FÚTBOL, EDITORES Y LATIGAZOS
1.
George Packer escribe:
“En 2005, mi esposa, Laura Secor, publicó una pieza en The New Yorker sobre los jóvenes activistas demócratas iraníes. Contó la historia de un periodista y bloguero llamado Roozbeh Mirebrahimi, que en 2004 había sido encarcelado, torturado y forzado a firmar una confesión falsa. Mirebrahimi, cuyo caso continuó abierto después de su liberación, tuvo que huir de Irán y ahora vive en Nueva York. Hoy, él y otros tres periodistas han sido sentenciados –todos salvo uno en ausencia- a un total de ocho años y medio en prisión y ochenta y cuatro latigazos. Mirebrahimi recibió dos años y dos días en la cárcel, así como veinticuatro latigazos, por ‘pertenencia a grupos ilegales’, ‘propaganda contra el sistema’, ‘difamación del Líder Supremo’, ‘publicar mentiras’ y ‘perturbar el orden público’: en otras palabras, por ser periodista. Javad Qolam Tamimi, que sigue en Teherán, fue condenado a tres años y tres meses, y a diez latigazos por ‘delitos’ similares.
2.
Dennis Drabelle escribe:
“Últimamente en Book World hemos pensado mucho en lo que hacemos: es decir, en editar. Nuestros críticos se quejan de que demasiados errores elementales –tópicos, gramática defectuosa, incluso errores factuales- que se abren paso en libros terminados. Esto significa, por supuesto, que los libros no se editan y corrigen tan meticulosamente como antes. La queja se ha vuelto tan común que hace poco le pedimos a un crítico que lo dejara (tenía otras cosas de las que hablar) por miedo a que los ojos de nuestros lectores empezaran a dar vueltas.
Algunos lectores –y probablemente muchos más autores- podrían encogerse de hombros y decir: ¿Y qué? ¿No es la correción un extra, y por cierto bastante artifical: estándares impuestos en manuscritos por ratones de biblioteca remilgados, a los que les encanta justificar su existencia atrapando errores? Pero editar, creo, es algo que todos hacemos, una tendencia humana fundamental. Nos corregimos a nosotros mismos todo el tiempo cuando hablamos, sustituimos la palabra equivocada con una mejor, arreglamos una expresión torpe, etcétera. También lo hacemos colectivamente, a menudo sin darnos cuenta. Los mejores ejemplos que conozco son de las películas. Mae West nunca dijo así su frase famosa, ‘Why dontcha come up and see me sometime’ (al menos no hasta que la frase se hizo famosa por sí misma). Lo que sí dijo en She Done Him Wrong fue: "Why don’t you come up sometime ’n’ see me?". Pero alguien lo parafraseó en la forma que pronto se haría clásica: el público empezó a repetirla y recordarla así, y esa fue la versión que prevaleció.
Lo mismo ocurre en Casablanca, donde Bogie nunca dice: “Play it again, Sam". No hay duda, para mi oído al menos, de que las versiones populares son mejoras del original. Eso es lo que hace una buena corrección. Su objetivo no es sólo añadir limpieza gramatical y comprobar los datos; también es ayudar a los escritores a sacar lo mejor de sí mismos: con concisión, fuerza, arte y un fraseo memorable. Ésa es una de las razones por las que incluso los mejores escritores agradecen a menudo la ayuda de sus editores en sus libros. No se trata de echar broncas sino de traer lo que Mathew Arnold llamaba ‘lo mejor de uno mismo’.
3.
“En un día típico, la prensa deportiva británica dedica páginas a rumores sin fundamento, escándalos fabricados, y fotos en bikini de las novias de los jugadores (que parecen recorrer la tierra juntas en yate conyugal gigante, como los Beatles en Yellow Submarine). Esta semana, sin embargo, gracias a una ingeniosa estafa que engañó a The Times, la prensa deportiva ha incluido a Moldavia. Específicamente, un adolescente moldavo, que, por cierto, no es una persona real.
A principios de mes, The Times publicó un artículo llamado "Football’s Top 50 Rising Stars" [Las cincuenta promesas del fútbol]. En el número 30 aparecía un atacante llamado Masal Bugduv, al que el periódico, que no teme la ironía, describió ‘el mejor de Moldova’. Un futuro brillante parecía iluminar el parabrisas de Bugduv. El joven jugador había sido vinculado, decía el periódico, con un transfer al Arsenal, había ganado una mención en la página web Goal.com, había provocado excitación en los foros de Internet, y había sido retratado como un salvador en la revista When Saturday Comes, que lo presentaba como ‘un elemento brillante’ para la lucha nacionalista moldava.
Pero, como dice el adagio, incluso el delantero más talentoso tendrá problemas si carece de presencea corpórea. El bloguero Neil McDonnell, que escribe sobre deportes con el nombre de Fredorrarci, sospechó que algún detalle podia faltar después de ver que un blog ruso hablaba de un “error gracioso” (con un fallo ortográfico: "fanny misteak"). Después de mirar un poco en Wikipedia e intercambiar emails con el editor de la revista
Soviet Sport, McDonnell descubrió que no solo no había un jugador llamado Masal Bugduv, sino que Masal Bugduv ni siquiera era un nombre moldavo.
McDonnell siguió investigando. Descubrió que el jugador había sido originado en una serie de reportajes falsos enviados a foros y secciones de comentarios de blogs, como si hubieran sido copiados y pegados allí. Juntos, formaban la curiosa crónica de un joven talentoso y temperamental, seleccionado regularmente en el equipo nacional moldavo desde su adolescencia, convencido de su grandeza –‘Destruiré al Luxemburgo y me iré al Arsenal’, decía un titular-, y frustrado por los infinitos retrasos, atribuidos a ‘asuntos diplomáticos’ sin especificar que le impedía trasladarse a su club favorito. La historia era justo lo bastante excesiva como para llevar un aroma a lo Woodehouse si se leía seguida, pero no lo bastante como para levantar sospechas en un periodista obligado a escribir con las prisas de los tiempos de Google.
El timador, parecía, había explotado la estructura del flujo de la información online. Los comentarios en los blogs engañaron a los blogs, los blogs engañaron a las agencias, y las agencias engañaron a las revistas. Cuando The Times llegó a Bugduv, su historia se apoyaba en un pedestal de aceptación muy extendido”.
Aquí, el artículo de McDonell.
En la imagen, Mae West. La he tomado aquí.
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Jcuartero -