EN BUENA COMPAÑÍA
He publicado este artículo en la revista Laberintos.
Las ciudades me parecen el mejor lugar para vivir. Necesito medio millón de personas a mi alrededor para tener algo de intimidad. Y por eso las ciudades también me parecen el espacio literario por excelencia, y me encantan los escritores vinculados a ciudades. Me gusta vivir en Zaragoza, y escribir y leer cosas que suceden aquí. Para empezar, están las historias de 700.000 personas, y las relaciones que todos esos habitantes tienen entre ellos. Zaragoza siempre ha sido un lugar de encuentro, de cruce de caminos y trenes y puertos fluviales, de intercambio, editoriales, viajeros y mezcla. Y me emociona pensar en las historias que se han vivido en Zaragoza durante más de 2000 años, y las que se siguen viviendo e imaginando en este momento.
Ramón J. Sender escribe en Crónica del alba: “Como se puede suponer, yo era un gran andarín, y en pocos días me recorrí la ciudad entera ‘de arriba abajo’. Lo mismo que en la aldea necesitaba saber lo que en cada barrio sucedía a cada hora del día para poder sentirme a gusto en mi piel”. Yo copio a Pepe Garcés y me gusta mucho pasear por Zaragoza e imaginar historias que pasan a mi alrededor. Disfruto localizando novelas, cuentos, películas y series de televisión que a veces escribo, y que otras veces sólo duran unos segundos en mi cabeza, mientras espero que el semáforo se ponga verde.
Normalmente pienso en historias de amor y familia y comedias románticas, pero también imagino que hay una escena de thriller en una escalera de incendios cerca de la calle Ramón y Cajal, y tramas de corrupción que investigan reporteros de Heraldo de Aragón que salen a fumar a la calle San Clemente. Me gustaría hacer una serie de televisión que sucediera en Zaragoza, y me imagino el skyline con los puentes sobre el Ebro y la Torre del agua en los títulos de crédito del principio. Me gusta pensar en chicos y chicas solos que conducen por el tercer cinturón de noche, después de dejar a sus novios en casa, o que cruzan el puente de Piedra al regresar del cine un domingo por la noche. También imagino a un escritor a tiempo parcial que vive en la avenida Gómez Laguna, y habla con su vecina adolescente en el parque de la urbanización, cuando él va a sacar la basura y ella fuma un cigarrillo a escondidas. Y también pienso en las historias que podrían pasar en librerías que se parecen a Antígona o Los portadores de sueños.
Algunas terrazas junto al Ebro tienen un aire francés estupendo, y la zona del Mercado Central me hace pensar en Lisboa. Los fines de semana voy a comer a la casa de mis padres en Garrapinillos. Como todo el mundo sabe, Garrapinillos es parte de Zaragoza y el escenario perfecto para una película francesa, con una chica algo cabreada que a lo mejor trabaja en uno de los bares de la plaza del barrio, bajo la torre de la iglesia que fue el primer proyecto de Ricardo Magdalena.
Me gusta imaginar a personajes de ficción que charlan por las calles que conozco y en las que me han pasado cosas, y pensar en historias que suceden en el Parque Grande, que es el lugar donde aprendí a ir en bicicleta y donde besé a una chica por primera vez. A veces voy a correr por las tardes. Y en el Parque Grande, como en todas partes, la realidad supera a la ficción: me intrigan las historias de la gente de todas las edades que corre o pasea por allí, y alguna vez me he encontrado con Fernando Sanmartín en bicicleta y Túa Blesa con su perro.
Disfruto paseando por los lugares que aparecen en los libros. Me hace gracia que el Cantar de Roldán empiece en Zaragoza, me da un poco de pena que en Zaragoza no entrasen Don Quijote ni George Orwell y a veces me pregunto si una viuda que cita Ynduráin y quería viajar a Zaragoza porque allí trataban muy bien a las viudas consiguió llegar alguna vez. También me gustan las palabras de Pedro Saputo: “En cuanto a mi gusto, iría a Castilla por necesidad, a Andalucía por curiosidad, en Barcelona viviría tres meses, en Valencia un año, y en Zaragoza toda la vida”. Cuando paso por el Arco del Deán recuerdo una escena que sale en Fortunata y Jacinta, muy cerca de la calle Pabostría, donde transcurre un cuento de mi padre, Antón Castro, en el que aparece un francotirador, y a unos pocos metros de la ruta que sigue Miguel Mena en 1863 pasos, frente a un piso que sale en Saber perder, de David Trueba. En los autobuses urbanos siempre me acuerdo de un relato de Mariano Gistaín. Me gustan los bloques de viviendas de protección oficial que salen en los libros de Eva Puyó, me gusta ver el hotel NH que aparece en un cuento de Cristina Grande, e ir a las piscinas en las que reparte cervezas un personaje de Ismael Grasa. Imagino a los protagonistas de Cuentos de San Cayetano de José Antonio Labordeta cerca del Mercado Central, a los personajes de José María Conget protegiéndose del viento y las miradas tras las esquinas, y cuando pienso en el Paseo de la Independencia me acuerdo de Dientes de leche. Si voy a las Fuentes recuerdo los libros de Félix Romeo, y me gusta pensar que estoy muy cerca de Montemolín, el barrio de los cuentos de Rodolfo Notivol. Además, la literatura también sirve para acortar distancias y ajustar la geografía: Montemolín limita con Newark, la ciudad de Junot Díaz y de Philip Roth, y gracias a los libros de Pisón Zaragoza está mucho más cerca de Baltimore, el lugar donde viven muchos personajes de Anne Tyler.
Siempre se ha escrito mucho de esta ciudad. Está llena de historias verdaderas y relatos de ficción muy distintos, desde el romance de Gaiferos hasta los poemas de Nacho Escuín y Octavio Gómez Milián, pasando por Mor de Fuentes, Jesús Moncada, Miguel Labordeta, Giménez Corbatón, Soledad Puértolas, Cees Noteboom, Daniel Nesquens, Fernando Sanmartín o Peter Handke. Además, ha crecido mucho en estos años, y ha incorporado a gente de muchos países. Espero que pronto tengamos escritores chinos, rumanos, marroquíes, ecuatorianos y neozelandeses de Zaragoza. Las novelas, los poemas, los cuadros, las canciones y las películas aumentan geométricamente el tamaño y la belleza de las ciudades. Con sus maravillas y sus desastres, Zaragoza es mi ciudad, la ciudad de muchos de mis amigos y de muchos de los escritores que más me han marcado. He vivido en bastantes sitios, pero en Zaragoza tengo la sensación de que los personajes de sus relatos caminan a mi lado, y me parece que paseo en la mejor compañía.
La fotografía es de Pippi Tetley.
2 comentarios
Chus -
No escribas tan bien, que abrumas. Es broma. Da gusto leerte.
Pilar de la Fuente -