NABOKOV: EL EXILIO Y EL ÉXITO
Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899-Montreux, 1977) defendía la autonomía del arte frente a las circunstancias históricas y prefería no hablar de la biografía de los escritores, pero su vida tiene mucho que ver con su obra y la historia invadió su existencia en varias ocasiones. Nació en una familia rica, liberal y anglófila; huyó de su país tras la Revolución bolchevique; su padre fue asesinado por un extremista en Alemania. Nabokov vivió en Cambridge, Berlín y París, escribió libros en ruso, y la guerra en Europa lo obligó a dejar el continente. En “Vladimir Nabokov (Los años americanos)” (Anagrama, 2006) Brian Boyd (Belfast, 1952) cuenta lo que sucedió después de que el escritor, su esposa Véra y su hijo Dmitri partieran en un barco con destino a los Estados Unidos. Este volumen, que ha tardado 15 años en aparecer en castellano, es la continuación de “Vladimir Nabokov (Los años rusos)” (Anagrama, 1992): los dos libros superan las 1.500 páginas y alternan la biografía del escritor con el estudio de sus obras. Además, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores ha publicado “Obras Completas III. Novelas (1947-1957)” , que contiene “La verdadera vida de Sebastian Knight”, su primera narración en inglés; “Barra siniestra”, su novela más política; su obra maestra “Lolita”, y el guión basado en la novela que escribió para Kubrick; y “Pnin”, donde inventó a un personaje conmovedor y muy divertido.
“Los años americanos” habla de la segunda etapa del exilio de Nabokov: se sintió bien acogido en Estados Unidos, pero sus primeros años estuvieron llenos de dificultades. Dudaba sobre la lengua en que debía escribir, no encontraba editoriales y buscaba trabajo en universidades y asociaciones de lepidopterología. Aunque su vida da una sensación de provisionalidad -nunca tuvo una casa propia, Cornell no le ofrecía un puesto fijo, y a partir de 1951 se mudaba todos los años- Nabokov disfrutó de la naturaleza americana e investigó las costumbres del país. En verano viajaba al Oeste y cazaba mariposas; una ayudante decía: “Hacía preguntas, preguntas, preguntas, preguntas. Preguntaba el cómo y el porqué. Nunca dejaba de coleccionar datos y opiniones”. Nabokov recogía elementos que luego aparecerían en “Pnin” o “Pálido fuego”.
Antes del éxito de “Lolita”, las clases, la traducción, la escritura y las mariposas ocuparon la mayor parte de su tiempo. Nabokov fue profesor de lengua y literatura rusas y de narrativa europea. Las notas que usaba para sus clases están publicadas, y, como su teoría de la traducción, sirven para explicar su idea de la literatura: desde su rechazo a la crueldad del “Quijote” o a Dostoievsky hasta su énfasis en los detalles y en la lectura atenta, que le llevaba a preguntar a sus alumnos por el peinado de los personajes o por el empleo de la conjunción copulativa en “Madame Bovary”. “Nabokov creía en el internacionalismo de la literatura, en el genio individual que trasciende las circunstancias”, dice Boyd, que cita una afirmación de Nabokov: “Un gran escritor combina esas tres facetas –es narrador, profesor, brujo-, pero es el hechicero que lleva dentro lo que predomina”. Nabokov detestaba que los estudiantes copiaran, y comenzaba las clases sobre un libro subsanando los errores de traducción página por página.
Uno de los grandes apoyos que tuvo Nabokov fue el de “The New Yorker” . La editora Katharine White le publicó numerosos textos; a veces sugería hasta cuarenta cambios en un relato: las respuestas del escritor son brillantes y divertidas. Sus colaboraciones le proporcionaron ingresos y lectores mientras afrontaba sus proyectos más ambiciosos: la traducción de “Eugenio Oneguín” (acompañada de 1.200 páginas de comentario) y la redacción de “Lolita”. La publicación de esta novela tampoco fue fácil: apareció en 1955 en Olympia Press, una editorial pornográfica francesa y despertó una polémica en Inglaterra y EEUU antes de publicarse. Avalada por escritores como Graham Greene, “Lolita” se convirtió en un éxito gigantesco, fue llevada al cine e inventó el arquetipo de la nínfula. Nabokov dejó las clases; en 1961 se estableció en Suiza, y se dedicó a escribir (publicó nuevas obras como “Ada o el ardor” y firmó un contrato con McGraw Hill), a cazar mariposas, a revisar sus traducciones, y a recibir a periodistas, editores y fans.
Nabokov era atrabiliario y bromista, desdeñaba a muchos escritores contemporáneos y tuvo algunos desencuentros en el mundo literario. Una de las relaciones más interesantes es la que mantuvo con el crítico Edmund Wilson : a pesar de que Wilson no entendía el humor de Nabokov, fueron amigos durante un tiempo. Más tarde, Wilson atacó la traducción de “Eugenio Oneguín”; Nabokov respondió con dureza. También se enfrentó a Field, que escribió una biografía inexacta. No pudo encontrarse con Solzhenitsyn, fue amigo de Jason Epstein y Alfred Appel, y agradeció un cumplido de Bishop: “Algunas de sus frases son tan buenas que casi me provocan una erección... y a mi edad, no es cosa fácil, ya sabe”.
Boyd habla de las ideas políticas de Nabokov: de su defensa del individuo y la libertad, de su rechazo a la censura y al antisemitismo, y de su oposición a las dictaduras: “Desprecio toda fuerza que ataque a la libertad de pensamiento”, declaró. También habla de su vida familiar: de su relación con Véra, que aprendió a conducir, le ayudaba en sus clases y revisaba sus traducciones; de su hijo Dmitri, que se haría cantante y que era aficionado al alpinismo y a las carreras de coches; de su hermano Kiril, que murió en un campo de concentración en Hamburgo; de su hermana Olga, a la que volvió a encontrar en Europa. La familia es uno de los elementos centrales de la elusiva autobiografía “Habla, memoria”: según Boyd, allí Nabokov critica a Freud más ferozmente que nunca, porque el vienés había profanado el amor familiar.
“Los años americanos” tiene mucha información valiosa. A veces, su gusto por el detalle hace que resulte reiterativa; en otras ocasiones, Boyd, mejor investigador que crítico, cae en la hagiografía o en la exageración: “Desde el punto de vista de la belleza formal, ‘Pálido fuego’ es probablemente la novela más perfecta jamás escrita”, afirma. O: “en el siglo XX, centenares de escritores creativos han estado vinculados a universidades, pero ninguno ha alcanzado el nivel literario de Nabokov”.
La edición tiene algunos defectos. El capítulo que compara las distintas versiones inglesas de “Eugenio Oneguín” no está traducido, sino adaptado. El uso de las traducciones de Anagrama de las obras de Nabokov produce contrasentidos. Boyd cuenta una discusión entre Nabokov y su traductor al francés, que escribía “nogal” por “shagbark” (“nogal americano”). Boyd cree que Nabokov tenía razón, y se remite al original para justificarlo: la versión en castellano cita la traducción de Aurora Bernárdez, que también prefería “nogal”. Parece una broma de Nabokov, pero es una pena que un libro que defiende “la pasión del científico y la precisión del artista” contenga errores como éste.
Brian Boyd. Vladimir Nabokov (Los años americanos). Traducción de Daniel Najmías. Anagrama. Barcelona, 2006. 964 páginas.
Esta reseña apareció en Artes & Letras en enero de 2007. Aquí, una entrevista clásica de The Paris Review.
5 comentarios
Daniel Najmías -
Saludos cordiales,
D.N.
Magda -
d -
coguionista -
Precioso texto, Dani (leído en el entresuelo de Goya 82)
Magda -
1. El lector debe tener cierto sentido artístico.
2. El lector debe ser socio de un club del libro.
3. El lector debe tener un diccionario.
4. El lector debe identificarse con el o la protagonista.
5. El lector debe concentrarse en el punto de vista socioeconómico.
6. El lector debe tener memoria.
7. El lector debe preferir una historia con acción y diálogo a una que no los tenga.
8. El lector debe haber visto antes la película basada en el libro.
9. El lector debe ser un autor en ciernes.
10. El lector debe tener imaginación.
¿Cuáles son las 4 buenas?