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Daniel Gascón

NEOZELANDESES EN LA GUERRA CIVIL

Nueva Zelanda y España están en los extremos opuestos del mundo. Pero cuando estalló la Guerra Civil, muchos neozelandeses pensaron que se trataba de una batalla esencial. ‘Kiwi Compañeros. New Zealand and the Spanish Civil War’ (University of Canterbury Press, 2009), editado por Mark Derby, es la historia de esta respuesta: habla de la reacción de la prensa, la sociedad y el gobierno, de los movimientos para recaudar fondos, y de una treintena de voluntarios que participaron en la contienda.

Nueva Zelanda se mostró mayoritariamente favorable a la República. Aunque el órgano más activo fue el Partido Comunista, el gobierno laborista adoptó una posición más comprometida que el gobierno británico. Los partidarios de Franco pertenecían sobre todo a organizaciones católicas. También fueron más numerosos los que acudieron a ayudar a la República. Entre ellos había anarquistas y sindicalistas de los muelles, estudiantes de Cambridge que ayudaron a montar hospitales en Grañén, estalinistas y demócratas, un periodista novato, varias enfermeras, un sobrino de John Ford, un cocinero experto en incendiar tanques enemigos. (El medio hermano de John Key, primer ministro de Nueva Zelanda, ha declarado que su padre participó en la guerra, aunque no está confirmado oficialmente.) Algunos venían para luchar contra el fascismo, otros atraídos por el peligro, por la defensa de ideales democráticos o una utopía totalitaria. Muchos estuvieron en Aragón: en la provincia de Huesca, en Teruel o en Belchite. En algunos casos, la aventura duró poco: Griffith Maclaurin (que tenía una librería y vino animado por el poeta John Cornford) murió en combate a las 36 horas de llegar a Madrid. Jack Kent, ‘el Tigre de Taranaki’, luchador profesional en Australia y Sudáfrica, había cruzado medio mundo para unirse a las fuerzas republicanas. Iba en el barco ‘Ciudad de Barcelona’, que fue torpedeado, y se ahogó antes de llegar.

‘Kiwi Compañeros’ –que está traduciendo Cristina Gómez de la Torre y todavía no tiene editorial en nuestro país- incluye breves biografías, muchas veces emocionantes, de los neozelandeses que participaron en la guerra. Una de las más fascinantes es Greville Texidor (1902-1964), una escritora que despertó la admiración de Janet Frame. Texidor era hija de una pintora neozelandesa y creció entre escritores y artistas como D. H. Lawrence y Augustus John. Actuó por todo el mundo como bailarina; se casó en Buenos Aires en 1929 con Manuel María Texidor y la pareja se trasladó a Tossa de Mar. Allí Greville se enamoró de un joven profesor alemán, Werner Droescher (1911-1978). Se divorció en 1936 y cuando estalló la Guerra Civil se enroló en la milicia. Droescher entró en el POUM. Su grupo fue destinado a La Zaida, donde estaba vinculado a la Columna Ortiz. Le atrajo la filosofía anarquista y se quedó con ellos cuando sus compañeros trotskistas se fueron. Greville se reunió con él; pasaron a formar parte de una centuria anarquista, “Los Aguiluchos de Les Corts”. “Por las tardes intentábamos convencer a los campesinos del pueblo de que formaran una colectividad agrícola. Nos bañábamos en el Ebro desnudos, porque los anarquistas estaban en contra de todo pudor sexual y respetaban el honor de las compañeras”, escribió Droescher en sus memorias (en 1976 se publicó una versión en alemán, ‘Odyssee eines Lehrers’; una reescritura en inglés continúa inédita). En La Zaida Texidor y Droescher conocieron a la legendaria anarquista Emma Goldman.

En la imagen, Greville Texidor.

Participaron en el ataque a Almudévar y vivieron de cerca los conflictos entre los comunistas y los anarquistas. Viajaron a Londres, donde colaboraron con organizaciones de apoyo a los republicanos. Regresaron a España cuando “la revolución había sido liquidada por los comunistas”; dieron clase a niños refugiados en Cataluña, aunque su tarea no duró mucho: el campamento estaba dirigido por una organización comunista y fueron despedidos. A finales de 1938 se marcharon a Inglaterra, pero, como Droescher era alemán, los declararon “extranjeros enemigos” y los encarcelaron. Finalmente, pudieron trasladarse a Nueva Zelanda. Allí Texidor se convirtió en escritora: su antología ‘In Fifteen Minutes You Can Say a Lot’ incluye varios relatos que transcurren en España. Escribió una novela, ‘Days and Nights of a Militia Woman’, que “cubre las experiencias del personaje principal en el frente de Aragón y en Barcelona, donde el intenso bombardeo fascista, las luchas entre los republicanos y el ascenso del estalinismo estaban terminando con la revolución y la vida misma”, según su hija Rosamunda Droescher, que está preparando la edición.

Otro neozelandés, Peter Russell (1913-2006), sirvió de inspiración a Javier Marías, que le dedicó la trilogía ‘Tu rostro mañana’. Russell fue un hispanista de la Universidad de Oxford que espió para el gobierno británico: en 1938, unos agentes de las SS lo atraparon en las Islas Cíes después de fotografiar el barco ‘Canarias’. La intervención de Franco salvó a Russell, que más tarde tuvo que asegurarse, por órdenes de Churchill y con pistola incluida, del paso de los duques de Windsor desde Madrid a Estoril y planeó durante la Segunda Guerra Mundial una invasión británica de las Canarias.

Una ambulancia pagada por el Spanish Medical Aid Committee de Nueva Zelanda (he tomado la imagen aquí)

La mayoría de los neozelandeses llegaron impulsados por el idealismo. Muchos estuvieron en la Brigadas Internacionales, siguieron apoyando a la República cuando se marcharon y combatieron en la Segunda Guerra Mundial. El del piloto Eric Griffith fue un caso distinto: había ofrecido sus servicios a varios señores de la guerra chinos y quiso entrar en la RAF. Trató de luchar contra Italia en Etiopía. El plan era audaz -llevar al país a quince pilotos con el pretexto de hacer una película sobre Lawrence de Arabia- pero el gobierno británico impidió la expedición. En España combatió sólo unos meses; cobraba 200 libras por avión derribado (tiró cuatro). Pese a ser un mercenario, creía en la causa de la República y estaba convencido de su victoria. Admiraba a la población civil y pensaba que pronto llegarían mejores aviones rusos y que los franquistas desertaban. Viajó a Hollywood para reunirse con su amigo Errol Flynn, al que había conocido en España: querían rodar películas sobre la Guerra Civil; Griffith sería su asesor técnico. Murió en un accidente de aviación.

En su extravagancia compite con Phil Cross, aparentemente el único neozelandés que combatió en el bando franquista. Caballista, cineasta y bailarín, había trabajado en ‘Que viva México’ de Eisenstein y estaba rodando con su compañía Anglo-Iberian Films cuando estalló la guerra. Participó en el ataque a Madrid y lo hicieron prisionero, aunque pudo escapar. Resultó herido y lo licenciaron. En Londres, su baile despertó la admiración de Beatriz de Borbón. Cuando volvió a Nueva Zelanda, fue un ruidoso publicista de sus hazañas de guerra (sobre las que su testimonio es la única fuente) y del bando franquista: “Franco no es un fascista. No ha demostrado interés por la política y sólo gobernará España mientras haya inestabilidad”, declaró.

Cartel de un homenaje a neozelandeses muertos en España, en 1939

Entre los no combatientes, destaca la figura del doctor Doug Jolly (1904-1983), uno de los cirujanos de guerra más importantes del siglo XX. Estuvo en terreno republicano y estableció hospitales de campaña en Quinto de Ebro, La Puebla de Híjar y Belchite; creó un sistema para distribuir a los heridos según su gravedad y escribió un manual muy influyente: ‘Field Surgery in Total War’. Según el ‘New England Journal of Medicine’, “sus métodos contribuyeron más a salvar las vidas de pacientes con heridas abdominales que ningún otro factor”. También era médico Robert Macintosh, un anestesista que llegó a la España nacional en 1937. Trabajó en Vitoria, San Sebastián y Zaragoza, donde presenció un bombardeo y asistió a soldados marroquíes heridos en el Hospital Musulmán. Las innovaciones de los dos médicos se emplearon en la Segunda Guerra Mundial.

Aunque se siguieron recaudando fondos para ayudar a la República, los neozelandeses perdieron interés por la contienda a partir del estallido de la Segunda Guerra Sino Japonesa. Pero la vinculación no terminó allí. Bill Trussell era muy joven cuando acogió en su casa a Kate Fränck, una judía alemana que había huido a Cataluña y había pertenecido al Partido Comunista. A principios de los años 50, Trussell obtuvo una beca para estudiar piano en Francia. Fascinado por los relatos de Fränck, conoció a los exiliados españoles. Coincidió con Pau Casals; Horacio Prieto, que había sido secretario del comité nacional de la CNT, Pablo Picasso y Valentín González, ‘El Campesino’. Trussell hizo de traductor para los exiliados ante las instituciones francesas y transportó mensajes, dinero o gente a España. Una vez llevó a un viejo republicano vasco para que pasara sus últimos días en su tierra. Cuando se acercaban a la frontera, Trussell se dio cuenta de que el anciano había muerto. En la aduana dijo que su compañero estaba borracho, y siguió adelante.

‘Kiwi Compañeros. New Zealand and the Spanish Civil War’. Editado por Mark Derby. Canterbury University Press, Christchurch, Nueva Zelanda, 2009.

 

2. EL PERIODISTA

Cox.

En el otoño de 1936 Geoffrey Cox (1910-2008) era un joven periodista: el ‘News Chronicle’ lo había enviado a España porque temía que, si Franco ganaba, su corresponsal acabaría en la cárcel y no quería perder a una de sus estrellas (unos meses después detuvieron a otro corresponsal del periódico: Arthur Koestler). Incapaz de organizar su huida de Madrid hacia Valencia, se quedó atrapado en la capital “con la historia más maravillosa del mundo”: recogió sus despachos en el libro ‘La defensa de Madrid’ (Oberon, 2005). “No tuve la menor duda de que estaba informando de un acontecimiento de importancia histórica capital. Por primera vez, una fuerza surgida del pueblo era capaz de contener al fascismo”, declaró. Su experiencia en la Guerra Civil sería un momento fundamental en una larga carrera periodística.

3. MARINOS, ENFERMERAS Y UN ATRACADOR

Las enfermeras Renee Shadbolt, Isobel Dodds y Millicent Sharples

Entre los voluntarios que estuvieron en Aragón se encuentra el último superviviente de la contienda en Nueva Zelanda, Pedro de Treend, que nació en San Sebastián en 1919, se hizo marinero a los 14 años y se estableció en Auckland tras viajar por Montreal, Argentina y Panamá. Se enteró de que había estallado la guerra en el país donde había nacido y se embarcó (pagó el viaje con su trabajo). Participó en la batalla de Teruel, donde combatió en Puerto Escandón. Más tarde lo capturaron y escapó en un barco. No fue el único neozelandés que estuvo en la batalla de Teruel: también participó Riley, un comunista católico que combatió en las dos guerras mundiales y resultó herido en la Batalla del Ebro. “No había criados de oficiales en el ejército republicano; hasta el oficial al mando se limpiaba las botas”, escribió en sus memorias inéditas. La enfermera Una Wilson también estuvo en la misma batalla; sus compañeras Renee Shadbolt, Isobel Dodds y Millicent Sharples se habían convertido en un caso célebre en Nueva Zelanda, porque la policía había intentado obstaculizar su partida.

William Madigan escribió a un periódico neozelandés: “Vine aquí por los mismos ideales que tenía Lafayette cuando luchó a favor de los estadounidenses en 1776”. Elogiaba a la población, “pero es raro cuando quieres salir con una chica. Tienes que llevar a toda la familia, dondequiera que vayas. Parece que la única forma de quedarte solo con una chica aquí es casarte con ella”. Alex MacLure organizó uno de los primeros comités de ayuda a la República antes de viajar a Europa. Según el ‘Workers’ Weekly’, murió en Fuentes de Ebro en 1937. Bill Belcher, que era anarquista e ingeniero, pensó que en España se podría lograr lo que no se había conseguido en Italia y Alemania. Llegó en agosto de 1936. Ayudó a establecer un hospital en Grañén y combatió en el Batallón de la muerte. Estuvo en Belchite y en Teruel (“las dos capturas estuvieron bien planeadas y ejecutadas, pero nunca tuvimos la fuerza para llevar un ataque prolongado”). Su unidad quedó reducida a una séptima parte en Belchite, y lo mandaron de vuelta a Londres para encargarse de la propaganda. Estaba agotado, frustrado y casi enloquecido. En Barcelona, lo detuvo la policía controlada por los comunistas y estuvieron a punto de fusilarlo.

También estuvo en Aragón William McDonald, que atracó un banco a los 19 años. Uno de los empleados sacó su revólver, lo que complicó las cosas. Además, el otro empleado había pasado la tarde anterior jugando al ping pong con MacDonald y lo reconoció. Cuando salió de la cárcel, dejó el país para evitar la deshonra familiar. No pertenecía a ninguna organización y escribió a su madre: “Espero que le digas a todo el mundo que estoy en el ejército del gobierno español, luchando contra el fascismo”. Una vez lo mandaron a recoger el dinero de la paga del batallón. Tras una noche de juerga, fue incapaz de encontrar el dinero (lo arrestaron catorce días). Cuando evacuaron a las Brigadas Internacionales, quiso pedir la nacionalidad española para seguir luchando, y condenó la política de las democracias europeas hacia la República. En la Segunda Guerra Mundial estuvo en el ejército británico: escapó de cuatro campos de prisioneros alemanes.

En la primera imagen, el médico Doug Jolly. Este artículo apareció el 21 de enero en el suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón.

 

 

3 comentarios

Pedro -

Una gran historia con muchas grandes personas

d. -

Muchas gracias, Hans. Saludos.

Hans -

Muy interesante artículo. Me gusta la kiwivinculación :D