LA VIDA CONTAMINADA
Durante la Segunda Guerra Mundial, Ivan Klíma (Praga, 1931) estuvo internado en un campo de concentración nazi. En 1968, cuando los rusos invadieron Checoslovaquia, estaba en el extranjero; ya era un escritor y dramaturgo célebre. Volvió a su país y su oposición al régimen comunista le causó muchos problemas: tenía que publicar en imprentas clandestinas y en el extranjero; le impedían realizar los trabajos para los que estaba cualificado y fue mensajero, asistente de tipógrafo o barrendero.
Estas experiencias aparecen en “Amor y basura” (Acantilado, 2007), una novela sobre la mentira y la culpa, la responsabilidad y “la búsqueda de la libertad incluso en el padecimiento”, que Philip Roth definió como “’La insoportable levedad del ser’ vuelta del revés”, y que cuenta la historia de un escritor al que las sospechas de disidencia han convertido en basurero.
Klíma trata con naturalidad una decena de temas: desde la literatura a la ecología, pasando por el adulterio, el amor a los hijos y la religión. Apenas se habla de política, pero todos los personajes sufren las consecuencias del totalitarismo: “Hacía ya diez años que vivía en una especie de extraño exilio, rodeado de prohibiciones, vigilado por agentes a veces visibles, a veces ocultos y otras veces simplemente imaginarios”, cuenta el protagonista, que habla de sus compañeros de trabajo, un grupo de marginados entre los que se encuentran una belleza venida a menos, un joven enfermo y un viejo capitán que bebe demasiado y diseña inventos delirantes. Está acostumbrado al miedo y los secretos, y siente una ternura que no es capaz de expresar: admira a su padre sin saber decírselo, quiere a sus hijos y no consigue decidirse entre su mujer, Lída, una psicoterapeuta dedicada a salvar a los demás a la que no ama con pasión, y su amante, Darja, una escultora histérica y talentosa por la que siente una fijación erótica.
“Amor y basura” muestra una confusión sentimental, pero también una realidad amputada: el protagonista habla del “yerkish”, un lenguaje de 225 palabras para la comunicación entre los seres humanos y los chimpancés; es la lengua del régimen y sus escritores, y cree que no tardará en convertirse en el idioma de la humanidad. Recuerda su infancia en el campo de concentración, en un periodo en el que casi todos sus conocidos fueron “gaseados como insectos o incinerados como basura”. Al limpiar las calles piensa en la represión del régimen, en los exiliados y los excluidos. Intenta distinguir la verdad y los afectos ante un sistema de mentira institucionalizada, y ante sus propias indecisiones: es un chivo expiatorio pero se siente culpable, y prepara un ensayo sobre Kafka, un autor prohibido por el comunismo y “honrado” que “se incriminó a sí mismo con una acusación perfecta”.
“Amor y basura” es un libro irregular, con momentos brillantes y episodios tediosos, con diálogos estupendos y una prosa ortopédica. La relación del protagonista con su padre, sus amadas y sus compañeros de trabajo resulta más interesante que sus banales reflexiones filosóficas, que restan potencia al retrato de un hombre normal angustiado por las persecuciones y la falsificación de la realidad para justificar un crimen. Sus problemas recuerdan a los de los personajes de Kafka, pero también a los de Kundera, Norman Manea o Pedro Juan Gutiérrez, y a la situación de demasiada gente.
Ivan Klíma. Amor y basura. Traducción de Judit Romeu Labayen. Acantilado. 277 páginas.
Este artículo apareció en Artes & Letras el 29 de noviembre. En la imagen, Ivan Klíma.
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d. -
Helena Dominguez -