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Daniel Gascón

SAMUEL JOHNSON Y SUS AMIGOS

SAMUEL JOHNSON Y SUS AMIGOS

 

Adam Gopnik escribe sobre dos biografías de Samuel Johnson: Samuel Johnson (Harvard), de Peter Martin, y Samuel Johnson: The Struggle (Basic) de Jeffrey Meyers:

1.

“Samuel Johnson llegó a Londres en marzo de 1737, a los veintisiete años de edad. Escapaba de un intento fracasado de dirigir una escuela rural, junto a su pupilo preferido, un aspirante a actor de veinte años llamado David Garrick. Aunque Garrick se abrió camino hasta el escenario, y el estrellato, Johnson no tuvo suerte en su sueño de convertirse en un escritor y un ingenio de Londres durante mucho tiempo. Tuvo la desgracia de llegar a Londres en un tiempo no tan distinto al nuestro, cuando los viejos medios estaban en crisis y los nuevos apenas pagaban. La práctica del mecenazgo aristocrático, en el que los peces gordos pagaban por los elogios de sus escritores favoritos, estaba en decadencia, y el nuevo orden de las clases medias, en el que los editores podían pagar dinero de verdad por las novelas y las obras de teatro, todavía no funcionaba. La única manera de ganarse la vida era publicar, por un dinero ridículo,  en las pocas revistas que existían, mostrando las carpetas y mendigando encargos. En sus primeros años, hizo traducciones del francés y de los clásicos, escribió breves biografías de militares y panfletos que se burlaban del gobierno. Después encontró trabajo como re-redactor para todo en el Gentleman’s Magazine. Siempre recordaría lo agradecido que se sentía al encontrar una taberna donde pudiera encontrar una comida decente por medio chelín. (El nuevo orden también había producido una clase de escritores permanentemente amarga y desempleada, que habían querido ser popes pero habían terminado prácticamente como mendigos, y se ganaban la vida con panfletos y textos de cotilleos, creando un ruidito ratonil de malicia que hace de contrapunto a la grave sonoridad de Johnson.) Había dejado una esposa en su nativa Litchfield, una viuda que era considerablemente mayor que él; alguna vez había imaginado que sus triunfos en Londres le ayudarían a conquistarla.

Lo bueno de esos años es que aplastaron cualquier tendencia a la pedantería que pudiera tener Johnson. De niño, había sido una suerte de prodigio, espoleado por un padre tremendamente entusiasta (y librero); una corta estancia en Oxford, cuando era todavía una escuela de niños ricos, lo dejó amargado; y su breve tiempo como profesor rural fracasado no lo hizo más feliz. Pero en Londres se hizo amigo de escritores de verdad: no eran señores ni gente de los bajos fondos, sino hombres que escribían para ganarse una vida bastante dura: Richard Savage, el apasionado, carismático y a menudo vagabundo poeta que tenía los modales exquisitos del aristócrata venido a menos que decía ser; el extravagante impostor George Psalmanazar, que decía haber sido criado en Formosa y había inventado un idioma formosano; aprendices de imprenta y libreros y actores, como Thomas Sheridan (el padre de Richard), y, más tarde, Samuel Foote. De manera bastante conmovedora, Johnson los aceptó a todos según lo que ellos pensaban de sí mismos: consideraba a Psalmanazar un sabio y se tomaba en serio las ridículas pretensiones de Savage, que decía ser el olvidado hijo de una condesa. No fue rechazado; uno de sus primeros poemas, “London”, que pretendía describir el shock de su llegada a la ciudad, recibió la aprobación y la adhesión de Alexander Pope –como si un joven recién llegado a Nueva York consiguiera los elogios de Philip Roth".

2.

“La píldora de la vida podía endulzarse: sobre todo, con la amistad. Johnson convirtió la vida social en una religión: cenaba con amigos todas las noches, adoraba su pequeño círculo de amigos íntimos, y finalmente insistía en que el “Club Literario” que formaban era el mejor club de la historia de la humanidad (Goldsmith, Reynolds y Burke eran algunos de sus miembros). “Mi vida es una larga huida de mí mismo”, dijo, y corría a la mesa para escaparse. En su conversación hay pocos momentos más brilantes que sus descripciones de las consolaciones que ofrecen los sofás con mujeres guapas y, sobre todo, buena comida en tabernas bien dirigidas:

No hay ninguna casa (dijo) en la que la gente se pueda divertir tan bien como en una taberna. Pese a la abundancia de cosas buenas que haya, a la grandeza, incluso a la elegancia, pese al deseo de que todo el mundo se encuentre a gusto, en una casa siempre hay algo de ansiedad y preocupación. El anfitrión está ansioso por entretener a sus invitados; los invitados están ansiosos por ser agradables. Mientras que, en una taberna, hay una liberación general de la ansiedad. Estás seguro de que eres bienvenido: y cuanto más ruido haces, cuantos más problemas creas, cuantas más cosas buenas pides, más bienvenido eres.

Johnson fue con frecuencia un hombre triste, pero nunca un hombre encerrado. No soñaba con la soledad, sino con convertirse en el hombre sofisticado, de buen humor y buenas maneras y adecuado para cualquier circunstancia que fue siempre su ideal”.

3.

“Todo hombre famoso queda simplificado en una sola palabra: Darwin es la evolución, Wilde es el ingenio; Mill, la libertad, y Johnson, su diccionario. En vida, lo llamaban Dictionary Johnson, y si Boswell no hubiera existido, es probable que todavía se le recordase así. Esa gran innovación fue, en cierto modo, empresarial: en lugar de darse de cabezazos contra la roca del periodismo de un penique por línea para siempre, se le ocurrió un proyecto lo bastante grande como para atraer atención y suscriptores. Empezó el diccionario con un consorcio de libreros en 1746 y trabajó en él infatigablemente hasta que lo llevó a la publicación, una década más tarde, un tiempo que también estuvo marcado por la muerte de su esposa.

El propósito aparente del diccionario, establecer y “fijar” el lenguaje, era una quimera. Su propósito implícito y real era convencer a un mundo nuevo de lectores de clase media de que había reglas, y de que alguien podía enseñárselas. Hombres jóvenes en la calle, gente en barcos en el Támesis, y damas cultas en las cenas se dirigían a él, hacían acopio de coraje y le preguntaban cómo se pronunciaba ‘irreparable’. A veces a Johnson lo molestaban esas constantes demandas para que fuera el Hombre de Palabras número uno, lleno de sabias definiciones. Como dijo una vez: ‘Todos sabemos qué es la luz, pero no es fácil decir qué es.”

He tomado la imagen del Literary Club aquí.

 

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