BENITO RODRÍGUEZ FERRO (1925-2007)
“Hablar de mi padre es lo más difícil para mí. Nunca sé por dónde empezar. Siempre se me vienen a la cabeza imágenes obsesivas y antiguas: avanzamos los dos juntos en una bicicleta hasta la casa donde se había criado, eran tantos hermanos que a los ocho años se fue a servir a A Maceira, llegamos, lo abrazan y me muestra una especie de cobertizo o cuartucho en el que está encerrado un hombre loco al que llaman Ireneo. Al atardecer, vuelve del trabajo con su traje de pana marrón y su ciclomotor con dinamo, y yo lo veo desde el río de lavar o desde la fuente, cuyo fondo está repleto de salamandras. Me echo a correr y le digo: ‘¿Iremos al monte esta tarde?’. Sí vamos, a recoger leña de pino, a deambular por el Campo de A Choca y por los senderos que conducen a las añosas minas de wólfram, a contemplar el bravío mar de Barrañán donde encallaban pequeñas ballenas. Luego, tengo un paréntesis de bruma o de olvido. Quizá si cierro los ojos y me hundo en la nostalgia inmemorial, distingo a mi madre frente al lavadero, al otro lado del fuego y de la bancada con respaldo, leyendo una de sus cartas. Nuestro gato gris, Acuña, había traído una nueva culebra que intentaba huir por el desagüe y mi padre preguntaba con su letra grande y desaliñada: ‘¿Cómo está el rey de la casa?’. El rey de la casa era yo y se me nublaba la vista por las lágrimas. Disimulaba, me hacía el gallito o el fuerte, y decía que se me había metido una mota en los ojos. En invierno, en vísperas de Navidad y en medio de un vendaval asombroso, reaparecía mi padre a la altura de Casa Mareque como un espectro rodeado de ranas con la maleta enorme, una bolsa de caramelos de menta y el traje de pana marrón que tanto me gustaba. Esa noche comíamos naranjas borrachas borrachas, naranjas de sangre, y mi madre no dejaba de llorar. Ni lo acariciaba ni lo abrazaba: se apostaba en un banco de la única habitación de arriba, que era comedor y dormitorio y vestidor, y lo miraba con delicadeza, lo absorbía con los ojos como si fuese una esponja o tierra caliente y rojiza que se embebe de lluvia.”
Antón Castro, El álbum del solitario.
En la fotografía, que hizo Antón Castro, salen Carmen Castro y Benito Rodríguez.
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