EL INCOMPRENDIDO JOHN UPDIKE
Christopher Hitchens se despide en Slate de John Updike:
“La mayoría de las celebraciones y elegías del gran John Updike fueron abismalmente sosas, y lo elogiaban como el bardo y cronista del gran medio americano (clase media, mente media, etcétera). Un escritor de obituarios se acercó más, y dijo que Updike parecía a algunos un dechado de las virtudes de la burguesía, mientras que a otros les parecía un preocupante impulsor de la liberación sexual y la subversión de los demás. Depende mucho de cómo llegas a un autor –en mi internado para chicos inglés de los años 60, un ejemplar de la primera novela de la serie de Rabbit (Corre, Conejo) que pasaba por la residencia con la cubierta arrancada, como un texto ilícito, una ’cosa caliente’. Hasta hoy casi no me atrevo a abrirlo y mirar, pero en un momento, ’ella’ parecía actuar como si quisiera ponerse del revés, mientras que él podía sentir algo como una ’zapatilla de terciopelo’. Oh, Jesús, ¿qué era eso? Yo ardía por saberlo, como podría haberlo hecho Alexander Portnoy, y me sorprendió descubrir más tarde que tanto Updike como Philip Roth eran considerados literatura en los Estados Unidos.
Otro obstáculo aparente para una apreciación completa de Updike era su desacomplejados carácter y presencia WASP. Esto nunca se mostró de un modo más incómodo que en su ensayo "On Not Being a Dove," que a primera vista lo convierte en la persona menos de los sesenta que se recuerda, aunque intentara –siempre la peor combinación- con demasiado esfuerzo estar a la moda.
Iba a reuniones y hacía donaciones a la NAACP e incluso le dejé a un hombre negro al que conocíamos poco algo de dinero que nunca me devolvió –yo quería que todo el mundo se tomara un respiro, si el gasto que me suponía no era excesivo.
Ésa no es la forma en que la mayoría de la gente eligió recordar esa década, y Updike había aterrizado, además, como prácticamente el único entre los literatos que había apoyado a la administración Johnson en Vietnam. El ensayo se puede releer ahora porque, aunque no contenga ninguna defensa razonada de la propia guerra, insiste de una manera suave y en última instancia irreductible en que Estados Unidos es superior a sus enemigos, tanto en el extranjero como en el interior, y por tanto puede acertar incluso cuando está equivocado. (Cuando le preguntaron cómo debería tomar partido un escritor en la guerra, Updike quería decir al principio que las opiniones de los escritores no tenían más valor que ninguna otra, pero terminaba diciendo que ’en mi propio caso al menos siento que mi necesidad profesional de libertad de palabra y expresión hace que tenga prejuicios a favor de un gobierno cuya constitución la garantiza’. Así que no intentes reclutar escritores o no te metas con escritores que sepan utilizar un eufemismo con un efecto semejante.)
En la única ocasión en que él y yo nos conocimos de verdad y tuvimos una entrevista y una conversación, yo estaba principalmente interesado en el tema de la raza. Updike acababa de publicar Brasil, su primer paso fuera de las fronteras de Estados Unidos desde El golpe, de 1978. Ambas novelas trataban del exotismo y la mezcla de razas, y cuando leí la anterior por primera vez me pareció que contenía la pista de una presciencia del creciente odio islamista hacia América. (Lee, si quieres, las ventosas y aterradoras diatribas del Hakim Ellellou de Updike, el dictador teócrata y militar de la tierra de Kush. Parecen alzar el telón de futuros pedregales.)
Bueno, dijo Updike, con su habitual y hasta donde pude conocerlo completamente indesmayable buen carácter. Sus opiniones sobre esos asuntos se habían actualizado desde 1978, y en realidad desde 1968. Por supuesto para empezar él no era un WASP –no puede haber un nombre más esencialmente holandés que Updike-, pero añadió con típica inseguridad que dos de sus hijos se habían casado con africanos y que ahora tenía algunos nietos genuinamente ‘afroamericanos’. Parecía muy divertido y satisfecho con esta idea, y la primera edición de su libro de memorias A conciencia, que contienen ese ensayo contra los años sesenta, está dedicada ‘A mis nietos John Abloff Cobblah y Michael Kwame Ntiri Cobblah’. Estos nombres, que suenan a los ashanti de Ghana, hacen que uno se pregunte si el presidente Barack Obama perdió una oportunidad, y todos nos perdimos una experiencia, al no invitar al clan Updike a estar presentes cuando uno de los mejores escritores del país podía ofrecernos todavía una ‘invocación’.
Puede que Updike estuviera demasiado enfermo para entonces. Y parece que algo andaba mal en su confianza hacia el final. Su última novela, Terrorista, era un fracaso de nervio y también un fracaso de estilo, y hacía un absoluto desastre de un supuesto asesino suicida ‘criado en casa’ en Nueva Jersey. Y su importante pieza en “Talk of the Town” para The New Yorker sobre el 11 de septiembre de 2001 (que la revista no ha impreso en la ensalada memorial de sus mejores colaboraciones esta semana), se acercó mucho a decir que ese asalto a nuestra sociedad civil no era un acontecimiento por el que mereciera la pena luchar. Qué incongruente por su parte, después de mantener durante tiempo que Vietnam era una guerra justa, ser tan titubeante y neutral cuando llegó una verdadera crisis. Y sin embargo, quizás no tan incongruente para un hombre de una delicadeza y elegancia irónicas y reservadas que prefería estar equivocado a causa de las reservas correctas que acertar por las razones equivocadas”.
He tomado la imagen aquí.
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