EN EL CENTRO DE LAS COSAS
Desde que Andrés Trapiello lo rescató en ‘Las armas y las letras’ en 1994, la figura de Manuel Chaves Nogales ha protagonizado una recuperación espectacular. Lo han reivindicado Félix de Azúa, Antonio Muñoz Molina, Ignacio Martínez de Pisón o Xavier Pericay, que lo ha comparado con George Orwell y Albert Camus. Según Arcadi Espada, Chaves Nogales “nunca escribió a humo de pajas, y su escritura seca y culta es todavía hoy un ejemplo raro de tensión antirretórica, de anticasticismo y de compromiso con lo mejor de su tiempo”. Se han reeditado sus obras: Libros del Asteroide ha publicado recientemente ‘El maestro Juan Martínez que estaba allí’, un reportaje que sigue las andanzas de un bailarín flamenco durante la Revolución rusa; la biografía ‘Juan Belmonte, matador de toros’; el volumen de relatos sobre la Guerra Civil ‘A sangre y fuego’; o el análisis de la debacle francesa en la Segunda Guerra Mundial, ‘La agonía de Francia’. En 2011 Renacimiento, que ha editado muchas de sus obras, publicó ‘Lo que queda del imperio de los zares’, ‘La defensa de Madrid’ y ‘Crónicas de la Guerra Civil’, y Almuzara ‘La ciudad’. El trabajo de María Isabel Cintas Guillén, responsable de la edición de la ‘Obra Narrativa’ (Diputación de Sevilla, 1993) y de la ‘Obra Periodística’ (Diputación de Sevilla, 2001), ha sido fundamental en ese rescate. Tras largos años de investigación, Cintas ha publicado ‘Manuel Chaves Nogales. El oficio de contar’ (Fundación José Manuel Lara, 2011).
Cintas ha logrado reunir muchos datos sobre Chaves Nogales. Hay todavía algunas lagunas. Pero el libro –que también es una visión lateral de una auténtica edad de plata del periodismo español, a través de uno de sus representantes más destacados- es extremadamente iluminador y útil.
Es ante todo la biografía de un periodista. Nacido en Sevilla en 1897, Chaves Nogales comenzó a escribir en ‘El Liberal’ y en ‘El Noticiero Sevillano’ a mediados de la década de 1910, antes de marcharse a Madrid, donde se convirtió en uno de los periodistas más importantes del país. Trabajó en ‘Heraldo de Madrid’ y fue subdirector de ‘Ahora’, un diario conservador que contaba entre sus corresponsales a Eugeni Xammar y Francisco Melgar, y entre sus colaboradores frecuentes a Baroja, Unamuno, los Machado o Gómez de la Serna. Cuando la CNT y la UGT se incautaron de ‘Ahora’ poco después del comienzo de la Guerra Civil, se convirtió en el camarada-director. Se marchó de Madrid cuando el gobierno republicano dejó la ciudad. Era un defensor leal de la República que había descubierto que no había sitio para él entre dos barbaries enfrentadas: “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid, como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes”. Se fue a Francia con su familia y vivieron la desbandada francesa. Su mujer y sus hijos volvieron a España y él se marchó a Inglaterra, donde siguió escribiendo para Atlantic-Pacific Press y luego para su propia agencia, hasta su muerte en 1944. Poco después de su fallecimiento, el franquismo lo depuró por masón.
“Andar y contar es mi oficio”, declaró. Su trabajo periodístico es impresionante. Estuvo en el centro de las cosas y narró los grandes acontecimientos de su tiempo: visitó la Unión Soviética, conoció el fascismo y el nazismo, vio las operaciones de las tropas españolas en el norte de África y los disturbios de la República, recorrió Europa en avión, entrevistó a Goebbels, a Abd el-Krim, a Haile Selassie, a la aviadora Ruth Elder, a dirigentes de la Segunda República, a braceros andaluces y a Charles Chaplin. Su trabajo lo puso en peligro: tras su entrevista a Goebbels, estuvo para siempre en el punto de mira de la Gestapo. Y tuvo una virtud añadida: lo que Espada ha llamado “su alta capacidad prospectiva”. No solo supo contar lo que ocurría; casi siempre advirtió los peligros que se venían encima.
Además de la calidad y transparencia de su prosa y del talento para estar en el lugar adecuado, en Chaves hay un elemento de ejemplaridad y tragedia. Acabó en el exilio, alejado de su familia, y vio cómo se derrumbaban sus proyectos más queridos: la democracia en España o la civilización francesa. Pero también, en un momento en el que tantos –y tantos intelectuales- sucumbían a la tentación totalitaria, Chaves no solo fue uno de los mejores periodistas españoles. Gracias a su capacidad de establecer el diagnóstico de la realidad y de no perder la orientación moral y el compromiso con la democracia y el ser humano, estuvo a la altura de los mejores de cualquier lengua y de cualquier época. En 1941 escribía: “Francia sabe, y no ha podido olvidarlo, que hasta ahora no se ha descubierto ninguna forma de convivencia humana superior al diálogo, ni se ha encontrado un sistema de gobierno más perfecto que una asamblea deliberante, ni hay otro régimen de selección mejor que el de la libre concurrencia: es decir; la paz, la libertad, la democracia.
En el mundo no hay más”.
María Isabel Cintas Guillén. Chaves Nogales. El oficio de contar. Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías. Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2011. 378 páginas.
Este artículo salió en ‘Artes & Letras’ de ‘Heraldo’. He tomado la imagen aquí.
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