NICK COHEN: LA LIBERTAD, LA JUSTICIA Y LA CIENCIA
“Esta semana, Simon Singh, uno de los mejores escritores de ciencia de Gran Bretaña, decidirá si quiere seguir interpretando una versión diabólica de ¿Quiere ser millonario? Ya ha perdido 100.000 libras defendiendo su derecho a hablar con franqueza. Podría irse. Nadie le consideraría peor si lo hiciera. O podría seguir y arriesgarse a perder un millón atrapado en el mundo rapaz del sistema judicial inglés, que siempre parece dispuesto a inclinarse ante las exigencias de los millonarios saudíes del petróleo, de los oligarcas rusos y los amigos de Saddam Hussein, que piden censurar a los críticos y castigarles con daños asombrosos y tarifas legales.
Parece que no hay elección. Cualquier amigo le diría a Singh que rompiera sus lazos y corriese. Pero si se girase hacia el público, escucharía a los científicos gritar, pidiéndole que vaya al Tribunal de Apelación y desafíe una opinión que amenaza la discusión robusta de la que dependen las sociedades abiertas. Va a arrancar campaña de defensa nacional. En un encuentro preliminar, una multitud lo aclamó como campeón de la libertad de expresión.
En realidad, es un guerrero improbable. Singh es un hombre serio y amistoso, cuyos textos sobre la resolución del último teorema de Fermat o el desciframiento de códigos le granjearon aplauso y no provocaron polémica. El año pasado publicó Trick or Treatment? [¿Tratamiento o truco?] junto al profesor Edzard Ernst, sobre la fiabilidad de la medicina “alternativa”, y dedicó un capítulo a la extraña historia de los tratamientos quiroprácticos. Un tal Daniel David Palmer inventó la terapia en Davenport, Iowa, en 1895, cuando quedó convencido de que había curado la sordera de un portero estirándole la espalda.
Inspirado por este milagro, Palmer desarrolló la teoría de que ‘el 95 % de todas las enfermedades están causadas por vértebras desplazadas’ en vez de, por ejemplo, los gérmenes que molestaban tanto a los médicos convencionales de la época. La terapia quiropráctica era la nueva religión, declaró Palmer, y él era sucesor de Cristo, Mahoma y Lutero. En casa, practicaba estiramientos sobre sus hijos.
Su hijo, Bartlett, describía cómo le pegaba con ‘correas hasta que llevábamos marcas, por lo que Padre era a menudo arrestado y pasaba noches en la cárcel’.Bartlett compró el primer coche que Davenport había visto y se vengó de su padre atropellándolo en el día del Desfile de la Escuela Palmer de Quiropráctica.
Palmer murió de sus heridas pocas semanas después, pero sus ideas le han sobrevivieron. En 2008, la Asociación Quiropráctica Británica (BCA, por sus siglas en inglés) anunció que sus miembros podían tratar a niños con cólicos y problemas de sueño y alimentación, de frecuentes infecciones de oído, de asma y de lloros prolongados. En The Guardian, Singh dijo que eso era “falso”. Los tratamientos quiroprácticos pueden aliviar los dolores de espalda, pero el profesor Ernst había examinado 70 procesos y no encontró pruebas de que pudieran aliviar otras enfermedades.
Singh no es un escéptico solitario. Hace unas semanas, la Autoridad para los Estándares en Publicidad confirmó una queja contra un quiropractor que aseguraba que podía tratar a niños con cólico y dificultades de aprendizaje. Sin embargo, la BCA la tomó con Singh y me dijo que hay ‘numerosos documentos que demuestran la eficacia de los tratamientos quiroprácticos’.
Muy bien, podrías pensar. Respetables autoridades médicas podrían evaluar las pruebas y decidir si los tratamientos funcionan o no. En lugar de discutir ante el juez de la opinión informada, sin embargo, la BCA acudió a los tribunales por libelo y consiguió un fallo del juez Eady que convirtió el deseo de Singh de comprobar las afirmaciones de los quiropractores prácticamente imposible. Como Singh usó la palabra ‘falso’, el juez dijo que tenía que probar que los quiropractores sabían que el tratamiento no tenía valor pero ‘deshonestamente lo presentaban a un público confiado y acaso en algunos aspectos vulnerable’.
El cultivado juez no parecía entender que lo peor de los engañados es que creen realmente cada palabra que dicen. Según la lógica de Eady, un escritor que condena como ‘falsa’ una afirmación neonazi que asegura que una conspiración judía controla la política exterior estadounidense podría defenderse con éxito si los abogados dicen que los neonazis creen sinceramente que sus teorías de la conspiración se corresponden con la realidad.
Las consecuencias de soltar la ley del libelo en el terreno del debate científico son horrendas. La ciencia procede por la evaluación de los pares. Los colegas de un investigador deben someter sus ideas a escrutinio sin temer las consecuencias. Si piensan que pueden perder sus casas y ahorros en los tribunales por libelos, sin embargo, se echarán atrás.
Los terapeutas alternativos no son los únicos que responde a sus críticos con abogados. NMT, un gigante de la salud estadounidense, ha demandado a un médico británico por cuestionar uno de sus tratamientos.
Tras la sentencia del caso Singh, el lobby Sentido Sobre la Ciencia teme que la presión comercial para impulsar nuevos tratamientos lleve a las compañías a acallar a los escépticos con mandatos judiciales y ponga la salud pública en peligro.
Observar los recientes casos de libelo ha sido como escuchar rumores sobre los gastos parlamentarios. Durante años, me he preguntado qué le hace falta a un escándalo rechazado para convertirse en indignación pública. Después de que Eady ordenase la censura del libro de un autor de Nueva York sobre el terrorismo, que ni siquiera había sido publicado en el Reino Unido, el Congreso de Estados Unidos empezó a perfilar una ley que garantizará que las sentencias inglesas por libelo no tendrán validez en América. La ONU ha condenado la práctica de los jueces de dar la bienvenida a ricos turistas de libelo de todo el mundo a sus hospitalarios tribunales, y ha urgido a Gran Bretaña a permitir la libertad de expresión en asuntos de interés público.
En la Cámara de los Comunes, parlamentarios han criticado el absurdo de un sistema legal que obliga a un periódico danés a pagar cien mil libras por cuestionar las prácticas financieras del banco islandés Kaupthing, que se hundió seis meses más tarde, con el resto de la economía del país.
Ninguna de sus peticiones desesperadas ha llevado al gobierno o convencido a los jueces de la necesidad de la reforma. Quizá lo haga el caso Singh.
Si continúa con una apelación esta semana, blogueros, universitarios y las filas de los científicos están preparados para unirse a él. Han entendido lo que todavía muchos no han llegado a comprender: la gran amenaza de la libertad de expresión en Gran Bretaña no es el estado, ni los servicios de seguridad o los barones de la prensa, sino un rancio y antiliberal sistema legal que se ha convertido en una amenaza pública”.
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