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Daniel Gascón

INDIOS Y VAQUEROS

INDIOS Y VAQUEROS

B. R. Myers ha escrito sobre “la prosa musculosa” de Cormac McCarthy:

“Veamos un fragmento de En la frontera (1994), parte de la aclamada Trilogía de la Frontera: ‘Comió el último de los huevos y limpió el plato con la tortilla y comió la tortilla y bebió lo que quedaba de café y se limpió la boca y miró hacia arriba y le dio las gracias’.  

Los escritores de thrillers saben guardarse este tipo de sintaxis para escenas de mucho movimiento: ‘y su grito de miedo salió en forma de gárgara sangrienta y se murió, y Wolff no sintió nada’ (Ken Follett, La clave está en Rebeca, 1980). En la frase de McCarthy el flujo de palabras sin puntuación no tiene relación con la naturaleza lenta y mecánica de lo que se describe. ¿Y por qué repetir ‘tortilla’? Cuando Hemingway escribió ‘pequeños pájaros volaban en el viento y el viento movía sus plumas’ (‘In Another Country,’ 1927), estaba, como señala David Lodge en El arte de la ficción, creando dos imágenes de la manera más sencilla posible. La repetición de ‘viento’ subraya la inmediatez del referente y al mismo tiempo recuerda el viento de Milán en otoño. La segunda ‘tortilla’ de McCarthy está allí, como la sintaxis, para llamar la atención sobre el propio escritor. Por lo que la frase nos dice, podría haberse escrito así: ‘Comió el último huevo. Limpió el plato con la tortilla y se la comió. Bebió lo que quedaba de café y se limpió la boca. Miró hacia arriba y le dio las gracias’. Si McCarthy hubiera escrito eso, los críticos le habrían reprochado su prosa poco sofisticada. Pero la primera versión no es más informativa o eufónica que la segunda, que al menos puede leerse en voz alta con naturalidad. (McCarthy es célebre por su aversión a leer en público.) Todo lo que dice el original es: ‘Me expreso de forma distinta a ti, luego son un Escritor’.

El mismo mensaje transmite el severo tono bíblico que recorre todas las novelas recientes de McCarthy. Abundan los paralelismos y las formulaciones pseudo-arcaicas: ‘Se encontraron y salieron cada día en la oscuridad antes de que se hiciera de día y comieron carne y bizcocho y no hicieron fuego alguno’, ‘y siempre serían así y nunca de otra manera’ ‘no cabalgaba ni un alma salvo él’, etc.

Se supone que el lector debe ser arrastrado por la corriente del lenguaje. En la reseña del New York Times sobre En la frontera, Robert Hass elogió el efecto: ‘Es una escritura directa, una sinuosa acumulación de oraciones compuestas, tacañería con las comas, y una embrujadora repetición de palabras… Cuando este estilo está establecido, firme, desmayadamente hipnótico, la crudeza y sinuosidad de las frases... se reúnen de una manera mágica’. La palabra clave es ‘acumulación’. Como Proulx y muchos otros, McCarthy depende más de una verborrea a veces adecuada y a veces no que en el uso cuidadoso de las palabras justas. (…)

Como aficionado a las películas del Oeste, me niego a discutir el mito de que un paisaje salvaje puede investir de un significado épico a las vidas de sus habitantes. Pero las novelas toleran moderadamente el lenguaje épico. Registrar con la misma majestuosidad sombría cada aspecto de la vida de un cowboy, desde una pelea a cuchillo hasta un burrito que se toma a la hora de comer, es crear algo que sólo puede describirse como kitsch. Nos enteramos de que en el Oeste hasta una resaca es algo especial.

Se alejaron en direcciones separadas a través del chaparral para quedarse de pie con las piernas abiertas y vomitando. Los caballos levantaron sus cabezas. Era un sonido que no habían oído nunca. En el crepúsculo gris esas arcadas parecían el eco de una especie ruda y provisional en esa tierra baldía. Algo imperfecto y mal formado se alojaba en el núcleo del ser. Una cosa que sonría desagradablemente en los ojos de la gracia como una gorgona en un charco en otoño. (Todos los hermosos caballos)

Es un pasaje extraordinario que puede hacer que levantes la cabeza, dondequiera que estés, y te preguntes si hay una cámara oculta en algún sitio. Puedo aceptar con esfuerzo la idea de que los caballos son capaces de confundir las arcadas humanas con la llamada de los animales salvajes. Pero ‘animales salvajes’ no es lo bastante épico: McCarthy tiene que vender humo sobre alguna ‘especie ruda y provisional’, como si el cuadrúpedo medio tuviera unos modales impecables en la mesa y un plan de pensiones. Después pasa de la perspectiva de los caballos a la del narrador, aunque a qué se refiere ‘algo imperfecto y mal formado’ sigue sin estar claro. La última media frase sólo aumenta la confusión. ¿Es esta ‘cosa que sonríe desagradablemente en lo profundo de los ojos de la gracia’ la misma cosa que se encuentra ‘alojada en el núcleo del ser’? ¿Y qué hace ‘una gorgona’ en un charco? ¿O está mirando? ¿Y por qué un charco ‘de otoño’? Dudo que McCarthy pueda explicar nada de esto, probablemente sólo le gusta cómo suena.

Ningún novelista con sentido del ridículo puede escribir esas tonterías. Aunque a veces sus personajes se meten unos con otros, McCarthy es uno de los escritores más desprovistos de humor de la historia de Estados Unidos. En este extracto el tema son los caballos.

Dijo que las almas de los caballos reflejan las almas de los hombres más fielmente de lo que los hombres piensan y que los caballos aman la guerra. Los hombres dicen que lo han aprendido pero él dijo que ninguna criatura puede aprender aquello que no se adecua a la forma de su corazón… Finalmente dijo que había visto las almas de los caballos y que eran una cosa terrible de ver. Dijo que en ciertas condiciones se la podía ver asistiendo a la muerte de un caballo porque el caballo comparte un alma común y su vida separada sólo se forma de todos los caballos y la hace mortal. Finalmente John Grady le preguntó si no era cierto que si todos los caballos desaparecieran de la faz de la tierra el alma del caballo también perecería porque no habría nada que la llenara pero el viejo sólo dijo que era absurdo hablar de que no hubiera caballos en el mundo porque Dios no permitiría algo así. (Todos los hermosos caballos)

Cuanto más nos alejamos de nuestro pasado de cowboys, más delirante se vuelve la hipofilia que le atribuimos. Más central, especialmente si tenemos en cuenta el elogio de The New York Times a los ‘diálogos realistas’ de esta novela, es la falta de elocuencia de la conversación. Se supone que los cowboys hablan en español con un mexicano, lo que ya es una condición complicada para empezar, pero por el tono de la conversación pensarías que era antiguo hebreo. ¿Y no debería Grady satisfacer nuestra curiosidad y descubrir qué aspecto tiene el alma de un caballo, en lugar de buscar un dogma hipotético de teología equina? Casi esperas que pregunte cuántas almas de caballo caben en la cabeza de un alfiler.

Todos los hermosos caballos recibió el National Book Award en 1992. ‘Nunca hasta ahora’, escribió el jurado en su fatua declaración, ‘nos había dado el mundo inhumano su canon sagrado’. Qué diferencia marca un estilo pseudo-bíblico; este llamado canon tiene poco que ofrecernos, más allá de la creencia convencional de que los caballos, como los perros, nos sirven lo bastante bien como para merecer que los excluyamos de nuestra aplastante indiferencia por la vida animal. (Nadie ve el alma de una vaca.) La ficción de McCarthy puede ser menos divertida que el género del western, pero su visión del mundo es la misma. Y también sus personajes: los cowboys silenciosos, las mujeres ‘a las que les gusta ver cómo come un hombre’, los salvajes aulladores (para ser justos con el western: el retrato que hace McCarthy de los nativos americanos en Meridiano de Sangre [1985] es mucho más ofensivo que los de Louis L’Amour.)

En la imagen, Cormac McCarthy.

 

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