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Daniel Gascón

TRANSICIÓN, METEORITOS Y SANGRE

En ‘El jardín colgante’ (Seix Barral, 2012), que ha obtenido el Premio Biblioteca Breve, Javier Calvo (Barcelona, 1973) aborda la transición española. A diferencia de Javier Cercas en ‘Anatomía de un instante’ (Mondadori, 2009), no realiza un ensayo histórico. Tampoco elabora una ficción preocupada por la verosimilitud y respetuosa con los hechos, como Fernando Aramburu en ‘Años lentos’ (Tusquets, 2012) o Ignacio Martínez de Pisón en ‘El tiempo de las mujeres’ (Anagrama, 2003), ‘Dientes de leche’ (Seix Barral, 2008) o ‘El día de mañana’ (Seix Barral, 2011), o como Miguel Mena en ‘Días sin tregua’ (Destino, 2006). Calvo utiliza otros códigos, como los del thriller, el relato de espionaje, la ciencia ficción, el postmodernismo apocalíptico y el cómic, y traza una especie de alegoría. En el año 1977, mientras la caída de un meteorito acapara la atención informativa, los servicios secretos intentan adaptarse a los nuevos tiempos, en un país que parece dormido o aletargado antes de realizar una metamorfosis. Arístides Lao, un agente extraordinariamente brillante, aficionado a los puzles e incapacitado para la vida social, lucha contra la organización terrorista TOD, basada en el FRAP. Recibe la ayuda de Melitón Muria, solitario bebedor de whisky y habitual de los prostíbulos. Su objetivo es dar con uno de sus agentes infiltrados, Teo Barbosa, que está a punto de entrar en el núcleo activo del grupo. Calvo sabe crear suspense y manejar varios hilos narrativos: las pesquisas de Lao y Muria, y las peripecias de Barbosa: su historia de amor con Sara Arta, su entrenamiento en Francia y su relación con Madre Nieve, su participación en una acción terrorista y su traslado a un islote balear, donde se oculta con otros miembros de la banda. Utiliza capítulos breves con mucho diálogos y con temas recurrentes, como ‘Alicia en el país de las maravillas’, los puzles de Lao o la altura de Barbosa. Mezcla elementos pop –como la música de Patti Smith o los Sex Pistols- con un tono apocalíptico. La caída del meteorito, que narrativamente sirve para desactivar la cuestión de la verosimilitud, “dejó aturdido al país entero, por lo menos durante las primeras horas. Durante ese lapso, treinta millones de personas lo olvidaron todo. Como personajes de cuentos de hadas tocados por una varita mágica. Hipnotizados por las imágenes que retransmitía en directo la televisión, en un bucle que se repetía sin cesar en los dos canales: los prados y las huertas en llamas y la columna colosal de humo que durante aquellas primeras cuarenta y ocho horas se pudo ver desde prácticamente toda la mitad norte de la península. El cielo de España se llenó de ceniza y de polvo meteórico y adoptó una especie de estado intermedio entre el día y la noche”. Es una atmósfera de pesadilla: “La España que mantiene a la ciudad hechizada es un paseante oscuro, con un sombrero negro que le tapa la cara y un abrigo en cuyo interior esconde una colección de cuchillos”. Lao y Muria se abren paso en un sistema opaco, que trata de ocultar las connivencias entre los servicios de seguridad y las organizaciones terroristas: “Una amenaza que nos acompañe. Que nos permita seguir teniendo las riendas a los que realmente nos preocupamos por este país”, dice un personaje. Avanzan en un clima de violencia, donde apenas existen distinciones morales y donde la policía y los criminales compiten en brutalidad. El informe médico de Sara Arta, tras ser torturada por los servicios secretos, dice: “Mordeduras de perros en los miembros, vientre, pechos y zona genital”, “Lesiones por actividad sexual forzada durante un lapso prolongado y con múltiples parejas sexuales. Lesiones por penetración sexual con objetos. Desgarro total del perineo. Laceraciones en recto e intestino. Laceraciones en vagina y cuello uterino. Pérdida de tejido vaginal”. En ocasiones, esa violencia resulta algo gratuita y autoindulgente, como en algunos momentos ocurre con la prosa: “Sus ojos dan la impresión de entrar directamente en tu alma, abrir las ventanas de par en par y ponerse a vaciar los cajones en el suelo”, “España entera es un mundo reseco y agostado por el final cataclísmico del ciclo estacional”.

La novela pierde fuerza la parte final, donde se incrementa el aire de pesadilla y hay coincidencias demasiado fáciles. ‘El jardín colgante’ funciona mejor como relato de entretenimiento, basado en mecanismos de la narrativa popular y en la creación de una atmósfera original, que como parábola sobre la historia de España, donde recuerda la visión sentenciosa y vacua de ‘Balada triste de trompeta’ o esas historias sobre la guerra fría que prescribían una equivalencia moral entre las partes enfrentadas. La deliberada falta de humanidad de los personajes, la estética de cómic que adopta Calvo, su equidistancia conspirativa y su elección de la alegoría hacen que esa reflexión resulte pueril en el mejor de los casos.

Javier Calvo. ‘El jardín colgante’. Seix Barral, Barcelona, 2012. 363 páginas.

Esta reseña salió en ’Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón. He tomado la imagen aquí.

 

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