MIENTRAS TANTO
1.
Cómo Egipto sacudirá el mundo, por Steve Coll.
2.
Escribe Manuel Arias Maldonado en la edición andaluza de El Mundo:
Mientras tanto era el memorable título de una revista de estudios marxistas que aludía al tiempo que resta hasta la llegada de la revolución. Sobre esta peculiar escatología también trataba La sconfitta, el cortometraje con el que debutara Nanni Moretti en 1973. Inquiría éste allí a otro amigo comunista sobre las fases del materialismo histórico y cuestionaba sus propios fundamentos: “Dices que hacemos política para las masas, pero, seamos serios, ¿qué nos importan a nosotros los deseos de las masas?”. A lo que su amigo respondía dándole un bofetón que zanjaba toda controversia. Pero la pregunta quedaba en el aire. Y es una pregunta que concierne a cualquier régimen político, a saber: la que se refiere a la representación política: quién hace qué en nombre de quién.
No hay política moderna sin representación. Delirios rousseanianos aparte, no podemos gobernarnos mediante la participación directa de todos, porque ni es técnicamente posible, ni podemos reducir la natural diversidad de nuestros deseos a único deseo común. Si la masa no sabe ser libre, forcémosla a serlo: tal es la pretensión de los revolucionarios y utopistas de todo tiempo. Por el contrario, en un orden democrático, los representantes elegidos por los ciudadanos están llamados a perseguir los intereses generales, sin perder de vista, ni asfixiar, la pluralidad de los representados: un ejercicio de malabarismo que necesariamente desatenderá un buen número de intereses legítimos y provocará las quejas correspondientes. Es molesto, pero inevitable.
Desde este punto de vista, conviene preguntarse si los representantes nos representan.
Solemos decir que no, pero entonces estaríamos afirmando que los partidos son las flores envenenadas de una sociedad pura como una rosa; algo poco verosímil. Porque bien puede ser que los usos de la clase política reflejen los que dominan en nuestro cuerpo social, de tal manera que, por ejemplo, la ausencia relativa de prácticas meritocráticas en el mercado de trabajo tuviese su correlato en la carrera política; con un efecto reforzado, faltaría más, por la famosa ley de hierro de la oligarquía que opera en toda organización colectiva. Es bien sabido, por ejemplo, que ni uno solo de nuestros presidentes ha sabido hablar inglés; exactamente igual que la mayoría de los españoles. Se me dirá que un presidente no es un español más, pero sucede que cualquier asomo de excepcionalidad o inteligencia es castigado por los ciudadanos como una muestra de soberbia elitista, incompatible con el secular igualitarismo hacia abajo que domina la sociedad española. ¡No digamos la andaluza!
Mucho se ha hablado estos días de las virtudes de la próxima presidenta del gobierno andaluz, toda vez que el titular, José Antonio Griñán, ha decidido que haber sido elegido hace menos de un año para el desempeño del cargo no es razón suficiente para continuar en él. Su sucesora, Susana Díaz, es una militante venida a más, una mujer sin atributos cuyo mayor mérito exhibido, hasta la fecha, es ser capaz de hablar sin decir absolutamente nada significativo. Esto, bien mirado, constituye una hazaña sorprendente, por cuanto desafía las cualidades denotativas inherentes al lenguaje. Pero no hay nada más.
¿Nos representa Susana Díaz? Siendo imposible que una sola persona represente literalmente a todas las demás, parece que la futura presidenta se parece razonablemente a la mayoría de los andaluces. Otra cosa es que nos guste o no la imagen que devuelve el espejo. Quizá, algún día, tengamos líderes políticos capaces de mejorarnos y no sólo de reflejarnos estáticamente. Mientras tanto, como quien espera la revolución, tendremos que mejorar nosotros, a fin de merecernos otra cosa. Y aceptar que el problema no es que los políticos no nos representen, sino que nos representan demasiado bien.
3.
Francesc de Carreras: La hora de la audacia. Enric González: Referéndum.
4.
Un artículo sobre Aurélie Filippetti, ministra de cultura en Francia.
5.
6.
Sherwood Anderson y William Faulkner dejan el trabajo.
[Imagen.]
2 comentarios
d. -
oscarenlaplaya -