LA VISITA
La semana pasada vino a España el secretario de Estado del Vaticano. Habló con el presidente del Gobierno, con la vicepresidenta, con el ministro de Exteriores, con el rey y con el líder de la oposición. En su entrevista con Bertone, María Teresa Fernández de la Vega defendió la reforma de la ley del aborto y de la ley de libertad religiosa, pero garantizó que no se van a cambiar los acuerdos con la Santa Sede.
Como suele ocurrir, Bertone esperó unos minutos y luego criticó todas las reformas que quiere hacer el Gobierno. Creo que en esta ocasión Zapatero y los suyos podían imaginarse lo que iba a pasar. Probablemente, incluso les venía bien: ellos demuestran su respeto, la Iglesia se reafirma obstinadamente en sus posiciones; además, lo hace de una manera mucho más civilizada que los obispos españoles. Y, durante un rato, no se habla de la sensación de ineficiencia que da el Gobierno ante la crisis.
No sé si es cinismo o ingenuidad: a lo mejor el Gobierno esperaba realmente que Bertone se mostrara partidario del derecho a decidir de las mujeres, de la libertad sexual, de la separación Iglesia-Estado o que renunciara a los privilegios que la Iglesia católica conserva anacrónicamente en nuestro país. Es posible, pero los antecedentes no apuntaban a eso. Por ejemplo, Bertone fue uno de los primeros en condenar El código Da Vinci, un libro que consideraba “lleno de mentiras”. Yo creo que es un problema común en muchas novelas, aunque Dan Brown revistiera la suya de teorías conspiratorias y supercherías pseudohistóricas. Bertone alertaba de esta gran amenaza al mundo: "El libro está por todas partes. Hay un riesgo real de que mucha de la gente que lo lee crea que las fábulas que contiene son verdaderas”. Aunque no soy partidario de condenar libros, si siguiéramos el razonamiento de Bertone, no sólo habría que tener cuidado con El código Da Vinci: su descripción de los peligros que crea la novela se ajusta perfectamente a la Biblia.
Zapatero ha hecho muchas concesiones a la Iglesia Católica, aunque a la jerarquía le hayan molestado algunas de las reformas sociales que han sido, sin duda, lo mejor de su periodo en el Gobierno, y tiene una actitud muy ambigua con la institución. En una ocasión dijo que no podía contestar si creía o no en Dios, con lo mucho que ha presumido de ser del Barça. En esa actitud hay algo de miedo y de reverencia. Y al mismo tiempo, de vez en cuando juega electoralmente con asuntos de la relación Iglesia-Estado que debería haber solucionado: los privilegios injustos de la Iglesia católica o la invasión de la religión en los espacios institucionales y la escuela pública de un estado aconfesional.
En España hay muchos católicos y las leyes de la democracia garantizan que pueden vivir su religión con total libertad, como los que profesan otras religiones o los que no tenemos ninguna. Por raro que parezca, nadie va a obligar a un católico a contraer un matrimonio homosexual. Lo que no tiene sentido y resulta profundamente totalitario es que algunos católicos pretendan imponer a los demás una moral que sólo les afecta a ellos, y que eso se tolere. El Gobierno de España no tiene que darle ninguna explicación ni pedir ninguna bendición al Vaticano. Es una concesión que no le haría a ningún otro país del mundo –en este caso, además, es un régimen teocrático, que practica una brutal discriminación sexual y anda muy por detrás de España en todos los parámetros de la democracia-, y supone reconocerle una autoridad moral que no le corresponde ni en la teoría ni en la práctica.
He tomado la imagen de El País. En ella aparecen Bertone, Zapatero, el rey, el príncipe y Moratinos.
2 comentarios
Hans -
Si hay algo que es claro es que un gobierno progresista, disponiendo de la autoridad política -y por ello jurídica- que le dan sus votos, introduzca las modificación en Derecho que entienda razonables: así, el matrimonio homosexual, una regulación determinada de divorcio, etc., todas ellas cuestionables ÉTICAMENTE desde le dogma católico.
Pero ojo: nadie puede cuestionar el derecho de la Jerarquía a poner en cuestión tales decisiones políticas. Siempre me pasma que la gente de izquierda se ofenda porque cualquier purpurado profiera insensateces: ¿qué más da? Todos los Mulahs del norte de África se pegan el día ofendiendo la esencia del estado occidental moderno (es decir, los Derechos Humanos) y nos afecta CERO.
¿Por qué va a importar que la Curia pretenda difundir sus ideas? Al fin y al cabo, sólo los fieles -y sólo algunos ;-D- les escuchan...
Raúl Gay -