UNA TARDE CON ANTÓN CASTRO
Voy a ver a mi padre en el Centro de Historia. Lo llamo por teléfono. Viene desde Garrapinillos y está nervioso porque a las siete tiene un encuentro con los alumnos de la Universidad Popular, que han leído su último libro, Golpes de mar , y a las ocho debe presentar Por escribir sus nombres , la emocionante y poderosa novela de Víctor Juan , en la Biblioteca de Aragón. Cuando llego al Centro de Historia, Antón Castro ya está en la cafetería. Hablamos un momento y me deja leer el texto de la presentación de Víctor Juan. Alonso Cordel, que debe conducir el acto, llega un poco después.
Mi padre dice que lamenta tener que irse tan pronto. Alonso Cordel afirma que será breve, y empieza un repaso biográfico.
“Vine a Zaragoza por dos cosas”, dice mi padre. “La primera se frustró de inmediato: era un amor o un proyecto de novia que no llegó a nada. Y otra fue la objeción de conciencia. Cuando estudiaba FP Electrónica en la Universidad Laboral de la Coruña hicimos un viaje de estudios en el que vimos la fábrica Clarivox de Zaragoza, me parece que se llamaba así. Y entonces me enteré de que había una comunidad de objetores. En 1978 me hice objetor y vine aquí, me instalé en la calle Casta Álvarez 14-16. Era un colectivo de objetores de conciencia, una falsa comuna de gente que no me conocía pero que me acogieron muy bien. A mí me gusta mucho una frase, no sé si es de Sara Montiel, que dice: ‘Nunca me quito un año, porque ese año podría ser el mejor de vida’. Yo no me arrepiento de nada porque he aprendido con todo”.
“Creo que entonces trabajabas en un bingo”, dice Alonso Cordel.
“Sí, eso llegó un poquito más tarde. Trabajé vendiendo cerámica, en la vendimia, recogiendo melones, y luego estuve varios años de camarero. Me gustaba llevar la bandeja. Tuve un hijo muy joven”, dice Antón Castro. “El día que nació, el cuatro de abril de 1981, expiraba mi contrato y no me lo renovaron. Así que mi hijo no nació con un pan debajo del brazo, sino con el paro”. Mi padre dice que precisamente ese hijo suyo está hoy aquí y que le agradece su presencia. Algunos asistentes me localizan, una señora me mira como si quisiera ver la carta de despido.
“Entonces mi mujer estudiaba y teníamos muy poco dinero. Así que cuando me llamaron para trabajar en el bingo, y me preguntaron si sabía contar billetes, dije que por supuesto que sí. Y cogí unos folios y los corté y empecé a contarlos. Lo que era muy raro es que aunque soy muy malo con las matemáticas, se me daban bien los cálculos mentales, y al cabo de un tiempo me llamaban para que enseñara a los nuevos cajeros”.
“Los cartones del bingo están envueltos en papel de estraza, y allí escribía poesías y cuentos a mano y en gallego. Hace falta valor”, dice Antón Castro. “En realidad, yo quería ser poeta. Hice FP1 y FP2 de electrónica en la Universidad Laboral de la Coruña, pero entre medio había un curso puente de humanidades, leíamos literatura y filosofía e historia y aquello me cambió la vida, me volvió loco... Hasta entonces había sido un buen estudiante en todo lo demás, pero a partir de ese momento mis notas empezaron a bajar, me pasaba el tiempo leyendo. En 1977 hubo una huelga estudiantil y un compañero, que se llamaba Emilio, se subió para colgar una bandera y se electrocutó y se murió. Fue un golpe terrible. Yo no fumaba entonces pero él me acaba de decir: ‘Ve a comprar un paquete de Ducados al bar’. Cuando volví, ya había ocurrido el accidente. Aquello me afectó mucho, me acuerdo de que me encerré en el aula de estudio y escribí un poema que se llamaba ‘Ausencias’, que no era mi primer poema, pero sí uno de los que recuerdo”.
Mi padre habla de algunas de las casas en las que vivimos. Siempre dice las direcciones. También cuenta cómo entró en el mundo del periodismo: “Había publicado alguna reseña, pero un verano Plácido Díez me llamó y me preguntó si me gustaría hacer prácticas en El día. Y estuve tres años encantado en El Día, fui absolutamente feliz, y también he sido feliz en El Periódico de Aragón y en El Heraldo , donde sigo trabajando”.
Miro el reloj: no queda mucho tiempo. Mi padre habla de Golpes de mar. Dice que es su primer libro y el más reciente. En 1987 cuenta que se presentó a un concurso de la Institución Fernando el Católico. El premio se lo llevó “un escritor estupendo, Adolfo Ayuso”, pero sus cuentos, Mitologías, también se editaron. Después apareció una ampliación, Vida e morte das baleas, en gallego, hasta llegar a la versión definitiva, Golpes de mar: “Me ha acompañado a lo largo de estos veinte años. Creo que es un libro que habla de dos de mis obsesiones, el mundo de la mujer y el mundo de los cuentos, el arte de contar. Siempre me ha gustado mucho escuchar cuentos. Soy hijo de emigrante, y pasaba por casa todo tipo de gente. Había una vecina que era meiga y decía que veía el diablo. Y sobre todo había un tío loco, que salía de vez en cuando del psiquiátrico y traía los bolsillos llenos de periódicos. Yo pensaba que era un gran lector y le pregunté para qué eran. Él contestó: ‘Para o dispensar do cú’, para el dispensar del culo. Y este hombre me daba mucho miedo pero también contaba historias de ciudades de Europa en las que nunca había estado, era un fabulador. Lo que más me gusta es contar historias de seres humanos, y la gente a la que se le llena la cabeza de ese tipo de historias, creo que eso es algo que está en todos mis libros”.
Mi padre habla de la elaboración de algunos de sus libros, como Los pasajeros del estío, El testamento de amor de Patricio Julve o Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados. Yo me acuerdo de las tres casas en las que los escribió. En Camarena de la Sierra los pacientes de mi madre le contaban sus vidas después de salir de la consulta; en Cantavieja entrevistaba a los masoveros y les preguntaba por los maquis; me acuerdo de la terraza de Urrea de Gaén donde escribía las semblanzas de aragoneses ilustres. Menciona a algunos de sus autores favoritos, como Miguel Torga, Isak Dinesen o Álvaro Cunqueiro, aunque dice que es un lector versátil, que piensa que “estar en el mundo es estar alerta a lo que hacen tus compañeros”.
El público hace algunas preguntas. Entre las asistentes está la madre de Ernesto Cossío, que saluda de parte de su hijo; mi padre pide un aplauso para ella. Son casi las ocho. Mi padre dice al público que siente tener que irse, se compromete a volver otro día. Yo pensaba que iríamos juntos a la Biblioteca, pero me dice que va a ir en moto con Alonso Cordel. Miro el reloj: son las ocho en punto. Estoy en el Coso cuando veo que Cordel y mi padre me adelantan. Nunca había visto a mi padre en moto. Vuelvo a mirar el reloj, voy a parar un taxi.
Fotografía de José Antonio Melendo .
14 comentarios
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Javier López Clemente -
Salu2 Córneos.
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Genial!!!
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