MIENTRAS EUROPA DUERME
‘Pasajero K’ (Seix Barral, 2012) es una novela sobre Europa: sobre los fantasmas del pasado reciente, sobre identidades múltiples, sobre los referentes culturales comunes, sobre un espacio sin fronteras y un continente donde se producen atrocidades xenófobas, y sobre mentiras privadas y públicas. Y, como otros libros de Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958), es un libro sobre el dolor y el mal. Si ‘El comprador de aniversarios’ (Ollero y Ramos, 2003; Seix Barral, 2008) abordaba el Holocausto y ‘El mapa de la vida’ (Seix Barral, 2009) hablaba de los atentados del 11-M, ‘Pasajero K’ trata de la guerra en la antigua Yugoslavia, y de la violación sistemática de mujeres musulmanas de Bosnia en los años noventa, que formaba parte de la estrategia de la limpieza étnica. Sobre este conflicto, y sobre la importancia que tuvieron en él los escritores, Isabel Núñez realizó un admirable trabajo de investigación: ‘Si un árbol cae’ (Alba, 2008). La exfiscal de Tribunal Internacional para Ruanda y la Antigua Yugoslavia Carla del Ponte contó en ‘La caza: Yo y los criminales de guerra’ (Ariel, 2009) los obstáculos que había encontrado en su tarea.
‘Pasajero K’ arranca con la detención de Radovan Karadzic, expresidente de la República Srpska entre 1992 y 1996, psiquiatra y poeta, que durante años se ocultó tras el alias del doctor Dragan Dabic -experto en medicina china y terapias alternativas-, y que está acusado de genocidio y crímenes de guerra contra los musulmanes y croatas de Bosnia. El juicio y la investigación sobre sus crímenes unen por accidente a los dos protagonistas: Fernando K. Balmori, un director de cine que quiere hacer una película algo imprecisa sobre Europa y tiene una especie de síndrome de Diógenes que lo lleva a fotografiar constantemente una realidad que se le escapa, y la joven periodista Sidonie Maudan. Pese a que los separan varios decenios, tienen varias cosas en común. Son europeos cosmopolitas, hijos de parejas formadas por personas de diferentes países; también han tenido parejas de otros lugares: K. sigue obsesionado por el recuerdo de su difunta exmujer, una cantante italiana que estuvo a punto de alcanzar el éxito; Sidonie está embarazada de su exnovio ruso. Se encuentran en un tren que va de Madrid a París. Sidonie se dirige a La Haya, para cubrir el juicio a Karadzic, pero alguien entra en su compartimento y registra sus pertenencias. El objetivo de los perseguidores es encontrar y silenciar a un intérprete testigo de las atrocidades al que la periodista quiere entrevistar.
García Ortega alterna una tercera persona desde el punto de vista de K. con una primera persona correspondiente a Sidonie. Construye un relato de aventuras, una búsqueda que es también una huida y tiene cierto aroma de novela de espionaje y cine negro. Aparecen referentes como Patricia Highsmith y John Le Carré. Los trayectos por Europa en ferrocarril –con sus múltiples significados asociados: su aroma de aventura, la movilidad de un país a otro, pero también la deportación y el exterminio- recuerdan a novelas como ‘El tren de Estambul’ de Graham Greene. A esas referencias se suma un paisaje cultural: desde Spinoza, Mendelsohnn y Kafka a Lenin y Van Gogh, pasando por el ciclismo, los museos y ciudades como Zurich, Roma, París, Berlín y La Haya. Ese imaginario, uno de los aspectos más logrados de la novela, tiene también un lado siniestro: “En Europa siempre nos hemos creído las historias que hablan de ogros y monstruos ocultos que salen de repente de sus guaridas y masacran salvajemente a las personas inocentes. Somos miedosos y ciegos, no hay ni ha habido nunca ningún monstruo cruel en Europa. La gente como Karadzic es gente como tú y como yo. Es buena gente. Somos un museo de buena gente. Eso era lo verdaderamente terrible”. Los datos históricos se combinan con la ficción narrativa y la especulación política; la novela señala la falta de reacción, la indiferencia o incluso la complicidad, de las democracias. ‘Pasajero K’ es sobre todo una denuncia del racismo y una reflexión sobre la empatía y la capacidad de indignación ante el sufrimiento de los demás: “K. se informaba sobre el juicio minuciosamente. Los dolores de oído le impedían dormir, así que, después de aplicarse las gotas habituales, se pasaba horas buscando en Internet datos sobre Karadzic”. La obsesión de Balmori y Sidonie por las víctimas y sus verdugos corre en paralelo con una evolución íntima de dos personajes desarraigados y llenos de interrogantes sobre sí mismos: “Ahora, en este viaje, todas estas cosas cobraban de nuevo un relieve inesperado, las situaciones se repetían, los nombres eran intercambiables en una historia similar, la de su nacimiento, la de un origen: Yuri, Kyiper, Radovan, Frédéric, Renata, Bruna, Sidonie, Delilija…”. A veces, cierto barroquismo argumental y algún problema de verosimilitud entorpecen un relato potente y ambicioso sobre las tragedias que se pueden producir a la vuelta de la esquina, mientras Europa duerme.
Adolfo García Ortega. ‘Pasajero K’. Seix Barral, Barcelona, 2012. 312 páginas.
Esta reseña sale en Artes & Letras de Heraldo. He tomado la foto aquí.
1 comentario
JoseMa Muñoz -