CORTE DE PELO (II)
SAN VALENTÍN NEGRO
Le paso el peine por el pelo exuberante,
y dejo que piense en mi muñeca,
igual que la muñeca susurra a las cartas
con puntuación e inteligencia en el juego del solitario.
Lo no mucho que decir lo están diciendo
las tijeras en el broche y la pureza
de la mañana. Le he cortado el pelo durante
once años, y aun ahora, esta última vez, ocultamos
el miedo para preservar el baluarte
del placer. Querida mía, dice el pelo al rozarme
los muslos, mi único amor, de camino al suelo. Si el pelo
es un reflejo del alma, el alma obedece a nuestra gravedad, se apila
en montones animales y adora los pies. Permanecemos
en silencio, para que la paz nos irradie, como la cabecera de Berenice
flameando en los cielos. Si hubiera dioses,
deberíamos creer que dieron vida a sus cortadas guedejas
con más oscuridad que luz, y que el daño
cesó tras la campaña de Siria, y que
el daño cesó al levantar tú las cartas
de la mesa como un niño aburrido
de perder. Extiendo mi cabello, como una tienda, sobre nosotros,
para que la seguridad porte sus cabezas gemelas: una para encarar a la muerte;
la otra tan lastimosamente arrasada por el amor
que estampas la linterna del momento contra
la pared y me arrastras a nuestra vieja broma, la que
marca el Norte en mi firmamento: “Eh, nena”, dices
como un hombre que sabe vivir en este mundo, “eh”,
pasándome el brazo por la cadera, “¿qué haces
después del trabajo?”. Resulta estúpido preguntarse ahora si el pelo
que ella depositara en el altar, imaginando su poder sobre
su tránsito, estaba vivo o muerto.
TESS GALLAGHER
Traducción de Eduardo Moga.
Fotografía de Philippa Tetley.
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Fernando -