esos argumentos cuando se emplean para defender a Megaupload. Algunos, en cambio, después de años de explicarnos la maravilla que era el futuro horizontal de las descargas, prefirieron restarle importancia a ese caso: no se referían a eso. A veces, parece algo cínico: “Imagino que es un servicio que estará cometiendo algún tipo de delito, porque si un juez ha decretado el cierre tendrá indicios claros de que el uso que se le da a ese servicio no cumple con la legislación, en ese caso está bien que lo cierren”, dijo uno de los jóvenes que montaron Series Yonkis. Otros, conmovedoramente, se preocupan por los usuarios indefensos. Por ejemplo, un lector preguntaba a Enrique Dans qué pasará con los documentos propios que subía la gente: al parecer, comentaba, incluso tesis doctorales. Espero que recuperen sus archivos, pero, en fin, el 4% del tráfico de internet deben de ser muchas tesis doctorales. Una columnista explicaba que Megaupload se regía por la ley de la oferta y la demanda, el principio del capitalismo, así que no estaba tan mal. Estoy esperando que emplee el mismo argumento para justificar la prostitución infantil. Leí también, por una parte, que lo de Megaupload no tiene nada que ver con el fenómeno de las descargas, y, por otra, que lo de Megaupload demuestra que no es necesaria una nueva ley. (Y se ha escrito que próximamente el portal iba a cambiar la música para siempre, creando un mundo mejor para todos los artistas pero perjudicando a la industria. Sin duda, esa parecía la verdadera vocación de Kim Dotcom, y es una pena que la industria lo haya impedido.)

Otros explican que los derechos de autor son un invento reciente y citan The Statute of Anne británico, que es de 1709 y, por tanto, más antiguo que otros inventos que yo aprecio bastante, como los derechos humanos. Hay quien dice que ya gasta mucho en cultura, por lo que es lógico que algunas cosas no las pague. Lo comenté un par de veces en un bar que hay debajo de casa para que no me cobrasen las copas, pero ahora ya no me dejan entrar.

Al margen de que, probablemente, si ellos tuvieran algún interés en el extranjero, exigirían a España que los defendiera, es curioso ver cómo gente que no para de consumir productos estadounidenses se queja de la influencia de Estados Unidos en nuestro país. El lamentable imperialismo norteamericano consiste básicamente en que no nos dejan ver sus series gratis.

Hemos leído que los creadores se oponen a internet. Quizá. Hay creadores para todo: Franzen dijo hace unas semanas que los libros electrónicos hacen daño a la sociedad. Pero en muchas ocasiones se distorsionan las palabras de los creadores y de los representantes de la industria. Cuando el distribuidor y presidente de la Academia Enrique González Macho declaró en la gala de los Goya que “internet no forma parte de la actividad económica del cine”, simplemente exponía un hecho: no era que estuviera “contra internet”. La mayoría de los creadores trabajan con internet y no se oponen a la red, como no se oponen, en general, a la electricidad. También se dice que la industria debe modernizarse. Es una pena que cuando se aboga por esa modernización necesaria a menudo se ignoren iniciativas existentes, como Spotify y Filmin (donde participa González Macho).

También hemos leído que las leyes nunca serán eficaces. Se adoptan metáforas más o menos poéticas: es tapar un agujero de un colador, es poner puertas al campo. Pero el campo tiene puertas, y hace mucho tiempo que el mar y el aire también tienen leyes.

Lo peor de todo es el comportamiento que muestran algunos defensores de las descargas ilegales en nuestro país. Un grupo ha negado la legitimidad de los representantes políticos elegidos por todos los españoles, y se ha jactado de atemorizar a un gobierno democrático. Un grupo –herido porque según ellos peligraba su libertad de expresión- ha incitado al boicot y la persecución, y ha creado listas negras con los nombres de gente que, precisamente, había ejercido su derecho a la libertad de expresión. A esos comportamientos mafiosos y totalitarios podemos sumar las nauseabundas campañas de Anonymous, una organización que defiende la transparencia tras una máscara, está visiblemente enfadada porque no la invitan a los Goya y practica actos de terrorismo light como publicar información privada de los ministros de cultura o de profesionales del mundo del espectáculo: “Tenemos mucha más información almacenada en lugares seguros. Hemos creído correcto no publicar datos de personas no relacionadas con la ley Sinde / Wert, pero si, en un futuro, dichas personas cambian de posición o hacen algo que creemos merecedor de castigo, toda nuestra ira caerá sobre ellos”, han amenazado.

En el fondo, ninguno de los argumentos a favor de las descargas resiste un análisis. Se les ha hecho demasiado caso. Esas formulaciones oportunistas, destinadas a justificar el robo del trabajo ajeno con la coartada del futuro, retórica mesiánico-tecnológica y eslóganes tribales, son solo formas de embellecer una sola idea: ¿Por qué se la chupan los perros? Porque pueden.