PRISIONEROS
En Hoja de ruta de Jean Debernard, el protagonista, Mathieu Cayrol, le decía a su antiguo amigo, un siniestro oficial de inteligencia en Argel:
De vez en cuando la filosofía se apunta al juego y sale a la calle. La tortura es un arma de doble filo que golpea al torturador antes de alcanzar a su víctima. Acuérdate. El desprecio a uno solo es la herida de todos. Cuando empiezas a destruir el respeto del otro es que tu propio respeto, el que te debes a ti mismo, ya está muerto.
Escribe Christopher Hitchens:
“No obtuvo la atención que merecía por ello, pero el presidente Obama mezcló hábilmente los principios liberales con una apelación a los valores conservadores básicos de la ‘Vieja Europa’ cuando, en su comparecencia ante la prensa por sus primeros 100 días, utilizó a Winston Churchill para justificar su oposición al ahogamiento simulado y los ‘métodos aumentados’. Le dijo a su público que, incluso cuando Londres estaba siendo ‘bombardeado hasta hacerlo añicos’ y el gobierno británico retenía a cientos de agentes nazis en un centro de internamiento, la opinión del primer ministro consideraba que la tortura era inadmisible.
Sería tranquilizador pensar que alguien cercano a Obama le había pasado una copia de un librito poco conocido, llamado Camp 020: MI5 and the Nazi Spies. Publicado por la British Public Record Office en 2000, describe lo que sucedía en Latchmere House, una extraordinaria prisión británica de Ham Common en el suburbio británico de Richmond, que albergó hasta 400 miembros de las fuerzas de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. El oficial al mando era un hombre llamado Coronel Robin Stephens, y aunque llevaba un monóculo y presentaba todo el aspecto de un jefe militar autoritario y gélido (y lo llamaban y temían bajo el nombre de ‘Ojo de Lata’), fue un defensor del enfoque no violento hacia sus invitados de larga duración. Por decirlo con pocas palabras –como él hizo-, su opinión era y siguió siendo: ‘La violencia es tabú, porque no sólo produce respuestas para agradar, sino que rebaja la calidad de la información’.
Para que percibas algo del sabor de esta prohibición, te pido que consideres el caso del agente alemán que utilizaba el nombre “TATE” en código, que llegó a Inglaterra en paracaídas en 1940, en un momento en el que casi toda la Europa continental estaba bajo el control de Hitler y ni los Estados Unidos ni la Unión Soviética habían entrado en la guerra. Transportado a Camp 020, TATE mantuvo obstinadamente que era un refugiado danés. Un interrogador externo no acostumbrado a las reglas se sintió exasperado ante su inicial tozudez y ‘siguió a Tate a su celda cuando terminó el primer interrogatorio, y, en flagrante violación de la rígida regla del comandante que decía que no debía emplearse la violencia física en Ham, golpeó al agente en la cabeza. El incidente condujo a la inmediata expulsión [del oficial agresor] del campo’. Un golpe en la cabeza en un momento en que las ciudades británicas indefensas eran bombardeadas cada noche, y el bestia fue expulsado.
Eso no se todo. TATE fue sometido a la presión de los interrogatorios intensivos, que incluían la sugestión de que un amigo íntimo nazi lo había traicionado. Terminó haciendo una confesión completa, llevando a sus captores al lugar en el que había ocultado su transmisor, y siendo utilizado luego para mandar falsas informaciones a Alemania. Los registros británicos de la guerra concluyen que la ‘habilidosa dirección de sus actividades e informes no sólo dieron la oportunidad de engañar al enemigo, sino también de alcanzar información adaptada que permitía detectar a otros agentes y la neutralización’.
Los paralelismos no son siempre tan exactos como le gustaría a uno. Los agentes de espionaje no estaban protegidos por la convención de Ginebra, y ni siquiera había que informar de la existencia del campo a la Cruz Roja (algo que en cierto sentido hace la contención de los guardianes más extraordinaria). Pero los espías no eran normalmente responsables de situaciones de la ‘bomba a punto de estallar en algún sitio’. Aun así, la necesidad de información e inteligencia debía ser entonces un asunto de supervivencia nacional, y la tentación de acortar esquinas debió ser intensa.
Los espías, a diferencia de los prisioneros de guerra, podían ser condenados a muerte, y el conocimiento de que podían ser ejecutados (sólo tras un juicio, por supuesto) se utilizaba a veces para someter a nazis recalcitrantes. Un total de 16 agentes de Hitler fueron condenados a la pena capital durante la guerra, muchos de ellos al final de una cuerda pero otro fusilado en la Torre de Londres. Catorce de las víctimas llegaron del Campo 020, donde los libros de registros muestran que había un considerable debate entre los oficiales sobre la utilidad de la pena de muerte. (Una mirada a algunas de las fotografías de los hitlerianos tienta a uno, sin duda irrazonablemente, a desear que hubiera habido algo menos de clemencia).
En los memorandos de la tortura de la CIA la privación de alimento sólido como una táctica contra nuestros prisioneros. En el campo 020, ni siquiera esto se usaba para la interrogación, pero una vez se empleó para romper la huelga de hambre organizada por un tal Herr Krag, ‘un fanático nazi de Schleswig-Holstein’. Los participantes en esta revuelta estaban ‘confinados en sus celdas y provistos de glucosa y leche. La frustración se impuso en 72 horas’. Creo que uno podría enfrentarse al jurado de la opinión pública mundial con una conciencia razonablemente limpia.
Como el Coronel Stephens escribió, siguiendo las palabras citadas más arriba sobre cómo la ‘violencia es tabú’ y ‘rebaja la calidad de la información’.
No hay lugar para una evaluación porcentual de la fiabilidad. Si la información es correcta, se acepta y se almacena; si es dudosa, debería rechazarse por completo.
En otras palabras, es precisamente porque la situación era tan urgente, tan desesperada, y tan grave que no se podía permitir que métodos de aficionados o estúpidos contaminasen la fuente. El coronel Stephens, que estaba completamente dedicado a romper a sus prisioneros y doblegar a los nazis, logró convencer a muchos detenidos importantes de que trabajaran para él y empezó a recibir preguntas del ‘FBI y la Policía Montada del Noroeste, del Director de Seguridad de la India y la Resistencia de De Gaulle, de los belgas y los holandeses’. Sería bueno que incluso ahora la inteligencia estadounidense tomara una página de ese libro implacable y sin embargo humano”.
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