KOESTLER Y LOS EXISTENCIALISTAS
En 1946 Arthur Koestler decidió volver a Francia, seis años después de huir enrolándose en la Legión Extranjera (lo habían internado en un campo de concentración). El cero y el infinito estaba teniendo un éxito extraordinario. Había sido publicado en francés ese mismo año y se habían vendido 300.000 copias. Cuenta Michael Scammell:
1.
Tras esperar en vano a que el editor de ambos, Charlot, los presentara, Koestler conoció a Camus por el simple procedimiento de entrar en su despacho en Gallimard y presentarse. ‘El joven Humphrey Bogart’, decía de Camus un periodista de la rive gauche, y Koestler lo comparó con un ‘joven Apolo’. Camus era ‘delgado y vigoroso, con pelo castaño claro, sonrisa fácil y una piel oscura derivada de su origen norteafricano’, que todavía ‘parecía el atlético jugador de fútbol de su juventud’. La amistad entre los dos hombres fue instantánea. Realmente, los dos eran del molde de Bogart: bajos, compactos, musculosos; sus maneras frías intentaban ocultar un temperamento ardiente; un cigarrillo pendía eternamente de su labio inferior. ‘Con Camus’, escribió más tarde Koestler, ‘se desarrolló una fácil camaradería desde nuestro primer encuentro. Nos tuteábamos, y teníamos los mismos gustos sobre vinos, cenar e ir detrás de las mujeres’. De todos los escritores de la rive gauche, Camus era el más cercano a Koestler en temperamento y puntos de vista. Koestler describiría más tarde su relación como ‘más íntima que profunda; éramos, de hecho, copains: más que amigos, compinches’, pero parece que fue más allá de eso. De todos modos, los dos hombres no tardaron en quedar a beber en el Café de Flore y comerse con los ojos a las jóvenes coquetas que patrullaban por Saint Germain-des-Prés.
Koestler conoció a Sartre y a Beauvoir de la misma manera. La famosa pareja había trasladado recientemente su cuartel general literario desde el Café de Flore hasta el sótano del Hôtel Pont-Royal, junto a donde se quedaba Camus. Koestler se pasó el día siguiente de conocer a Camus, fue hacia Sartre y dijo con simplicidad infantil: ‘Hola, soy Koestler’. Sartre, todavía más bajo que Koestler, con sus miembros rechonchos y su largo torso, y su célebre y desconcertante estrabismo, le hizo pensar en “un duende malévolo”. Pero, como con Camus, el entendimiento entre los dos hombres fue instantáneo, y Koestler aprobó el modo en que el ceñido vestido francés del Castor [Simone de Beauvoir] realzaba su figura, la fuerza de sus pómulos altos y prominentes y el largo pelo recogido en u moño en su cabeza. La famosa pareja reconoció en el autor de El cero y el infinito a un compañero de pensamiento. Beauvoir se había quedado despierta toda la noche leyendo El cero y el infinito y lo había encontrado ‘cautivador’.
2.
Poco después Mamaine [la pareja de Koestler] se quedó en la cama agotada y Koestler llevó a Sartre y a Beauvoir junto al lecho para cenar ensalada de jamón y langosta y queso, luego se embarcó con ellos en una maratoniana ruta por los bares de Montparnasse. Eso culminó el 31 de octubre, el último día de Koestler en París, con una espectacular bacanal que incluía a sí mismo y Mamaine, Sartre y Beauvoir, y Camus y su mujer, Francine. Empezaron la tarde en un bistró argelino recomendado por Camus, luego se trasladaron a una pequeña sala de baile en rue des Gravilliers, con luces de neón rosas y azules, y donde hombres con sombreros bailaban con chicas con faldas cortas. ‘Por primera vez en mi vida’, escribió Mamaine a su ‘Querida Gemela’ [Celia], ‘bailé con K [Koestler], y también observé el fascinante espectáculo de K arrastrando al Castor (que no creo que hubiera bailado en su vida) por el suelo mientras Sartre (lo mismo) arrastraba a madame Camus’.
Koestler entonces lanzó una ‘imperiosa’ (la palabra es de Beauvoir) invitación a los otros: ir con él al Schéherazade, lo que aceptaron tras muchas protestas. El local estaba en una oscuridad casi total, con violinistas que vagabundeaban y tocaban conmovedoras canciones rusas para los clientes. Pero los escritores hablaron de literatura y política como de costumbre. ‘Si fuera posible decir la verdad’, exclamó Camus en cierto momento. Koestler se puso melancólico al escuchar la sentimental canción folclórica rusa ‘Ojos negros’, y acusó a Sartre e incluso Camus de ceder ante la Unión Soviética. ‘Es imposible que seamos amigos si discrepamos en política’, dijo. Camus lo contradijo. ‘Lo que tú y yo tenemos en común es que para nosotros los individuos son lo primero, ponemos la amistad por encima de la política.’ Beauvoir estuvo de acuerdo. ‘Somos la prueba de ello en este preciso momento’, dijo ella, ‘puesto que, pese a nuestras disensiones, estamos tan contentos de estar juntos’.
Sartre, según Mamaine, ‘se emborrachó mucho casi de inmediato, Beauvoir también se emborrachó y lloró mucho, y K también se emborrachó (bebimos vodka y champán, ambos en grandes cantidades)’. Francine Camus, que era ‘extremadamente hermosa y agradable’, también se puso como una cuba, según Mamaine, que añadió: ‘Camus y yo no nos emborrachamos, pero poco faltó’. Mamaine omitió que ella y Camus también bailaron juntos e intercambiaron besos furtivos mientras los demás estaban en la mesa.
Tras obligar a Koestler a dejar el Schéhérazade en torno a las cuatro de la mañana, pararon en Chez Victor en Les Halles para tomar sopa de cebolla, ostras y vino blanco. Satre, según Mamaine, llevaba una borrachera tremenda, y ‘echaba pimienta y sal en servilletas de papel, las doblaba y se las metía en el bolsillo’. Koestler, ofendido por haber tenido que dejar el club nocturno, tiró un trozo de pan al otro lado de la mesa, le dio a Mamaine en el ojo, y lo atosigaban los remordimientos mientras se le ponía azul y negro. Sartre reía y decía que ese mismo día tenía que dar una charla para la UNESCO en la Sorbona sobre ‘La responsabilidad del escritor’ y no había preparado ni una línea. Camus dijo: ‘Alors, tu parleras sans moi [Entonces, tendrás que hablar sin mí]’. Sartre respondió: ‘Je voudrais bien pouvoir parler sans moi [I wish I could speak without me too]’ y siguió riéndose.
Se separaron al alba. A solas con Sartre, Beavoir sollozó por ‘la tragedia de la condición humana’, después se apoyó en el parapeto de un puente sobre el Sena y dijo: ‘No sé por qué no nos tiramos al río’. ‘De acuerdo’, dijo Sartre, ‘vamos a tirarnos’, y se echó a llorar. En otra parte de la ciudad, Koestler también lloraba mirando el Sena. Después desapareció en un pissoir y le gritó a Mamaine: ‘No me dejes, te quiero, siempre te querré’. Llegaron a casa a las ocho y durmieron durante todo el día, salvo Sartre, que se atiborró de pastillas y fue a la Sorbona para dar su conferencia. Ni siquiera un existencialista podía dirigirse a los estudiantes ‘sans moi’.
Koestler y Mamaine. Camus. Sartre y Beauvoir en 1946. Camus retratado por Mamaine.
En 1946 Arthur Koestler decidió volver a Francia, seis años después de huir enrolándose en la Legión Extranjera (lo habían internado en un campo de concentración). El cero y el infinito estaba teniendo un éxito extraordinario. Había sido publicado en francés ese mismo año y se habían vendido 300.000 copias. Cuenta Michael Scammell:
1.
Tras esperar en vano a que el editor de ambos, Charlot, los presentara, Koestler conoció a Camus por el simple procedimiento de entrar en su despacho en Gallimard y presentarse. ‘El joven Humphrey Bogart’, decía de Camus un periodista de la rive gauche, y Koestler lo comparó con un ‘joven Apolo’. Camus era ‘delgado y vigoroso, con pelo castaño claro, sonrisa fácil y una piel oscura derivada de su origen norteafricano’, que todavía ‘parecía el atlético jugador de fútbol de su juventud’. La amistad entre los dos hombres fue instantánea. Realmente, los dos eran del molde de Bogart: bajos, compactos, musculosos; sus maneras frías intentaban ocultar un temperamento ardiente; un cigarrillo pendía eternamente de su labio inferior. ‘Con Camus’, escribió más tarde Koestler, ‘se desarrolló una fácil camaradería desde nuestro primer encuentro. Nos tuteábamos, y teníamos los mismos gustos sobre vinos, cenar e ir detrás de las mujeres’. De todos los escritores de la rive gauche, Camus era el más cercano a Koestler en temperamento y puntos de vista. Koestler describiría más tarde su relación como ‘más íntima que profunda; éramos, de hecho, copains: más que amigos, compinches’, pero parece que fue más allá de eso. De todos modos, los dos hombres no tardaron en quedar a beber en el Café de Flore y comerse con los ojos a las jóvenes coquetas que patrullaban por Saint Germain-des-Prés.
Koestler conoció a Sartre y a Beauvoir de la misma manera. La famosa pareja había trasladado recientemente su cuartel general literario desde el Café de Flore hasta el sótano del Hôtel Pont-Royal, junto a donde se quedaba Camus. Koestler se pasó el día siguiente de conocer a Camus, fue hacia Sartre y dijo con simplicidad infantil: ‘Hola, soy Koestler’. Sartre, todavía más bajo que Koestler, con sus miembros rechonchos y su largo torso, y su célebre y desconcertante estrabismo, le hizo pensar en “un duende malévolo”. Pero, como con Camus, el entendimiento entre los dos hombres fue instantáneo, y Koestler aprobó el modo en que el ceñido vestido francés del Castor [Simone de Beauvoir] realzaba su figura, la fuerza de sus pómulos altos y prominentes y el largo pelo recogido en u moño en su cabeza. La famosa pareja reconoció en el autor de El cero y el infinito a un compañero de pensamiento. Beauvoir se había quedado despierta toda la noche leyendo El cero y el infinito y lo había encontrado ‘cautivador’.
2.
Poco después Mamaine [la pareja de Koestler] se quedó en la cama agotada y Koestler llevó a Sartre y a Beauvoir junto al lecho para cenar ensalada de jamón y langosta y queso, luego se embarcó con ellos en una maratoniana ruta por los bares de Montparnasse. Eso culminó el 31 de octubre, el último día de Koestler en París, con una espectacular bacanal que incluía a sí mismo y Mamaine, Sartre y Beauvoir, y Camus y su mujer, Francine. Empezaron la tarde en un bistró argelino recomendado por Camus, luego se trasladaron a una pequeña sala de baile en rue des Gravilliers, con luces de neón rosas y azules, y donde hombres con sombreros bailaban con chicas con faldas cortas. ‘Por primera vez en mi vida’, escribió Mamaine a su ‘Querida Gemela’ [Celia], ‘bailé con K [Koestler], y también observé el fascinante espectáculo de K arrastrando al Castor (que no creo que hubiera bailado en su vida) por el suelo mientras Sartre (lo mismo) arrastraba a madame Camus’.
Koestler entonces lanzó una ‘imperiosa’ (la palabra es de Beauvoir) invitación a los otros: ir con él al Schéherazade, lo que aceptaron tras muchas protestas. El local estaba en una oscuridad casi total, con violinistas que vagabundeaban y tocaban conmovedoras canciones rusas para los clientes. Pero los escritores hablaron de literatura y política como de costumbre. ‘Si fuera posible decir la verdad’, exclamó Camus en cierto momento. Koestler se puso melancólico al escuchar la sentimental canción folclórica rusa ‘Ojos negros’, y acusó a Sartre e incluso Camus de ceder ante la Unión Soviética. ‘Es imposible que seamos amigos si discrepamos en política’, dijo. Camus lo contradijo. ‘Lo que tú y yo tenemos en común es que para nosotros los individuos son lo primero, ponemos la amistad por encima de la política.’ Beauvoir estuvo de acuerdo. ‘Somos la prueba de ello en este preciso momento’, dijo ella, ‘puesto que, pese a nuestras disensiones, estamos tan contentos de estar juntos’.
Sartre, según Mamaine, ‘se emborrachó mucho casi de inmediato, Beauvoir también se emborrachó y lloró mucho, y K también se emborrachó (bebimos vodka y champán, ambos en grandes cantidades)’. Francine Camus, que era ‘extremadamente hermosa y agradable’, también se puso como una cuba, según Mamaine, que añadió: ‘Camus y yo no nos emborrachamos, pero poco faltó’. Mamaine omitió que ella y Camus también bailaron juntos e intercambiaron besos furtivos mientras los demás estaban en la mesa.
Tras obligar a Koestler a dejar el Schéhérazade en torno a las cuatro de la mañana, pararon en Chez Victor en Les Halles para tomar sopa de cebolla, ostras y vino blanco. Satre, según Mamaine, llevaba una borrachera tremenda, y ‘echaba pimienta y sal en servilletas de papel, las doblaba y se las metía en el bolsillo’. Koestler, ofendido por haber tenido que dejar el club nocturno, tiró un trozo de pan al otro lado de la mesa, le dio a Mamaine en el ojo, y lo atosigaban los remordimientos mientras se le ponía azul y negro. Sartre reía y decía que ese mismo día tenía que dar una charla para la UNESCO en la Sorbona sobre ‘La responsabilidad del escritor’ y no había preparado ni una línea. Camus dijo: ‘Alors, tu parleras sans moi [Entonces, tendrás que hablar sin mí]’. Sartre respondió: ‘Je voudrais bien pouvoir parler sans moi [I wish I could speak without me too]’ y siguió riéndose.
Se separaron al alba. A solas con Sartre, Beavoir sollozó por ‘la tragedia de la condición humana’, después se apoyó en el parapeto de un puente sobre el Sena y dijo: ‘No sé por qué no nos tiramos al río’. ‘De acuerdo’, dijo Sartre, ‘vamos a tirarnos’, y se echó a llorar. En otra parte de la ciudad, Koestler también lloraba mirando el Sena. Después desapareció en un pissoir y le gritó a Mamaine: ‘No me dejes, te quiero, siempre te querré’. Llegaron a casa a las ocho y durmieron durante todo el día, salvo Sartre, que se atiborró de pastillas y fue a la Sorbona para dar su conferencia. Ni siquiera un existencialista podía dirigirse a los estudiantes ‘sans moi’.
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