CORTE DE PELO (I)
UN CORTE DE PELO
Han ocurrido ya tantas cosas
imposibles en esta vida. No se lo piensa
dos veces cuando ella le dice que se prepare:
le va a cortar el pelo.
Se sienta en una silla de la habitación de arriba,
la habitación a la que a veces, bromeando, llaman
biblioteca. Hay una ventana allí
por la que entra la luz. La nieve cae
afuera mientras ella coloca hojas de periódico
alrededor de sus pies. Le pone una gran
toalla sobre los hombros. Luego
coge sus tijeras, el peine y el cepillo.
Ésta es la primera vez que han estado
solos desde hace tiempo –sin que uno de los dos
tenga que ir a algún sitio o que hacer algo.
Sin contar el momento
de irse juntos a la cama. Esa intimidad.
O la hora del desayuno. Esa otra
intimidad. Permanecen en silencio
y pensativos mientras ella le corta el pelo,
le peina y corta un poco más.
Afuera sigue nevando.
En seguida la luz empieza a retirarse de
la ventana. Él mira hacia abajo, distraído,
intentando leer
algo del periódico. Ella le dice,
“Levanta la cabeza”. Y él lo hace.
Luego dice: “A ver qué te parece”.
Él se acerca al espejo y está bien.
Justo como a él le gusta,
y se lo dice.
Más tarde, cuando enciende la luz
del porche, sacude fuera la toalla
y ve los rizos y mechones
de pelo blanco y negro volar hacia
la nieve y quedarse allí,
comprende algo: se ha hecho
un hombre adulto de verdad, un hombre maduro,
de mediana edad. Cuando era crío,
iba con su padre al barbero
y más tarde, de adolescente, ¿cómo
iba a imaginar que su vida
le concedería alguna vez el privilegio de
contar con una mujer preciosa con la que viajar,
con la que dormir y con la que desayunar?
No sólo eso –una mujer que una tarde
le cortaría en silencio el pelo
en una ciudad oscura sepultada con la nieve
a 3000 millas del lugar en el que se puso en camino.
Una mujer que se le quedaría mirando
Desde el otro lado de la mesa y le diría:
“Va siendo hora de que te sientes en la silla
del barbero. Es hora de que alguien te haga
un corte de pelo”.
RAYMOND CARVER.
Traducción de Jaime Priede.
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