EL CENTRO DE LA NADA
“Robert Stone es uno de esos escritores que se atreve a descender sin tomar ningún atajo hasta el centro mismo del infierno moderno”, ha escrito John Banville. Stone (Nueva York, 1937) fue corresponsal en Vietnam y la experiencia le sirvió para escribir su novela más famosa, ‘Dog Soldiers’ (Libros del Silencio, 2010) que ganó el National Book Award en 1975 y fue elegida por ‘Time’ una de las 100 mejores novelas en inglés publicadas entre 1923 y 2005. Como señala Rodrigo Fresán, es una de las obras fundacionales de un género que aborda los problemas de quienes regresaron de esa guerra: a él pertenecen novelas de Stephen Wright, Tim O’Brien o Denis Johnson, películas como ‘El cazador’, ‘Taxi Driver’ o ‘El regreso’ y decenas de canciones. Tiene versiones chuscas como ‘El equipo A’ y una variante española: Rodney Falk, uno de los personajes de ‘La velocidad de la luz’ de Javier Cercas. Aunque abandonen el país, muchos de los protagonistas de esas obras llevan la violencia dentro: es como si trasladaran Vietnam a Estados Unidos.
Además de los efectos de la locura de la guerra, ‘Dog Soldiers’ habla de la resaca de la contracultura en California: de un mundo de cine porno y revistas ‘underground’, de drogas y religiones ‘new age’, de policías que trafican y psicópatas que se desesperan porque no entienden a Nietzsche, de violencia enloquecida y sexo súbito (o al revés). Pero para los personajes la sensación de novedad ha terminado, y el vértigo experimental se ha convertido en alucinación y tedio.
Stone sigue la estela de Conrad y quiere escribir una novela de aventuras con carga moral, protagonizada por personajes corruptos y a la deriva. Antes de regresar a California, Converse, un corresponsal de poca monta, decide traficar con heroína. Envía el cargamento a su mujer Marge, que está en Berkeley, a través de Hicks, un ex marine violento inspirado en el icono ‘beat’ Neal Cassady, a partir del cual Kerouack modeló el personaje de Dean Moriarty. Nada más llegar, Hicks se siente observado: unos agentes reguladores (que también trafican con drogas) se han enterado y buscan el cargamento. Hicks y Marge escapan hacia el sur; se refugian en una comunidad semi-religiosa. Los agentes persiguen a Converse, que a su vez se pregunta dónde están su mujer y su amigo.
Stone es un narrador hábil que maneja bien las distintas líneas narrativas. Sabe coreografiar los movimientos de sus personajes, crear rápidamente una atmósfera y describir la violencia. Su conocimiento de la contracultura y Vietnam no se convierte en una barrera entre él y el lector. El final es más espectacular que convincente, pero muchas escenas son difíciles de olvidar: un atentado, el encuentro con una traficante, una conversación con un veterano de la guerra civil española, el asesinato de un escritor o los diálogos entre Converse y los matones. A veces, esos episodios no son los elementos principales de la trama, sino pequeños meandros de una novela entretenida, brutal y desesperada, en la que el sentido del humor compensa parcialmente un nihilismo desfasado.
Robert Stone. ‘Dog Soldiers’. Traducción de Mariano Antolín Rato e Inga Pellisa. Prólogo de Rodrigo Fresán. 429 páginas.
Este artículo apareció ayer en Artes & Letras. En la imagen, Stone.
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