ESCUELA
Dexter Filkins ha escrito este reportaje sobre Afganistán:
“Una mañana de hace dos meses, Shamsia Husseini y su hermana caminaban por las calles embarradas hacia la escuela local para niñas cuando un hombre llegó junto a ellas en su motocicleta e hizo lo que parecía una pregunta ordinaria.
-¿Vais a la escuela?
Después el hombre le quitó el burka a Shamsia y le echó ácido en la cara. Las cicatrices, descoloridas e irregulares, se extienden ahora por los párpados de Shamsia y por la mayor parte de su mejilla izquierda. Estos días, su visión es borrosa, y le cuesta leer. Pero si el ataque con ácido a Shamia y 14 personas más –entre alumnas y profesoras- pretendía aterrorizar a las chicas para que se quedaran en casa, ha fracasado completamente.
Hoy, casi todas las chicas heridas han vuelto a la Escuela para Chicas Mirwais, incluyendo a Shamsia, cuya cara tenía unas quemaduras tan graves que hubo que mandarla al extranjero para que la trataran. Y quizás algo todavía más destacabele es que casi todas las demás estudiantes en esta comunidad profundamente conseravdora también han vuelto: unas 1.300 en total.
-Mis padres me dijeron que siguiera viniendo a la escuela incluso aunque me maten –dijo Shamsia, de 17 años, después de clase. Su madre, como casi todas las mujeres adultas en el area, no sabe leer ni escribir. ‘La gente que me hizo esto no quiere que las mujeres estudien. Quieren que seamos estúpidas’.
En los cinco años que han pasado desde que el Gobierno japonés construyó la escuela, parece haber lanzado una especie de revolución social. Incluso mientras los talibanes aprietan su cerco en torno a Kahdahar, las chicas van a la escuela cada mañana. Muchas de ellas caminan más de tres kilómetros desde sus casas en las colinas.
Las chicas corren por el recreo amurallado del recreo, muchas con ropas que las cubren de la cabeza a los pies, moviéndose y riéndose de una manera que es inconcebible fuera, para mujeres de cualquier edad. Mirwais no tiene electricidad regular, ni agua corriente, ni aceras. A las mujeres se las ve pocas veces, cubiertas con burkas que despojan sus cuerpos de formas y hacen sus caras invisibles.
Y por tanto resulta especialmente escalofriante que el 12 de noviembre, tres parejas de hombres en motocicletas empezaran a rodear la escuela. Uno de los equipos utilizó un espray, otro una pistola de chorro, otro una jarra. Hirieron a 11 chicas y 4 docentes; 6 fueron al hospital. Shamsia se llevó la peor parte.
Los ataques parecían ser obra de los talibanes, el movimiento fundamentalista que batalla contra el gobierno y la coalición guiada por Estados Unidos. La prohibición de la educación para las niñas es uno los símbolos del gobierno talibán, antes de que fueran expulsados del poder en noviembre de 2001.
Construir nuevas escuelas y asegurarse de que los niños –y especialmente las niñas- asisten ha sido uno de los objetivos principales del gobierno y las naciones que han contribuido a la reconstrucción de Afganistán. Algunos de los estudiantes de la escuela tienen en torno a los 20 años, y van a la escuela por primera vez. Sin embargo, al mismo tiempo, en la guerra de guerrillas que se desarrolla en el sureste y el este de Afganistán, los talibanes han hecho de las escuelas uno de sus objetivos especiales.
Pero es un misterio quién estaba detrás del ataque. Los talibanes negaron su participación. La policía arrestó a ocho hombres, y, poco después, el ministerio del Interior lanzó un vídeo que mostraba las confesiones de los dos hombres. Uno de ellos decía que un funcionario del servicio de inteligencia pakistaní le había pagado para que cometiera el ataque.
Pero en una rueda de prensa la semana pasada, Hamid Karzai, el presidente de Afganistán, dijo que no existía esa implicación de Pakistán.
Una cosa está clara: en los meses anteriores al ataque, los talibanes se habían trasladado a la zona de Mirwais y al resto de los suburbios de Kandahar. Entonces empezaron a aparecer carteles en las mezquitas locales.
‘No dejéis que vuestras hijas no vayan a la escuela”, decía uno de ellos.
En los días posteriors al ataque, la escuela para chicas Mirwais estaba vacía: ningún padre dejaba que sus hijas salieran fuera. Entonces el director, Mahmood Qadari, se puso a trabajar.
Tras cuatro días de mirar las clases vacías, Qadari convocó una reunión. Cientos de padres y madres acudieron a la escuela, y Qadari les imploró que dejaran regresar a sus hijas. Tras dos semanas, algunas volvieron.
Así, Qadari, cuyas tres hijas viven en el extranjero, consiguió el apoyo del gobierno local. El gobernador prometió más policía, un paso de peatones en una carretera cercana de mucho tráfico, y, lo más importante, un autobús. Qadari convocó otra reunión y les dijo a los padres que no había ninguna razón para retener a sus hijas.
-Les dije: ‘Si vuestras hijas no van a la escuela, el enemigo gana’. Les dije que no se rindieran a la oscuridad. La educación es la forma de mejorar nuestra sociedad”.
La foto, de Danfung Denis, apareció en The New York Times, como el artículo.
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