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Daniel Gascón

AVIONES Y TERROR

Escribe Christopher Hitchens:

“Estamos llegando a un momento en el que las noticias dobles se escriben prácticamente solas. Nada más ser detenido el musulmán fanático y homicida resulta que él (no pasará mucho tiempo antes de que también sea ella) era conocido por las autoridades desde hacía mucho tiempo. Pero de alguna manera la lista de vigilancia, los avisos, los muchos informes de sus colegas y familiares preocupados, la aparición de su nombre en un ‘depósito central de información’ no impiden que el sospechoso embarque en un avión, cambie de vuelo, o meta en un avión lo que le apetezca. Esta es una tradición que se remonta a varios de los asesinos que secuestraron los aviones civiles el 11 de septiembre de 2001, tras haber llamado la atención, ya sea por a) estar en listas de vigilancia o b) un comportamiento extraño en escuelas de vuelo del corazón de Estados Unidos. Ni siquiera se molestaron en cambiar de nombres.

Así que ahora es más o menos rutina para los culpables. (No uso la presunción de inocencia sobre Omar Faruk Abdulmutallab.) Pero parpadea en la página y al instante podrás ver un imperativo diferente para los inocentes. ‘Se añaden nuevas restricciones para los viajeros,’ dice el titular inevitable justo debajo del informe sobre la notoriedad de Abdulmutallab, cuyo padre había se había sentido lo suficientemente alarmado como para informar de su hijo a la Embajada de EE.UU. en Abuja, Nigeria, hace algún tiempo. (Por cierto, aventuro una predicción segura: nadie en la embajada o en cualquier otro lugar en nuestro sistema de seguridad nacional perderá su puesto de trabajo como consecuencia de este reciente y vergonzoso episodio.)

Cuando era niño, había señales en los autobuses ingleses que decían: ‘No escupir’. En mi más tierna edad podía deducir que la mayoría de las personas no necesitan que se les diga esto, mientras que los que sienten el deseo de expectorar en el transporte público requieren algo más que una señal para desanimarlos. Pero estaría perdiendo mi tiempo al señalar esto a nuestros protectores majestuosos e insomnes, que ahora proponen con valentía evitar que los pasajeros de avión abandonen sus asientos durante la última hora de cualquier vuelo. Abdulmutallab hizo su apuesta en la última hora de su vuelo, después de todo. Sí, eso servirá. También es increíblemente, mejor dicho, casi diabólicamente inteligente por parte de nuestros tutores que se sepa cuál será el límite de tiempo preciso. Ah, y por cierto, cualquier pasajero lo bastante corajinoso o resuelto como para levantarse y luchar también habrá violado la feliz nueva ley.

Durante algunos años después del 11-S, a los pasajeros se les prohibió levantarse y usar el baño en el puente aéreo entre Washington y Nueva York. ¡Tolerancia cero! Supongo que con el tiempo se le ha ocurrido a alguien que esta prohibición no detendría a una persona dispuesta a morir, por lo que se suprimió la regla. Pero ahora el principio ha sido revisado para vuelos internacionales. Durante muchos años después de la explosión del avión de la TWA en Long Island (un desastre que más tarde se descubrió que no tuvo nada que ver con el nihilismo religioso internacional), no podías subir a un avión sin te preguntaran si había preparado sus propias bolsas y si las habías tenido bajo tu control en todo momento. Estas dos preguntas harían que un posible secuestrador o terrorista respondiera, honesta y lógicamente, ‘sí’. ¡Pero responder ‘sí’ a ambas era una condición para subir al  avión! Con el tiempo, ese pedazo heroico se borró. [No en todas partes: a mí me han hecho las preguntas decenas de veces.] Pero ahora las dulces idioteces se acumulan. Nada en tu regazo durante la aproximación final. ¿Te sientes más seguro? Si fueras un asesino suicida, ¿te sentirías frustrado o disuadido?

¿Por qué no somos capaces de detectar o derrotar a los culpables, y por qué se nos da tan bien el castigo colectivo de los inocentes? La respuesta a la primera pregunta es: porque no podemos, o no lo haremos. La respuesta a la segunda pregunta es: porque podemos. El fallo aquí no es sólo de nuestros infinitamente incompetentes servicios de seguridad, que le dan el beneficio de la duda a personas que deberían haber sido detenidas hace mucho tiempo, o al menos tener sus visados y derechos de viaje revocados. También es de una opinión pública que tímidamente bala que deben hacer ‘que se sienta segura’. La demanda para satisfacer esa triste ilusión puede ser atendida con relativa facilidad pagas al número suficiente de personas para que rodeen y miren la pasta de dientes de los ciudadanos. Mi impresión como viajero frecuente es que los estadounidenses inteligentes no protestan contra esta inanidad por si al final son ellos los que atraen la atención, y los que terminan en una lista de prohibición de vuelos. Perfecto.

Se informó el fin de semana que, tras el fiasco de Detroit, no se tomó ninguna decisión oficial para aumentar el denominado ‘nivel de amenaza’ de naranja. ¡Naranja! ¿Es posible que fuera porque sería ridículo y asustadizo cambiarlo a rojo y realmente, realmente absurdo bajarlo a amarillo? ¿Pero no es igualmente descabellado (y revelador), inmediatamente después de un conocido extremista musulmán franquee bailando de cada frágil barrera, dejarlo en el nivel del día anterior?

Lo que nadie piensa, desde los puestos de autoridad, es que seamos tan maduros como para que nos cuenten lo siguiente: es mejor que os acostumbréis a ser los civiles que están bajo un asalto implacable y planificado de los partidarios conjurados de una ideología teocrática malvada. Estas personas se matan para atacar hoteles, bodas, autobuses, metro, cines y trenes. Consideran a los judíos, los cristianos, los hinduístas, las mujeres, los homosexuales y los musulmanes disidentes (por dar sólo algunos ejemplos) las víctimas de una masacre ordenada por mandato divino. Nuestra aviación civil es sólo el símbolo más psicológicamente aterrador de un gran número de objetivos potenciales. Los asesinos futuros en general no vendrán de los campamentos de refugiados o de barrios pobres (aunque se les adoctrina cada día en nuestras prisiones), sino que vendrán con frecuencia de medios educados, y a menudo no vendrán del extranjero. Ya están en nuestros barrios residenciales y en nuestras fuerzas armadas. Podemos esperar bajas. La batalla continuará durante el resto de nuestras vidas. Los que planean nuestra destrucción saben lo que quieren, y están dispuestos a matar y morir por ello. Los que no entienden esto prefieren quejarse de la ‘guerra sin fin,’ accidentalmente diciendo la verdad sobre algo de lo que el atentado frustrado de Navidad en Michigan fue sólo un anticipo. Mientras nosotros manejamos torpemente el eufemismo y la burocracia, ellos vuelan libremente”.

He tomado la imagen aquí.

 

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