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Daniel Gascón

ORWELL

1.

En 1939, Orwell escribía sobre El poder:

Si hay algunas páginas del libro de Bertrand Russell, El poder, que parecen bastante vacías, eso es simplemente decir que nos hemos hundido hasta una profundidad en la que la repetición de lo obvio es el primer deber de los hombres inteligentes. No es solo que la regla de la fuerza bruta domine en casi todas partes. Probablemente, siempre ha sido así. En lo que difiere esta época de las que la precedieron es en que falta una inteligencia liberal. La adoración de la intimidación, bajo varios disfraces, se ha convertido en una religión universal, y perogrulladas como que una ametralladora sigue siendo una ametralladora aunque un “buen” hombre apriete el gatillo –y eso es lo que dice Russell– se han convertido en herejías que resulta realmente peligroso pronunciar.

La parte más interesante del libro de Russell son los capítulos iniciales, en los que analiza los distintos tipos de poder: sacerdotal, oligárquico, dictatorial, etc. Al abordar la situación contemporánea resulta menos satisfactorio, porque como todos los liberales es mejor señalando lo que es deseable que explicando cómo lograrlo. Ve con suficiente claridad que el problema esencial de hoy es ‘la domesticación del poder’ y que no se puede confiar en otro sistema que la democracia para salvarnos de horrores indecibles. También que la democracia tiene poco sentido sin una aproximada igualdad económica y un sistema educativo que tienda a promover la tolerancia y la resistencia mental. Pero, desgraciadamente, no nos dice dónde debemos empezar a obtener esas cosas; solo pronuncia lo que equivale a una esperanza piadosa de que la situación actual no dure. Tiene inclinación a señalar el pasado; todas las tiranías se han desplomado antes o después, y ‘no hay razón para suponer [a Hitler] más permanente que sus predecesores’.

Por debajo de eso está la idea de que el sentido común siempre acaba prevaleciendo. Y, sin embargo, el peculiar horror del momento presente es que no podemos estar seguros de que sea así. Es bastante posible que estemos llegando a una era en la que dos más dos sumarán cinco cuando el Líder diga que es así. El señor Russell señala que el enorme sistema de la mentira organizada del que dependen los dictadores mantiene a sus seguidores al margen de la realidad y por tanto tiende a ponerlos en desventaja contra aquellos que conocen los hechos. Esto es verdad hasta cierto punto, pero no prueba que la sociedad de esclavos que busca el dictador vaya a ser inestable. Es bastante difícil imaginar un Estado en el que la casta dominante engañe a sus seguidores sin engañarse a sí misma. ¿Alguien se atreve a estar seguro de que algo de ese tipo no está a punto de existir? Uno solo debe pensar en las siniestras posibilidades de la radio, la educación controlada por el Estado y cosas por el estilo, para darse cuenta de que ‘la verdad es grande y prevalecerá’ es más una oración que un axioma.

Russell es uno de los escritores vivos más entretenidos, y es muy tranquilizador saber que existe. Mientras él y unos cuantos más como él estén vivos y fuera de la cárcel, sabemos que el mundo conserva partes de cordura. Tiene una mente bastante ecléctica, capaz de decir cosas superficiales y cosas profundamente interesantes en frases alternas, y a veces, incluso en este libro, es menos serio de lo que merece su tema. Pero tiene un intelecto esencialmente decente, una especie de caballerosidad intelectual que es mucho más infrecuente que la mera brillantez. En los últimos treinta años, pocas personas han sido tan consistentemente impermeables a la tontería de moda en el momento. Por esa razón, aunque no es tan bueno como Libertad y organización, este es un libro que merece mucho la pena leer”.

2.

Félix Romeo escribió en 2003:

“George Orwell estaba fascinado por el futuro. Creía que en el futuro, si el hombre se hacía consciente de su fuerza, y parabién de sus limitaciones, la tierra podría convertirse en un paraíso. George Orwell odiaba la uniformidad, creía que cada hombre tenía que ser diferente y pensar por sí mismo. A George Orwell le obsesionaba tanto el futuro que cuando adoptó a su hijo hizo que una amiga le realizara una carta astral. George Orwell creía que la pieza imprescindible del paraíso por venir era la libertad individual. George Orwell creía en la democracia. Winston, el protagonista de 1984, se preguntaba para quién estaba escribiendo su diario: ‘Para el futuro, para los que aún no habían nacido’. No es difícil descubrir a George Orwell debajo de Winston. George Orwell sabía que el recuerdo del pasado es frágil y que es muy fácil falsearlo. Escribió de lo fácil que es falsear el pasado en Rebelión en la granja. Y también escribió de lo fácil que es mentir sobre lo que sucede en Homenaje a Cataluña. George Orwell creía que mirando atentamente a la cara de alguien se podía saber qué pensaba: en 1984, es un delito llevar en el rostro una expresión impropia. George Orwell creía que a los 50 años un hombre tiene la cara que se merece. George Orwell no llegó a cumplir los 50 años. George Orwell estaba obsesionado por la figura del chivo expiatorio: cómo algunos inocentes son convertidos en culpables por una mentira. George Orwell escribió sobre una distopía porque creía que en el futuro no habría gobiernos terribles. Winston, el protagonista de 1984, se defiende en un interrogatorio: “Es imposible fundar una civilización sobre el miedo, el odio y la crueldad. No perduraría”. George Orwell creía que era necesario escribir sobre la verdad, y creía que era fundamental atreverse a estar solo.

 

3.

En "Delante de tus narices", de 1946, Orwell escribía:

"No sirve de nada multiplicar los ejemplos. La cuestión es que todos somos capaces de creer cosas que sabemos que son falsas, y luego, cuando finalmente demuestran que nos equivocamos, de retorcer sin pudor los hechos para mostrar que teníamos razón. Intelectualmente, es posible realizar este proceso durante un tiempo indefinido: la única pega es que tarde o temprano una creencia falsa choca con la dura realidad, normalmente en un campo de batalla.

Cuando uno mira la esquizofrenia predominante en las sociedades democráticas, las mentiras que se deben contar para conseguir votos, el silencio sobre los asuntos importantes, la distorsión de la prensa, resulta tentador creer que en países totalitarios hay menos patrañas, que se afrontan más los hechos. Allí, al menos, los grupos dominantes no dependen del favor popular y pueden enunciar la verdad cruda y brutalmente. Goering podía decir ‘Armas antes que mantequilla’, mientras que sus rivales demócratas tenían que envolver la misma idea en cientos de palabras hipócritas.

En realidad, sin embargo, la evitación de la realidad es en general la misma en todas partes, y tiene en general las mismas consecuencias. Al pueblo ruso se le enseñó durante años que estaba mejor alimentado que todos los demás, y los carteles de propaganda mostraban familias rusas sentadas ante una comida abundante mientras el proletariado de otros países moría de hambre. Entretanto, los trabajadores de los países occidentales tenían unas condiciones de vida tan superiores a las de los de la URSS que la falta de contacto entre los ciudadanos soviéticos y los extranjeros tuvo que convertirse en un principio político rector. Luego, a causa de la guerra, millones de rusos corrientes recorrieron Europa, y cuando vuelvan la evitación original de la realidad habrá de pagarse con fricciones de distinta clase. Los alemanes y los japoneses perdieron la guerra en buena medida porque sus gobernantes no podían ver hechos que resultaban evidentes para cualquier ojo desapasionado.

Ver lo que tenemos delante de las narices requiere una lucha constante. Una forma de ayudar a hacerlo es llevar un diario, o, en todo caso, mantener algún tipo de registro de las opiniones que tenemos sobre acontecimientos importantes. De otro modo, cuando los acontecimientos destruyen una creencia particularmente absurda, uno puede simplemente olvidar que la tuvo. Las predicciones políticas suelen estar equivocadas. Pero incluso cuando uno hace una correcta, descubrir por qué tenía razón puede resultar muy iluminador. En general, uno solo tiene razón cuando el deseo o el miedo coinciden con la realidad. Si uno se da cuenta de eso, no puede, por supuesto, librarse de los sentimientos subjetivos, pero puede, hasta cierto punto, aislarlos de su pensamiento y hacer predicciones fríamente, siguiendo el libro de la aritmética. En su vida privada, la mayoría de la gente es bastante realista. Cuando uno calcula el presupuesto de la semana, dos y dos son invariablemente cuatro. La política, por otra parte, es una especie de mundo subatómico o no euclidiano donde es bastante fácil que la parte sea más grande que el todo o que dos objetos estén en el mismo lugar simultáneamente. De ahí las contradicciones y los absurdos que he señalado arriba, todos finalmente vinculados a la convicción de que las opiniones políticas que tenemos, a diferencia del presupuesto semanal, no tendrán que enfrentarse a la dura realidad".

4.

Hitchens sobre Rebelión en la granja. Y aquí.

5.

González Férriz sobre George Orwell y la decencia común. Y otra.

6.

La política y el idioma inglés.

7.

 Una vida en imágenes.

[Imagen.]

1 comentario

Raúl Gay -

Dani

Tengo en mi lista de libros pendientes algúna recopilación de ensayos de Orwell. Había echado el ojo a "El león, el unicornio y otros ensayos". Es recomendable? Hay algún otro mejor (a ser posible, en español)?

Un abrazo