HITCHENS SOBRE EGIPTO
Christopher Hitchens escribe en el número de abril de Vanity Fair:
“Al analizar revoluciones, siempre es útil consultar a los veteranos barbudos. Los que intentan dominar un nuevo idioma, escribió Karl Marx sobre la crisis en Francia en el siglo XIX, siempre comienzan vacilantes y retraducen a la lengua familiar que ya saben. Y con su colega Friedrich Engels definió la revolución como la partera gracias a la cual la nueva sociedad nace del cuerpo de la vieja.
Al observar los acontecimientos aparentemente sísmicos en Túnez y El Cairo en enero y febrero de este año, varios observadores empezaron a compararlos con los precedentes discrepantes. ¿Era la caída del Muro de Berlín en el mundo árabe? ¿O se parecía más los movimientos del ‘poder popular’ en Asia de mediados de la década de 1980? También se mencionó el ejemplo de América Latina, con el escape tardío pero veloz del gobierno militar en las últimas décadas. Los que tenían una memoria más larga guardaban un recuerdo afectuoso a la incruenta ‘revolución de los claveles’, en el Portugal de 1974: una hermosa fiesta de la democracia que también ayudó a inaugurar la emancipación de España tras cuatro décadas a la sombra del general Franco.
Fui un insignificante testigo ocular de esos episodios en los que ‘la felicidad esperaba al amanecer’: estuve en Lisboa en 1974, en Corea del Sur en 1985, en Checoslovaquia en 1988, en Hungría y Rumania en 1989, y en Chile y Polonia y España en varios momentos a lo largo de la transición. También vi algunas de las primeras etapas de la erupción histórica en Sudáfrica. Y en Egipto, por desgracia -a excepción del factor común de la espontaneidad humana y la dignidad incontenible, lo que Saúl Bellow llamó la ‘elegibilidad universal a ser noble’- no puedo encontrar ningún paralelismo, modelo o precedente. (Mubarak pidió que lo considerasen un ‘padre’, y constató que ‘su’ pueblo prefería ser huérfano.) Es realmente un nuevo lenguaje: el lenguaje de la sociedad civil, en el que el mundo árabe es casi iletrado e ignorante. Por otra parte, mientras que el cuerpo viejo puede sufrir el tormento de los dolores, e incluso recibir la asistencia de un buen número de aspirantes a parteras, es muy difícil encontrar el pulso del embrión.
En la Europa del Este de finales de la década de 1980, uno no solo sabía lo que la gente quería, sino también la forma en que lo conseguiría. No pretendo disminuir la grandeza de esas revoluciones, pero los ciudadanos esencialmente deseaban vivir en las condiciones de los europeos occidentales, con mayor prosperidad y mayor libertad. Un empujón ‘al Muro’ y estaban viviendo en Europa occidental, o en todo caso en Europa central. Los brazos de la Comunidad Europea y la OTAN ya estaban más o menos abiertos, y todo el mundo, de Berlín oriental a Varsovia, estaba relativamente alfabetizado y cualificado, y no recuerdo siquiera que se perdiera una uña en forma de víctima (excepto en Rumania, donde había que tratar con un verdadero Calígula). Hombres como Václav Havel y Lech Walesa, además, ya había demostrado que estaban dispuestos a asumir la responsabilidad de gobernar. Voilà tout!
En Portugal, en abril de 1974, antes de los liberales que formaban parte del ejército se volvieran contra la dictadura fascista más antigua de Europa y rompieran todas las puertas literales y metafóricas de las prisiones, solo había un partido legal. El primero de mayo de ese año los partidos socialista y comunista de ese país fueron capaces de llenar las calles de la capital. En pocos días, se habían anunciado un partido liberal y un partido conservador, y en un plazo muy corto Portugal fue, por decirlo así, un país ‘normal’ de Europa. Los partidos, con dirigentes muy experimentados, habían estado allí todo el tiempo. Todo lo que se requería era que se rompiera el frágil caparazón del antiguo régimen. Lo mismo sucedió en Atenas unos meses más tarde: ante mis ojos complacidos, los torturadores y déspotas de la junta militar fueron a la cárcel y políticos civiles veteranos volvieron a casa desde el exilio o salieron de la cárcel, y a final de año se había celebrado un elección, en la que los partidarios del antiguo sistema de gafas oscuras y cascos de acero pudieron presentarse y obtuvieron alrededor de un uno por ciento de los votos.
Tal vez el acontecimiento más emocionante de la historia de Sudáfrica fue el momento estéticamente perfecto de febrero de 1985, cuando los carceleros se dirigieron a Nelson Mandela y le dijeron que era libre de irse. ¡Y Mandela se negó con arrogancia! Saldría de la cárcel cuando estuviera listo y cuando todo el país hubiera sido liberado, y no un segundo antes. En ese instante, los imbéciles que lo habían confinado se dieron cuenta de que ya era el presidente de la república y de hecho ostentaba el mando moral del cargo desde hacía un tiempo considerable. Tampoco era solo una cuestión de su carisma. El Congreso Nacional Africano, un partido muy asentado, con experiencia y sin distinciones raciales, había dicho, durante años y con total confianza, a las autoridades del apartheid: Cuando ustedes terminen de arrastrar este país por los suelos, estamos absolutamente preparados para reemplazarlo. In utero, y desde el tercer trimestre, la nueva Sudáfrica ya existía.
En 1986, en Filipinas, un matón con cara de lagarto, Ferdinand Marcos, fue derrocado por una masiva desobediencia civil tras unas ‘elecciones anticipadas’ amañadas y sustituido por Corazón Aquino, la viuda de un hombre -Benigno Aquino- que había sido asesinado por amenazar con ganar las anteriores. Poco antes, fui en avión a Corea del Sur con el exiliado forzoso Kim Dae Jung, que había escapado por poco a un intento de asesinato, después de resultar segundo en una votación fraudulenta. Nos detuvieron y maltrataron en el aeropuerto, y balas de goma y gases lacrimógenos (algunas cosas nunca cambian) disolvieron una de las más grandes multitudes de bienvenida que he visto, pero Kim Dae Jung era el líder de la oposición en unos pocos años, y fue elegido presidente no mucho después de eso.
Ni una sola de condiciones o precondiciones preñadas existe en Egipto. Ni en el exilio ni en el propio país hay alguien que se asemeje remotamente a un verdadero líder de la oposición. Con la excepción parcial de los obsesivamente citados Hermanos Musulmanes, los vestigiales partidos políticos son cascos demacrados. La mayor fuerza en el Estado y la sociedad -el ejército- es una institución hinchada y muy implicada en el statu quo. Como se dijo una vez de Prusia, Egipto no es un país que tiene un ejército, sino un ejército que tiene un país. Todavía resulta más deprimente que, aunque existiera una alternativa de gobierno competente, es casi imposible imaginar lo que podría ser su programa. La población de Egipto contiene millones de graduados que han recibido una mala instrucción y no pueden encontrar empleo, y decenas de millones de obreros y campesinos que llevan una vida de subsistencia. No olvidaré nunca lo que vi en mi primera visita a El Cairo: la ‘Ciudad de los Muertos’, una gran población de personas sin hogar e indigentes que vive entre las tumbas de uno de los extensos cementerios de la ciudad. Durante siglos, los gobernantes de Egipto han podido depender del peso aplastante del letargo y la inercia para mantener la ‘estabilidad’. Estoy escribiendo esto en la primera semana de febrero, y no me sorprendería que la máquina -con o sin Mubarak- pudiera confiar de nuevo en esa mano muerta, mientras el valor y la iniciativa ejemplares de los ciudadanos de la plaza Tahrir se retiran lentamente.
Sin embargo, y por muchas de las mismas razones, es muy poco probable que los temblores produzcan una negación espantosa: un Jomeini o un Mugabe que conviertan la revolución inicial en una contrarrevolución feroz. La débil economía de Egipto es enormemente dependiente de la hospitalidad de los turistas occidentales. Aproximadamente uno de cada diez egipcios es cristiano. Al sur de la nación, en Sudán, millones de africanos acaban de votar a la secesión de un Estado que impone la sharía, y se han llevado la mayoría de los campos petroleros del país con ellos.
Aunque se suprima el acuerdo de paz con Israel, Egipto nunca será capaz de hacer otra guerra con el Estado judío, o no sin garantizar la catástrofe. No es extraño que la voz de los Hermanos Musulmanes resulte tan diminuta. ¿Esperan realmente afrontar los problemas que he mencionado, con su lema simplista y endeble que dice ‘el islam es la solución’? Los mulás iraníes fueron capaces de secuestrar la revolución de 1979 porque en el ayatolá Jomeini tenían una figura de autoridad y casi semejante a Lenin, y porque (con el consentimiento encubierto de un baptista de sonrisa afectada llamado Jimmy Carter) Sadam Husein les hizo el inmenso favor de invadir una de sus provincias occidentales y consolidar una unidad nacional histérica. Los mulás también estuvieron y siguen estando parcialmente aislados de las consecuencias de su insensatez económica por la posesión de grandes reservas de petróleo, del que apenas puede encontrarse una gota en las proximidades del delta del Nilo.
Como recordamos con tristeza, el equipo de Ahmadineyad en Irán también fue capaz de retener el poder frente a una insurrección democrática popular (sobre todo urbana). También fue despiadado en el uso de la fuerza y pudo confiar en la pasividad de una gran población rural, bastante piadosa y dependiente del subsidio estatal. Al heroísmo se le rompe el corazón, y al idealismo la espalda, ante la intransigencia de los crédulos y los mediocres, manipulados por los cínicos y los corruptos.
El mismo día en que escribo iba a ser un ‘Día de la Ira’ en Damasco, pero fue un fiasco abyecto que dejó el gobierno hereditario de Assad donde estaba, al tiempo que recuperó gran parte de lo que había perdido en el Líbano después de la desdichadamente breve ‘Revolución de los cedros’ de 2005. En Yemen hay unas cinco causas separadas y distintas de agravio, desde una división de norte-sur a una rebelión tribal chií, pasando por las tácticas cada vez más sofisticadas de sustitutos locales de al-Qaeda. Esto no quiere decir que el mundo árabe esté condenado indefinidamente a permanecer inmune a la ola democrática que limpiado de despotismo otras regiones. Sin duda se han sembrado semillas que germinarán. Pero el escalofrío de la concepción está a considerable distancia del drama del nacimiento, y esta no sería la primera revolución en la historia que es parcialmente abortada”.
1 comentario
Vi -
Disculpa por robar tu tiempo.
He encontrado tu comentario donde mencionas el posmodernismo y quisiera pedirte si puedes recomendarme algunas obras claves sobre el posmodernismo. Intento probar la deshumanización de los personajes en el cuento "Ulrica" de Borges, pero hasta ahora sólo he encontrado el libro de F. Jameson (no pienso utilizar a Lyotard, debido a unos argumentos de Habermas que me parecen sólidos).
Te agradezco de antemano,
Saludos,
Vivian