EN EL CASTILLO DE LORD DUNSANY
EL VIAJE
Edward John Moreton Drax Plunkett, Lord Dunsany, es uno de los padres de la literatura fantástica. Su obra influyó a autores como Borges, Lovecraft o Tolkien. La semana pasada fui a visitar su castillo, que empezó a construirse a finales del siglo XII y es una de las casas más antiguas de Irlanda. Allí viven los actuales señores de Dunsany, la arquitecta retirada Maria Alice de Marsillac y el pintor Edward Carlos Plunkett, nieto del escritor.
El Dunsany Castle está en County Meath, a unos 40 minutos en coche de Dublín. Nada más entrar en la propiedad, se ve la iglesia de San Nicolás, del siglo XV, donde se rodó una secuencia de ‘Braveheart’. El día anterior me había enterado de que la actual Lady Dunsany echó a unos cazadores de sus terrenos con una escopeta en la mano, así que fue un alivio que abriera la puerta del castillo Randall, el heredero del título. Las paredes de la entrada están cubiertas de espadas y pistolas, hay dos armaduras y un mueble oriental con un par de cascos persas. En esa atmósfera medieval y bélica, un cuadro y una escultura de Edward Carlos Plunkett, con formas geométricas, parecen fuera de contexto. El de barón de Dunsany es uno de los títulos nobiliarios más antiguos de Irlanda; data del siglo XV y, como lo concedían los británicos, la familia resalta su origen normando y su vinculación con Francia: tiene un banco con una estatua de Napoleón y recuerda que tuvo que abandonar Irlanda en el siglo XVII, a causa de la invasión de Cromwell. Según Lady Dunsany –que hace de guía por el castillo porque su marido está enfermo- parte de la familia huyó por un túnel parcialmente conservado que comunica el castillo con el cercano Killeen Castle.
Autor de más de 80 volúmenes de narrativa, memorias, teatro y poesía, pintor, cazador en África y en la India (la leyenda dice que mató a dos cebras en Piccadilly Circus porque nunca pudo cazar una en libertad), político frustrado, apasionado del cricket, campeón de tiro y creador de una variante de ajedrez, Lord Dunsany fue un amateur y excéntrico profesional. Nacido en Londres en 1878, el 18º barón de Dunsany es el personaje más destacado de una familia en la que también se encuentra el arzobispo católico Oliver Plunkett, ahorcado y descuartizado en 1681 y canonizado en 1975; por el lado materno, está emparentado con Richard Burton, traductor de ‘Las mil y una noches’. Recibió el título en 1899, tras estudiar en Eton y la escuela militar de Sandhurst. Ese mismo año, después de servir en Gibraltar, participó en la segunda guerra de los bóers. Sería el primero de una larga serie de encuentros con el peligro.
En 1904 se casó con Beatrice Child-Villiers, la acaudalada hija del conde de Jersey, y se trasladó al castillo. Beatrice se dedicó a él con fervor y toleró sus rarezas: Dunsany –que pasó gran parte de su vida entre sus fincas rurales en Inglaterra e Irlanda- estaba en contra de la sal de mesa de los restaurantes y siempre llevaba la suya encima, y no toleraba que se abrillantaran los muebles. Escribía en una habitación de lo alto del castillo, o en las cabañas de la propiedad; en los últimos años, él, que había matado rinocerontes, gacelas y leopardos –en expediciones que a veces requerían 72 porteadores-, emprendió una campaña para que no se cortara el rabo de los perros. “Más que escritor, quería ser pintor”, cuenta Lady Dunsany. “Fue a París con su mujer y vieron un cuadro de Renoir. A Beatrice le gustaba, pero Edward dijo: ‘¿Para qué queremos un Renoir? Yo ya soy un gran pintor’.” Aficionado a los cuentos de los hermanos Grimm, de Andersen y Poe, en 1905 publicó su primer libro, ‘Los dioses de Pegana’, donde elaboraba una cosmogonía con ecos del simbolismo y un lenguaje arcaizante, heredado de la Biblia del rey Jacobo. En obras como ‘El tiempo y los dioses’, ‘La espada de Welleran’ o ‘Cuentos de un soñador’ elaboró un imaginario del que han bebido Cunqueiro, C.S. Lewis o Robert E. Howard.
A través de su tío Horace –un modernizador agrícola que gastó buena parte de la fortuna familiar con sus experimentos-, entabló amistad con intelectuales como Lady Gregory; Gogarty, que serviría de inspiración para el personaje de Buck Mulligan en el ‘Ulises’ de Joyce, o el poeta nacionalista AE, que dijo que era “tan puro, fabuloso y raro como el unicornio”. Aunque luego se distanciaron, también despertó la admiración de W.B. Yeats, que prologó una selección de sus cuentos y lo animó a escribir teatro: Lord Dunsany compuso ‘The Glittering Afternoon’ en una sola tarde de 1909, y la pieza se representó un mes después en el Abbey Theatre. A Yeats le angustiaban su irregularidad e indolencia (“Es una desgracia haber nacido noble. Le vendrían bien serían cincuenta libras al año y una amante borracha”), pero aseguraba que sus obras “hacen que piense en joyas irlandesas, en una espada cubierta de arabescos indios, de San Marcos en Venecia, en palacios cubiertos de nubes al atardecer; pero todavía con más frecuencia en un estado de ánimo que alcancé durante unas semanas de sueño profundo y que desde entonces siempre he añorado y deseado”
En la creación de ese mundo también fueron importantes las ilustraciones de Sidney Sime, que están expuestas en el pasillo que lleva a una antigua capilla. En ella se ve una alfombra de tigre y medio cuerpo de un león. Hay un cuadro de Hamilton a medio restaurar y un tablero de ajedrez: Dunsany, que escribió uno de los mejores relatos sobre este deporte, ‘El gambito de los tres marineros’, empató con Capablanca. Un arcón contiene cientos de cartas en desorden (Plunkett se escribió con Kipling y Arthur C. Clarke, pero también hay cartas suyas dirigidas a su mujer); en otro lugar vemos los manuscritos. Lord Dunsany escribía a mano, con un lápiz de color, y luego repasaba el texto con tinta. “Mi marido se crió con su abuelo. A veces, después de que se mecanografiara el texto, copiaba un ejemplar a mano y lo firmaba por si la familia necesitaba venderlo.”
Vemos el manuscrito de ‘Carcasona’; de ‘My Talks with Dean Spanley’, en el que se basa la película ‘Dean Spanley’, con Sam Neill y Peter O’Toole; de ‘The Old Folk of Centuries’, lleno de dibujos de brujas y soles. También vemos un álbum de fotos de la guerra de los bóers y de la Primera Guerra Mundial. Junto a las fotos de los soldados, o de él en el frente –decía que las trincheras solo tenían 1,80 de alto y él medía 1,95-, hay dibujos de Lord Dunsany, que proponen una “Sugerencia de reorganización del vestido militar”. Se libró por poco de ir a Galípoli y perdió a un amigo en la Gran Guerra, F. Ledwidge, cuya poesía editó póstumamente. En la Segunda Guerra Mundial se enroló en la Home Guard en Inglaterra –le decepcionó que los nazis no llegaran a invadir la isla: quería combatirlos-, y ocupó la cátedra Lord Byron en Atenas, que abandonó ante el avance alemán. Sin embargo, sufrió su herida más grave en Irlanda en 1916, cuando ayudaba a las fuerzas británicas frente a los rebeldes irlandeses. Y murió de apendicitis en 1957, a los 79 años.
Después de comer en una sala en la que cuelgan retratos de los personajes de la familia, cerca de una colección de objetos del movimiento Arts & Crafts, subimos a la biblioteca. La piel de un tigre blanco y de un leopardo están debajo de dos mesas; los libros que poseía Lord Dunsany ocupan varios cuerpos de estanterías; en un armario hay ediciones de sus obras y en una mesilla traducciones a muchos idiomas. Es una biblioteca gótica, que contrasta con la atmósfera luminosa y femenina del salón, donde hay dos cuadros atribuidos a Van Dyck, otro a Fabrice y un pequeño Constable, pero hace el mismo frío: no me quito el abrigo en las cinco horas que paso en el castillo. Tampoco lo hace Lady Dunsany; la cocinera lleva un gorro de lana.
En un ala del castillo Maria Alice quiere construir una galería para mostrar la obra de su marido. Vamos a una sala donde se ve la vajilla que diseñan y venden, con las paredes repletas de cabezas de antílopes, de un rinoceronte y la piel de una pitón. En otra, transformada en un gimnasio, hay cuadros de Lord Dunsany: ofrecen una perspectiva inquietante de una habitación, unas flores o un árbol con una amenaza velada. Aun así, no habría estado mal que compraran ese cuadro de Renoir. Al final vemos el estudio del actual Lord Dunsany. Junto al caballete, con un cuadro sin terminar, hay un montón de armas falsas. En una percha cuelgan varios uniformes militares. El heredero de Lord Dunsany, Randall, está rodando una película en la propiedad.
SCOTT, CUNQUEIRO Y ZARAGOZA
Lord Dunsany escribió durante cinco decenios y al morir dejó numerosos textos inéditos. En una época, Evelyn Waugh o Elizabeth Bowen reseñaban sus obras, Yeats lo comparó a Baudelaire, cinco obras suyas se representaron simultáneamente en Broadway, y Amory Blaine, el protagonista de ‘A este lado del paraíso’ (1920), la primera novela de Scott Fitzgerald, recitaba sus versos. Después de la década de 1920, siguió teniendo éxito, pero la crítica dejó de prestarle la misma atención.
Su defensor más entusiasta, H. P. Lovecraft, admiraba sobre todo sus primeros libros, en los que “extiende una atmósfera de ingenuidad cultivada e ignorancia propia de un niño”, con “una prosa cristalina y musical”. El crítico S. T. Joshi los ha definido como “Nietszche en un cuento de hadas”. Lord Dunsany publicó colecciones de relatos sobre la guerra, ‘Tales of War’ (1918) y ‘Unhappy Far-Off Things’ (1919), se acercó a la tradición del romance, tiñó de ironía sus aproximaciones a la fantasía y sus cosmologías –o de cierto fatalismo, como en ‘La hija del rey de los elfos’ (Visión Libros, 1983)-, y escribió novelas de ambiente español como ‘Don Rodrigo’ (1922; Blanco Satén, 1991), donde figura un profesor de la reputada cátedra de magia de la Universidad de Zaragoza, y ‘The Charwoman’s Shadow’ (1926), en la que aparece un lugar llamado “Aragona” y donde algunos críticos ven un homenaje a Ramón Llull. Coqueteó con el terror, la sátira y la ciencia ficción, viajó a Estados Unidos varias veces y recibió distinciones. Creó el personaje de Joseph Jorkens, dispuesto a narrar cuentos extraordinarios a cambio de whisky, y, escribió novelas irlandesas, relatos y memorias, pero es recordado por su contribución al universo fantástico, que ha fascinado a Guillermo del Toro o Neil Gainman. Borges incluyó ‘Los días del Yann’ en su Biblioteca de Babel; Álvaro Cunqueiro, que tradujo alguna de sus obras teatrales y le dedicó un poema y varios artículos, escribió “la de Lord Dunsany es una obra riquísima y compleja, que hace de él uno de los grandes escritores de este siglo”. Él decía que había inventado sus dioses porque en la escuela se le daba mal el griego.
Lord Dunsany paseaba con un bastón de empuñadura de oro que le había regalado el Nawab de Rampur en un viaje a la India y temía sobre todo que lo tomaran por un diletante. Según su biógrafo Mark Amory, “continuó como un superviviente de la época eduardiana, en disonancia con los tiempos modernos”. Detestaba la poesía de T.S. Eliot, y escribió a un amigo que “el genio es una capacidad infinita para no pasarlo mal”. Pese a su simpatía por el unionismo, parecía que pocas cosas podían afectarle, y no discutió con sus amigos nacionalistas ni sus vecinos por motivos políticos (cuando Yeats creó la Academia Irlandesa, solo le ofreció una membresía parcial: la completa estaba reservada para quienes hablaban de Irlanda y temas irlandeses). Amory cuenta que en 1919 empezó un cuaderno con un recorte de periódico que decía “Es una gran responsabilidad haber sobrevivido a la guerra”. A pesar de su facilidad para escribir, lo dejó en blanco.
EL LIBRO
‘El libro de las maravillas. Cuentos asombrosos’ (Alfabia, 2009) recoge muchos de los mejores relatos de Lord Dunsany. Se publicaron respectivamente en 1912 y 1916 y representan el final de su primera etapa de narrador fantástico: algunos inventan mundos imposibles; ‘La angustiosa historia de Thangobrind el joyero’ o ‘La ciudad en el Páramo de Mallington’ tienen la gravedad, la fabulación constante y el tono alegórico e ingenuo que cautivaban a Lovecraft. En otros, la fantasía irrumpe en un mundo algo más verosímil, como en ‘La ventana maravillosa’, donde un dependiente de Londres compra una ventana que da a una ciudad medieval; en ‘La coronación del señor Thomas Shap’, en el que un comercial sueña –al estilo del Walter Mitty, o incluso de Juan Dahlmann- con una vida heroica; o en ‘Trece a la mesa’, donde un cazador llega exhausto a un castillo. Son cuentos que tienen sentido del humor: uno habla de una oficina donde la gente se intercambia los males, otro de tres chistes infernales, otro de un pirata que, rodeado por barcos enemigos, escapa navegando sobre el desierto del Sáhara.
Lord Dunsany. ‘El libro de las maravillas. Cuentos asombrosos’. Traducción de María M. Ponce, Adriana Velázquez y Nicolás Valencia Campuzano. Alfabia, 2009. 295 páginas.
Este artículo apareció en Artes & Letras.
En las imágenes, el castillo, Lord Dunsany, una alfombra de leopardo bajo un ajedrez, el comedor con los retratos familiares, la librería, algunos trofeos de caza de Lord Dunsany y la edición de Alfabia.
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