PRINCIPIO
Así empieza “Redimiré lo que empeñasteis”, uno de los relatos de Ten Little Indians, de Sherman Alexie. Xordica editará el libro próximamente:
Mediodía
Un día tienes una casa y al día siguiente no, pero no voy a contarte las razones particulares por las que soy una persona sin hogar, porque es mi historia secreta, y los indios tienen que trabajar duro para proteger sus secretos de los blancos hambrientos.
Soy un chico indio spokane, un salish del interior, y mi pueblo ha vivido en un radio de ciento cincuenta millas alrededor de Spokane, en Washington, durante al menos diez mil años. Crecí en Spokane, me marché a Seattle hace veintitrés años para ir a la universidad, me echaron por catear a los dos semestres, trabajé de obrero y cosas peores durante muchos años, me casé dos o tres veces, tuve dos o tres hijos, y después me volví loco. Por supuesto, “loco” no es la designación oficial de mi problema mental, pero tampoco creo que “trastorno asocial” lo defina, porque eso hace que parezca un asesino en serie o algo así. Nunca he hecho daño a otro ser humano, al menos físicamente. Rompí algunos corazones en mi época, pero todos lo hemos hecho, así que en ese sentido no soy nada especial. Además, soy un rompecorazones aburrido, porque nunca he abandonado a una mujer por otra. Nunca he salido o me he casado con más de una mujer al mismo tiempo. No pulverizaba corazones en una noche, los rompía despacio y cuidadosamente. No establecí ningún récord de velocidad huyendo por la puerta. Poco a poco, desaparecía. Y desde entonces he seguido desapareciendo. Pero no voy a contaros nada más sobre mi cerebro o mi alma.
No tengo hogar desde hace seis años. Si es posible ser un hombre sin hogar efectivo, supongo que soy efectivo. Ser un sin techo es probablemente lo único que se me ha dado bien en la vida. Sé dónde encontrar la mejor comida gratis. Me he hecho amigo de camareros y tenderos que me dejan usar sus baños. No me refiero a los baños públicos. Me refiero a los baños de los empleados, los retretes limpios que están ocultos detrás de la cocina o la despensa o la bodega. Sé que parece raro estar orgulloso de eso, pero significa mucho para mí ser lo bastante digno de confianza como para mear en el baño limpio de otra persona. Puede que tú no comprendas el valor de un cuarto de baño limpio, pero yo sí.
Probablemente nada de esto te interesa. Probablemente yo no te intereso mucho. En Seattle hay indios sin hogar por todas partes. Somos comunes y aburridos, y pasas a nuestro lado, quizás con una mirada de ira o indignación o tristeza ante el terrible destino del buen salvaje. Pero tenemos sueños y familias. Soy amigo de un indio de las praderas sin hogar cuyo hijo es editor de un periódico muy importante en el este. Ésa es su historia, pero los indios somos grandes contadores de historias y mentirosos y fabricantes de mitos, así que a lo mejor ese vagabundo de las praderas es un simple indio viejo normal y corriente. Yo sospecho un poco de él, porque se describe como indio de las praderas, un término genérico, y no como miembro de una tribu específica. Cuando le pregunté por qué no me decía qué era exactamente, dijo: “¿Acaso sabe alguno de nosotros qué es exactamente?”. Sí, estupendo, un indio filósofo. “Eh”, le dije, “tienes que ser de casa para ser tan guapo”. Se echó a reír, me hizo un corte de mangas y se alejó. Pero seguramente querrás saber más sobre la historia que estoy intentando contarte.
Yo recorro las calles con un grupo habitual, mis compañeros de equipo, mis defensores y mi pandilla. Rose of Sharon, Junior y yo. Nos importamos los unos a los otros aunque no le importemos a nadie más. Rose of Sharon es una mujer grande, de aproximadamente 2,15 si mides la impresión general que produce, y de 1,50 si hablas del aspecto físico. Es una india yakama de la variedad wishram. Junior es colville, pero hay unas ciento noventa y nueve tribus que forman la confederación de los colville, así que puede ser cualquier cosa. Pero es guapo, como si acabara de salir de alguna campaña del Gobierno que recomendase no ensuciar la tierra. Tiene esos pómulos grandes que son como planetas, ya sabes, con pequeñas lunas que orbitan a su alrededor. Me da envidia, envidia y envidia. Si nos pones a Junior y a mí al lado, él es el Indio de antes de que llegara Colón y yo soy el Indio de después de que llegara Colón. Yo soy la prueba viviente del horrible daño que el colonialismo les ha hecho a nuestras pieles. Pero no voy a contarte lo que mucho que me asustan a veces la historia y sus formas. Soy un hombre fuerte, y sé que el silencio es la mejor manera de tratar a los blancos.
Esta historia empezó a la hora de comer, cuando Rose of Sharon, Junior y yo mendigábamos en el mercado de Pike Place. Después de dos horas de negociación, ganamos cinco dólares, lo bastante para una botella de coraje reforzado del 7-Eleven más hermoso del mundo. Así que fuimos hacia allí, sintiéndonos borrachos guerreros, y pasamos por una casa de empeños en la que no me había fijado nunca. Y era raro, porque los indios tenemos incorporado un radar para las casas de empeños. Pero lo más raro era el viejo traje de baile ceremonial de powwow que vi en el escaparate.
-Ése es el traje de mi abuela –les dije a Rose of Sharon y a Junior.
-¿Cómo estás tan seguro?
No estaba tan seguro, porque no había visto el traje indio de mi abuela en mi vida. Sólo había visto fotografías de mi abuela bailando con él. Y eso era antes de que alguien se lo hubiera robado, hacía cincuenta años. Pero sin duda se parecía a mi recuerdo de él, y tenía plumas y abalorios de los colores que mi familia siempre se cosía en sus trajes ceremoniales.
-Sólo hay una manera de estar seguro –dije.
Así que Sharon, Junior y yo entramos en la casa de empeños, y saludamos al blanco viejo que trabajaba tras el mostrador.
-¿Qué desean? –preguntó.
-Eso que hay en el escaparate es el traje ceremonial de mi abuela –dije-. Alguien se lo robó hace cincuenta años, y mi familia lo lleva buscando desde entonces.
El prestamista me miró como si fuera un mentiroso. Lo entendí. Las casas de empeños están llenas de mentirosos.
-No estoy mintiendo –dije-. Pregúntales a mis amigos. Te lo dirán.
-Es el indio más honrado que conozco –dijo Rose of Sharon.
-Vale, indio honrado –dijo el prestamista-. Te daré el beneficio de la duda. ¿Puedes demostrar que es el traje de tu abuela?
Como no quieren ser perfectos, porque sólo Dios es perfecto, los indios cosen fallos en sus trajes ceremoniales. Mi familia siempre cosía un abalorio amarillo en algún lugar del traje. Pero siempre lo escondíamos para que fuera difícil de encontrar.
-Si es de verdad de mi abuela –dije-, tiene que haber un abalorio amarillo escondido en alguna parte.
-Vale –dijo el prestamista-. Vamos a echarle un vistazo.
Sacó el traje del escaparate, lo puso sobre su mostrador de cristal, y buscamos el abalorio amarillo y lo encontramos escondido bajo el sobaco.
-Aquí está –dijo el prestamista. No parecía sorprendido-. Tenías razón. Es el traje de tu abuela.
-Ha estado desaparecido durante cincuenta años –dijo Junior.
-Eh, Junior –dije-. Es la historia de mi familia. Deja que la cuente yo.
-Vale –dijo-. Pido disculpas. Adelante.
-Ha estado desaparecido durante cincuenta años –dije.
-Es la triste historia de su familia –dijo Rose of Sharon-. ¿Vas a devolvérselo?
-Eso sería lo correcto –dijo el prestamista-. Pero no puedo permitirme hacer lo correcto. He pagado mil dólares por esto. No puedo tirar mil dólares.
-Podríamos ir a la policía y decirles que es robado –dijo Rose of Sharon.
-Eh –le dije-, no amenaces a la gente.
El prestamista suspiró. Pensaba en las posibilidades.
-Bueno, supongo que podríais ir a la policía –dijo-. Pero no creo que creyeran una palabra.
Parecía triste por eso. Como si lamentara sacar ventaja de nuestras desventajas.
-¿Cómo te llamas? –preguntó el prestamista.
-Jackson –dije.
-¿Es tu nombre o tu apellido?
-Los dos.
-¿En serio?
-Sí, es verdad. Mi madre y mi padre me llamaron Jackson Jackson. El apodo de mi familia es Jackson al Cuadrado. Mi familia es graciosa.
-De acuerdo, Jackson Jackson –dijo el prestamista-. Tú no tienes mil dólares, ¿verdad?
-Tenemos cinco dólares en total –dije.
-Es una pena –dijo, y pensó en las posibilidades-. Te lo vendería por mil dólares si los tuvieras. Demonios, para ser justos, te lo vendería por novecientos noventa y nueve dólares. Perdería un dólar. Sería lo más ético en este caso. Perder un dólar sería lo correcto.
-Tenemos cinco dólares en total –dije otra vez.
-Es una pena –volvió a decir y pensó de nuevo en las posibilidades-. ¿Qué te parece esto? Te doy veinticuatro horas para reunir novecientos noventa y nueve dólares. Vuelve mañana a la hora de comer y te lo venderé. ¿Qué te parece?
-Me parece bien.
-De acuerdo, entonces –dijo él-. Trato hecho. Y te ayudaré a empezar. Aquí tienes veinte dólares para empezar.
Abrió su cartera y sacó un billete arrugado de veinte dólares y me lo dio. Rose of Sharon, Junior y yo caminamos hacia la luz del día para buscar novecientos noventa y nueve dólares.
He tomado esta imagen de Seattle de aquí.
1 comentario
Jenny Jirones -
s.c.