ESPÍAS Y PERIODISTAS
Había quedado con mi padre en un restaurante del centro. Llegué un poco antes que él, y dije en la barra que seríamos dos para comer. Todas las mesas estaban ocupadas, así que me senté en una banqueta y pedí una caña. En el trabajo había impreso un artículo sobre Rusia. Se titulaba "¿Quién mató a Anna Politkovskaya?". Lo saqué de la cartera y empecé a leerlo.
Anna Politkovskaya denunció los crímenes del ejército ruso y los rebeldes chechenos, la gestión del Kremlin del secuestro del teatro de Moscú, y el comportamiento antidemocrático de Vladimir Putin, un hombre "que tiene la personalidad falta de atractivo de un teniente coronel que nunca llegó a coronel, los modales de un policía secreto soviético que habitualmente espía a sus compañeros". Escribió: "¿Por qué me disgusta Putin? Me disgusta por una falta de emociones peor que la felonía, por su cinismo, por su su racismo, por sus mentiras, por el gas que utilizó en el Nord-Ost (en el teatro), por la masacre de inocentes que produjo durante su primera legislatura como presidente".
Politkovskaya fue envenenada en septiembre de 2004, durante el secuestro de la escuela de Beslan en Osetia del Norte, cuando viajaba en un avión para pedirle al líder de la resistencia chechena Aslan Maskhadov que convenciera a los secuestradores de que liberasen a los rehenes. Esa vez sobrevivió. La asesinaron a tiros el 7 de octubre de 2006, en el edificio donde vivía. Ha habido un juicio, con tres condenados por complicidad en el crimen. Pero no se ha castigado al hombre que mató a Politkovskaya ni a las personas que ordenaron su asesinato. El artículo hablaba de un documental que cuenta su historia, y también hablaba de otros periodistas perseguidos o silenciados en Rusia y los países vecinos: hace unas semanas, Magomed Yevloyev recibió un disparo en la cabeza después de que lo arrestara la policía en Igushetia; en Dagestán unos pistoleros no identificados asesinaron a un reportero de televisión; otro periodista terminó con el cráneo fracturado después de que asaltaran su casa en Nalchick, también en el Caúcaso.
Sólo había leído el primer párrafo del artículo. Alguien me tocó el brazo. Me giré. Era un hombre alto, con el pelo canoso y los ojos claros.
-Vamos al bar de al lado -dijo. Tenía un acento extranjero que yo identifiqué inmediatamente como ruso.
No dije nada, dudé.
-Estaremos más tranquilos.
El hombre me cogió del brazo. Me puse un poco nervioso.
Pensé que el hombre un espía ruso, y que me iba a contar toda la verdad o eliminarme. Tardé un poco en decodificar la ropa que llevaba. Era el camarero, que me llevaba al otro local que tenía el restaurante. Allí quedaban mesas libres.
-Puedes llevarte la cerveza -me dijo.
Doblé el artículo y me lo metí en el bolsillo. Lo seguí.
Crucé la calle, intentando aparentar normalidad.
En la imagen, Anna Politkovskaya.
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