LOS AÑOS DE LA FETUA
‘Joseph Anton’ (Mondadori, 2012) es la historia de un secuestro. En 1989, Salman Rushdie tenía 41 años, acababa de publicar ‘Los versos satánicos’, estaba casado con la novelista Marianne Wiggins y tenía un hijo de un matrimonio anterior. Había nacido en Bombay en una familia musulmana poco religiosa, había estudiado y vivía en el Reino Unido, y había tenido éxito con dos novelas: ‘Hijos de la medianoche’, sobre su país natal, y ‘Vergüenza’, donde hablaba de Pakistán, el país al que se mudó su familia. Aunque trataba de la novedad y la inmigración, ‘Los versos satánicos’ incluía una secuencia onírica basada en una leyenda de los orígenes del islam e irritó a congregaciones musulmanas de diferentes países. La mayoría de esas personas no habían leído la novela. Entre ellas se encontraba el ayatolá Jomeini, líder supremo de la República Islámica de Irán, que necesitaba enardecer a las masas tras la guerra con Iraq y emitió una fetua que condenaba a muerte al novelista. A partir de ese momento y durante una década, Rushdie vivió en la clandestinidad. Cuatro agentes de policía debían vivir en su casa, se trasladó constantemente de un domicilio a otro durante años, no podía aparecer en público, tuvo que adoptar un nombre falso –Joseph Anton, por dos de sus escritores favoritos: Conrad y Chéjov– y esconderse cuando iban a limpiar el lugar donde vivía.
‘Joseph Anton’ es la crónica íntima y minuciosa de esa pesadilla. Si, desgraciadamente, los últimos 25 años han hecho que nos acostumbremos a la persecución de artistas por motivos religiosos, el libro reconstruye el asombro ante la aberración original: el líder de una potencia extranjera condenaba a muerte a un ciudadano británico por publicar una obra de ficción. Rushdie describe su sensación de soledad, sus esfuerzos para escribir y continuar su vida, desde sus matrimonios y sus divorcios a la educación de su hijo mayor. Además de la amenaza del terrorismo internacional, Rushdie –que reflexiona varias veces sobre Manuel Cortés, el alcalde republicano confinado en su casa desde 1939 hasta 1969– tenía que enfrentarse a otras fuerzas. A algunos conservadores británicos les divertía que un novelista de izquierdas, crítico con el gobierno y el pasado colonial, tuviera que ser protegido por el Reino Unido. A otros les indignaba que se le brindase esa protección. Muchos líderes religiosos condenaron el libro. Parte de la izquierda, presa del relativismo cultural, parecía confusa e incapaz de distinguir un inequívoco asalto a los principios de la Ilustración. Otros hacían a Rushdie responsable de lo que les ocurriera a él y a las personas relacionadas con el libro. Y, aunque el autor habla con afecto de los policías, debió negociar con sus superiores, a veces hostiles, para obtener cierta autonomía (por ejemplo, asistir a una presentación de su libro), y sufrió duras críticas de la prensa sensacionalista.
A veces angustioso, pero nunca falto de humor, ‘Joseph Anton’ es un reconocimiento a las personas que combatieron al lado de Rushdie en una larga batalla contra el oscurantismo y a favor de la libertad de expresión, que lucharon para que ‘Los versos satánicos’ saliera en rústica, que presionaron a los gobiernos y escribieron sobre la novela como una obra de arte: los agentes Andrew Wylie y Gillon Aitken, y buena parte del mundo literario, desde Susan Sontag a Martin Amis, Günther Grass, Christopher Hitchens o Vargas Llosa, pasando por los cien escritores de países musulmanes que participaron en el volumen Pour Rushdie. No era un acto gratuito: el traductor japonés del libro fue asesinado y el traductor italiano estuvo a punto de morir. Nygaard, el editor noruego, recibió tres disparos. (Cuando Rushdie le llamó al hospital, Nygaard le anunció que iba a reeditar el libro.) Habla también de quienes se pusieron del otro lado, como Berger y Le Carré. La autobiografía muestra el mundo incierto del espionaje y la diplomacia y retrata a políticos como Thatcher, Havel (uno de los primeros en apoyar a Rushdie), Mary Robinson (la primera jefa de Estado en recibirlo), Clinton (que prestó un apoyo dubitativo pero decisivo) o Blair (cuyo gobierno fue clave para que Rushdie recobrara su libertad).
Tras el caso Rushdie, el miedo se instaló en el mundo cultural: esa es otra de las razones por las que ‘Joseph Anton’ es un libro importante y lleno de lecciones fundamentales. En 1990, cuando esperaba una revocación de la condena que finalmente no se produjo (de hecho, aunque en 1998 Irán dijo que no ejecutaría la sentencia, la fetua no se ha anulado), Rushdie pidió disculpas. Más tarde se arrepintió de ese momento. Se dio cuenta de que “necesitaba expresar con claridad qué era aquello por lo que luchaba: la libertad de expresión, la libertad de la imaginación, la vida sin miedo y el hermoso y antiguo arte que tenía el privilegio de ejercer. Y también el escepticismo, la irreverencia, la duda, la sátira, la comedia y el regocijo profano”.
‘Joseph Anton’. Salman Rushdie. Mondadori, Barcelona, 2012. Traducción de Carlos Milla Soler. 686 páginas.
Foto de Aloma Rodríguez. Esta reseña ha salido en ’Artes & Letras’ de ’Heraldo de Aragón’.
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