REBELIÓN EN LA GRANJA
Escribe Christopher Hitchens, en la introducción de una nueva edición de Rebelión en la granja:
“Rebelión en la granja, como su autor escribió más tarde, ‘fue el primer libro en el que traté, con plena conciencia de lo que estaba haciendo, fundir el propósito político y el artístico en un todo’. Y de hecho, sus páginas contienen una síntesis de muchos de los temas que hemos llegado a considerar ‘orwellianos’. Entre ellos se encuentran su odio a la tiranía, su amor por los animales y la campiña inglesa, y una profunda admiración por las fábulas satíricas de Jonathan Swift. A esto se podría añadir el vivo deseo de Orwell de ver las cosas desde el punto de vista de la infancia y la inocencia: había deseado durante mucho tiempo la paternidad y, por temor a ser estéril, había adoptado un niño pequeño, no mucho antes de la muerte de su primera esposa. El subtítulo en parte irónico de la novela es ‘Un cuento de hadas’, y Orwell se alegró mucho cuando amigos como Malcolm Muggeridge y Sir Herbert Read le dijeron que sus hijos habían disfrutado con el libro.
Al igual que gran parte de su obra posterior –y de forma más conspicua la novela mucho más sombría Mil novecientos ochenta y cuatro- Rebelión en la granja fue producto de la participación de Orwell en la guerra civil española. En el transcurso de ese conflicto, en el que había luchado en el bando antifascista y había resultado herido y luego expulsado de España por los partidarios de Stalin, sus experiencias le convencieron de que la mayoría de la opinión de ‘izquierda’ estaba equivocada, y de que la Unión Soviética era una nueva forma de infierno y no una utopía emergente. Describió la génesis de la idea en una de sus dos introducciones del libro:
. . . en los últimos diez años he estado convencido de que la destrucción del mito soviético es esencial si queremos un renacimiento del movimiento socialista. A mi regreso de España, pensé en exponer el mito soviético en una historia que pudiera ser fácilmente entendida por casi todo el mundo. . . Sin embargo, los verdaderos detalles de la historia no se me ocurrieron hasta que un día (por entonces vivía en un pueblo pequeño) vi a un niño pequeño, de tal vez diez años de edad, conduciendo un enorme caballo de tiro a lo largo de un sendero angosto, azotándolo cada vez que intentaba girar. Se me ocurrió que si estos animales se dieran cuenta de su fuerza no tendríamos ningún poder sobre ellos, y que los hombres explotan a los animales de una forma bastante parecida a cómo el rico explota al proletariado.
Me puse a analizar la teoría de Marx desde el punto de vista de los animales.
La simplicidad de este concepto es engañosa en muchos sentidos. Mediante la realización de tal tarea, Orwell decidía involucrarse en un debate complejo y amargo sobre la revolución bolchevique en Rusia: en la época una cuestión mucho más controvertida que hoy. Rebelión en la granja puede entenderse mejor si se aborda bajo tres apartados diferentes: su contexto histórico, la lucha en torno a su publicación y su posterior adopción como un arma cultural importante en la guerra fría, y su actualidad permanente.
El libro fue escrito en el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, y en un momento en el que el pacto entre Stalin y Hitler había sido reemplazado abruptamente por una alianza entre Stalin y el imperio británico. Londres sufría los bombardeos nazis, y el manuscrito de la novela tuvo que ser rescatado de los escombros de la casa destruida de Orwell en el norte de Londres.
La forma cínica con que Stalin había cambiado de bando no había sorprendido en absoluto a Orwell, que para entonces estaba acostumbrado a la deshonestidad y la crueldad del régimen soviético. Esto lo colocó en una minoría muy pequeña, tanto en la Gran Bretaña oficial como entre la izquierda británica.
Con algunos leves retoques en la secuencia de los acontecimientos, la acción se aproxima a la suerte de la generación 1917 en Rusia. Así, el gran esquema revolucionario del veterano cerdo Viejo Mayor (Karl Marx) es al principio adoptado con entusiasmo por casi todas las criaturas, lo que lleva al derrocamiento del granjero Jones (el zar), la derrota de los demás agricultores que vienen en su ayuda (las ahora olvidadas invasiones occidentales de Rusia en 1918-19) y la creación de nuevo estado modelo. En poco tiempo, las criaturas más despiadadas e inteligentes –naturalmente, los cerdos- tienen a los otros animales bajo su dictadura y viven como aristócratas.
Inevitablemente, los cerdos discuten entre ellos. Las fuerzas sociales representadas por los diferentes animales son fácilmente reconocibles –Boxer, el caballo noble, como la encarnación de la clase obrera; el cuervo Moisés como la Iglesia Ortodoxa rusa- al igual que son identificables los animales que encarnan los diferentes cerdos. La rivalidad entre Napoleón (Stalin) y Bola de Nieve (Trotski) termina con el exilio de Bola de Nieve y el intento posterior de borrarlo de la memoria de la granja. Stalin había ordenado el asesinato de Trotski en el exilio menos de tres años antes de que Orwell comenzara a trabajar en el libro.
Algunos de los detalles más pequeños son meticulosamente exactos. Debido a las exigencias de la guerra, Stalin había hecho varias concesiones oportunistas. Había puesto a la Iglesia Ortodoxa Rusa a su lado, para vestir mejor el traje patriótico, y abolió el viejo himno socialista ‘La Internacional’, por ser demasiado provocativo para sus nuevos aliados capitalistas en Londres y Washington. En los animales de granja, se permite que Moisés el cuervo vuelva a cantar cuando la crisis se profundiza, y se dice a las pobres cabras y caballos y gallinas explotados que su amada canción ‘Bestias de Inglaterra’ ya no debe cantarse.
Hay, sin embargo, una omisión muy importante. Hay un cerdo Stalin y un cerdo Trotski, pero ningún cerdo Lenin. Del mismo modo, en Mil novecientos ochenta y cuatro sólo encontramos un Gran Hermano Stalin y un Emmanuel Goldstein Trotski. Nadie parece haber señalado esto en su momento (y si se me permite decirlo, nadie más que yo lo ha hecho hasta ahora; me llevó años darme cuenta de lo que me estaba mirando a la cara).
Es aleccionador considerar lo cerca que estuvo esta novela de permanecer inédita. Tras sobrevivir a los bombardeos de Hitler, el bastante maltratado manuscrito fue enviado a la oficina de TS Eliot, por entonces importante editor en Faber & Faber. Eliot, que tenía una amistosa relación superficial con Orwell, era un conservador político y cultural, por no decir reaccionario. Pero, tal vez influenciado por la alianza de Gran Bretaña con Moscú, rechazó el libro porque le parecía demasiado ‘trotskista’. También le dijo a Orwell que su elección de los cerdos como gobernantes era desafortunada, y que los lectores podrían sacar la conclusión de que lo que se necesitaba era ‘más cerdos con espíritu público’. La negativa no fue quizá tan fatua el rechazo que Orwell recibió de Dial Press de Nueva York, que solemnemente le informó de que las historias sobre animales no tenían mercado en Estados Unidos. Y esto en la tierra de Disney. . .
La solidaridad en tiempos de guerra entre los conservadores británicos y los comunistas soviéticos encontró otro partícipe en la labor de Peter Smollett, un alto funcionario del Ministerio de Información que más tarde fue expuesto como agente soviético. Smollett se encargó de desaconsejar la publicación a ciertos editores, por lo que a Rebelión en la granja también se le negó un sitio en las reputadas empresas de Víctor Gollancz y Jonathan Cape. Durante un tiempo Orwell consideró publicar el libro en privado con la ayuda de su amigo y radical poeta canadiense Paul Potts, en lo que habría sido un ejemplo pionero de samizdat o autoedición antisoviética. Incluso llegó a escribir un airado ensayo, titulado ‘La libertad de prensa’, para incluirlo como introducción: un ensayo que no fue descubierto e impreso hasta 1972. Finalmente, el honor de la industria editorial fue salvado por la pequeña compañía Secker & Warburg, que en 1945 editó una versión con una tirada muy pequeña, por la que pagó 45 libras a Orwell.
Podría haber sucedido que la historia terminase así, como un petardo mojado, pero dos acontecimientos posteriores dieron a la novela su lugar en la historia. Un grupo de socialistas ucranianos y polacos, que vivían en campamentos de refugiados en la Europa de posguerra, descubrió un ejemplar del libro en inglés y la vio como una alegoría casi perfecta de su propia experiencia reciente. Su líder y traductor (que había aprendido el inglés por su cuenta) Ihor Sevcenko encontró una dirección de Orwell y le escribió para pedirle permiso para traducir Rebelión en la granja al ucraniano. Le dijo que muchas de las víctimas de Stalin se seguían considerando socialistas, y no confiaba en que un intelectual de derechas expresara sus sentimientos. ‘Les afectaron profundamente escenas como esa en la que los animales cantan ‘Bestias de Inglaterra’ en la colina... Reaccionaron vivamente a los valores ‘absolutos’ del libro’. Orwell aceptó conceder los derechos de publicación de forma gratuita (lo hizo para las ediciones posteriores en muchas otras lenguas de Europa del Este). Es emocionante imaginar a aguerridos ex soldados y prisioneros de guerra, que habían sobrevivido a todas las privaciones del frente oriental, conmovidos por la imagen de los animales de una granja británica que cantan su propia versión de la descartada ‘Internacional’, pero también es un temprano ejemplo del poder que el libro iba a tener en sus lectores. No fue tan fácil conmover a las autoridades militares estadounidenses en Europa: reunieron todos los ejemplares de Revolución en la granja que pudieron encontrar y se los entregaron al Ejército Rojo para que los quemaran. La alianza entre los granjeros y los cerdos, tan inolvidablemente descrita en las páginas finales de la novela, todavía estaba en vigor.
Pero en la escena final parcialmente áspera, por lo general mejor recordada por la forma en que los hombres y los cerdos se han convertido en indistinguibles, Orwell predijo, como en otras ocasiones, que la amistad ostensible entre el este y el oeste no sobreviviría mucho tiempo la derrota del nazismo. La guerra fría, una expresión que Orwell fue el primero en emplear por escrito, pronto creó una atmósfera ideológica muy diferente. Esto a su vez condicionó la recepción de Rebelión en la granja en EE.UU. En un primer momento rechazada en Random House por el simpatizante comunista Angus Cameron, fue rescatada del olvido por Frank Morley, de Harcourt, Brace, que durante su visita a Inglaterra había quedado impresionado por un encuentro fortuito con la novela en una librería en Cambridge. La publicación contó con dos golpes de suerte: Edmund Wilson escribió una reseña muy favorable en el New Yorker, comparando el talento satírico de Orwell con la obra de Swift y Voltaire, y el Club del Libro del Mes lo puso en una selección principal, lo que dio lugar a una tirada de casi medio millón de copias. Sin hacer caso a la estupidez de Dial Press, la compañía Walt Disney se acercó con una propuesta de una adaptación cinematográfica. No se hizo, aunque más tarde la CIA produjo y distribuyó una versión de Rebelión en la granja con fines propagandísticos. Cuando Orwell murió, en enero de 1950, poco después de terminar Mil novecientos ochenta y cuatro, al fin había logrado una reputación internacional y tenía que publicar reiteradas descargas de responsabilidad ante la utilización de su obra por parte de la derecha estadounidense.
Probablemente la frase más conocida de la novela es la negación por parte los cerdos de la consigna original que declara que ‘Todos los animales son iguales’, a través de la idea posterior de que ‘Algunos animales son más iguales que otros’. A medida que el comunismo en Rusia y Europa del Este tomaba cada vez más la apariencia de un nuevo sistema de clases, con privilegios grotescos para la élite gobernante y una mediocridad aplastante en la existencia de la mayoría, el efecto moral de la obra de Orwell -tan fácil de comprender y traducir, exactamente como él había esperado- se convirtió en una de las muchas fuerzas incalculables que minaron el comunismo como sistema y como ideología. Poco a poco, el mismo efecto se propagó en Asia. Recuerdo a un amigo comunista que me llamó por teléfono desde China, cuando Deng Xiaoping anunció las ‘reformas¡ que iban a inaugurar lo que hoy conocemos como el capitalismo chino. ‘Los campesinos deben hacerse ricos’, el líder del partido anunció, ‘y algunos se harán más ricos que otros’. Mi amigo llamaba para decir que tal vez Orwell tenía parte de razón, después de todo. Hasta ahora, Rebelión en la granja no ha sido publicada legalmente en China, Birmania o el desierto moral de Corea del Norte, pero un día aparecerá en esos tres lugares, donde sin duda será recibida con el shock de reconocimiento que todavía puede inspirar.
En Zimbabwe, mientras el imperio de la camarilla cleptocrática de Robert Mugabe se volvía cada vez más exorbitante, un periódico de la oposición aprovechó la oportunidad para reproducir por entregas Rebelión en la granja. Lo hizo sin comentarios, salvo que una de las ilustraciones mostraba al dictador Napoleón con las gafas de carey características del propio líder de Zimbabwe. Una bomba voló poco después la redacción del periódico, pero dentro de poco los niños de Zimbawe también podrán apreciar este libro.
En el mundo islámico, muchos países siguen prohibiendo Rebelión en la granja, aparentemente a causa de su énfasis en los cerdos. Es evidente que esto no puede ser toda la razón -aunque sólo fuera porque la facción porcina no sale muy favorecida- y bajo el despotismo teocrático de Irán el libro está prohibido por razones que tienen que ver con su mensaje de ‘revolución traicionada’.
Hay una cualidad intemporal, incluso trascendente, en este pequeño cuento. Se captura cuando el Viejo Mayor habla a su público de animales callados y tristes y agotados de un tiempo pasado, cuando las criaturas creían en un mundo sin amos, y cuando recuerda en sueños las palabras y la melodía de una semiolvidada canción libertaria. Orwell sentía un gran afecto por la tradición protestante inglesa, y tomó de John Milton su frase favorita para justificarse: ‘Por las reglas conocidas de la antigua libertad’. En todas las mentes -quizá especialmente en las de los niños- hay una sensación de que la vida no siempre tiene que ser de esta manera, y los sobrevivientes desnutridos de Ucrania, en respuesta a la autenticidad de los versos y a algo ‘absoluto’ en la integridad del libro, estaban escuchando la poderosa frase de Milton, al margen de que la comprendieran completamente o no.
0 comentarios