LLEGAR Y BESAR EL NOBEL
“Alfred Nobel compartía algo con Mark Twain y Ernest Hemingway y Marcus Garvey. Pudo leer sobre de su propia muerte en los periódicos. Parece que estaba tan deprimido por el énfasis de los obituarios en su trabajo pionero sobre la dinamita –el arma de destrucción masiva de su época- que decidió mejorar la necrológica dando dinero para un premio por la paz internacional.
Pero si ‘prematura’ es la palabra que Nobel pronunció cuando leía la noticia de su propia muerte, también es la palabra más educada posible par acalificar la concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente número 44 en el primer año de su primer mandato. Hasta ahora, los premios anuales de la ‘paz’, otorgados por escandinavos biempensantes, pertenecían a uno de estos cinco tipos:
1. Por sus servicios a la diplomacia y la realpolitik. En esta categoría podrían encontrarse Theodore Roosevelt –que no era precisamente un amante de la paz- por su participación en la negociación para poner fin a la guerra ruso-japonesa, el desastre ahora olvidado que presagiaba la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Se podrían añadir aquí los otros premios a los estadistas que todavía eran políticos activos, como el canciller Willy Brandt de la (entonces) Alemania Occidental en 1971 y Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética, en 1990.
2. Por sus servicios al cinismo, el oportunismo y la hipocresía. Aquí encontramos a Yasir Arafat y Henry Kissinger, junto con sus homólogos de Israel y de Vietnam del Norte, adornados por ‘acuerdos de paz’ que no estaban destinados a mantener y que condujeron a brotes posteriores de violencia letal. (Hay que decir a favor de Le Duc Tho, compañero de premio de Kissinger y estalinista de Hanoique tuvo la elegancia de rechazar su parte.) Sobre el premio a Kissinger, que produjo la imagen inédita del querido rey Olaf de Noruega recibiendo bolas de nieve en las calles de Oslo, el periódico La Stampa de Roma publicó un editorial que lo definía con acritud como ‘un estímulo para aquellos que declaran la guerra sólo para ser capaces de pararla después’, que, con su reverso implícito, es una bonita formulación del último premio para dirigentes israelíes y palestinos.
3. Por sus servicios para los derechos humanos. Puede que estos tengan algo que ver o no, aunque en el legado de Nobel se especifica a quienes ‘hagan la mayor parte o la mejor obra en la fraternidad entre naciones, la abolición o reducción de los ejércitos permanentes y por la explotación y promoción de los congresos de paz ‘. Pocos dudan que el Dr. Martin Luther King Jr. honra el espíritu si no la letra de esta rúbrica, aunque es difícil ver cómo se aplica a Agnes Bojaxhiu, más conocida por la prensa como Madre Teresa, que nunca pretendió trabajar por la paz y que anunció en su discurso de aceptación que la principal amenaza a la paz mundial era el aborto. Incluso la designación de Carl von Ossietzky, en 1935, cuando estaba en un campo de concentración alemán, y de Andrei Sajárov, cuatro décadas más tarde, el comité del Nobel no ayudaron a acortar ninguna guerra, pero sí contribuyeron al respetoa los derechos humanos y el espíritu humano. Hay un argumento cada vez más poderoso a favor de un premio particular y específico que se dedique a eso. Y únicamente.
4. Por sus servicios a sentimientos vagos y arbitrarios de buena voluntad. Uno podría pensar que 1946 habría sido un buen año para Mohandas K. Gandhi, que los indios llaman ‘el Mahatma’. Yo no podría estar de acuerdo, pero creo que el primer año de la era de posguerra fue una época absurda para dar el premio a Emily Balch y John Mott, este último quizás mejor conocido por sus labores como funcionario internacional de la YMCA. La historia del premio de la paz está plagada de este tipo de absurdos pintorescos, a menudo se inclina hacia dignatarios franceses y belgas pasados de fecha, o grupos ultrapolitizados como Amnistía Internacional.
5. Por lealtad a las instituciones supranacionales y a las Naciones Unidas y sus cadetes y satélites. La Cruz Roja Internacional, que asume que la guerra es inevitable y no tiene ninguna posición en absoluto favorable a la ‘paz’, ganó el premio en 1917, 1944 y 1963. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, que necesariamente parte del mismo supuesto como equipo de limpieza y respuesta, ganó en 1954. El propio secretario de Naciones Unidas, bajo Kofi Annan, aceptó amablemente el premio hace unos años, como si -aun después de Ruanda y Bosnia- el reconocimiento sólo fuera algo que, simplemente, la institución merecía desde hacía mucho.
La adjudicación del viernes a nuestro admirado ejecutivo en jefe no cae en ninguna de estas categorías, pero pretende satisfacer las condiciones de la primera, la cuarta y la quinta. Respondiendo a una pregunta que sin rodeos planteó ‘¿Por qué?, el portavoz del Comité del Nobel Thorbjørn Jagland defendió la elección de Barack Obama, diciendo, en primer lugar, que el premio ha tenido a menudo la intención de ‘mejorar ‘el trabajo en marcha de los jefes de gobierno, citando la precedentes de Brandt y Gorbachov. Añadió, en segundo lugar, que el énfasis del presidente sobre la primacía de las Naciones Unidas es meritorio en sí mismo. Esto, hay que decirlo, es ridículo. Es el primer premio ‘Nobel’ virtual.
En 1971, cuando le dieron el premio, el señor Brandt ya había hecho su imperecedera visita a Varsovia, donde cayó de rodillas en el monumento al gueto de la ciudad. Su Ostpolitik, o la reconciliación con antiguos vasallos y las víctimas del nazismo del Este, era una realidad. Habría continuado con o sin la palmadita en la espalda de los países escandinavos. De hecho, el año anterior a la concesión del premio, el canciller de Alemania había obtenido otro galardón supremo aunque engañoso, cuando una revista estadounidense que no necesito mencionar lo nombró ‘Hombre del Año’. Gorbachov fue galardonado en 1990, varios años después de haber alcanzado un acuerdo histórico sobre el desarme con Ronald Reagan. (Si puedes imaginar a Ronald Reagan recibiendo una invitación al premio, tu imaginación es mucho más poderosa que la mío.) Así que el reconocimiento a los ejemplos de coraje moral y político -también podría sostenerse en los casos de Anwar Sadat y Menachem Begin- no son ni remotamente aplicables en el presente caso. Muy bien, entonces, ¿qué pasa con la idea de alentar las medidas políticas a priori y la conducta amante de la paz? En esta concepción rosada Barack Obama es como Tom Cruise: se le alaba y promueve por atrapar la delincuencia en ciernes, y detener a gente antes de que se cometa ningún delito. (Un eslogan completamente nuevo: ‘duro con el pre-crimen’.)
Nos encontramos pues en un universo bastante peculiar, donde se premian las buenas intenciones antes de que hayan sido objeto de de la intensa metamorfosis que supone ser traducidas en buenas obras, o hechos concretos. Y cada vez es más difícil de evitar la sospecha de que hay algo explícitamente político en el proceso de la toma de decisiones del Nobel. No creo señalar a las sombras. Especialmente en los últimos tiempos, los premios de literatura, un ámbito en el que estoy más calificado para pronunciarme, han reflejado una mentalidad similar o idéntica. Las opciones de un anarquista italiano, estalinistas de Austria y Portugal y de la histeria antiestadounidense de Harold Pinter deben estar frescas en nuestras mentes, y podemos recordar que se trata de un comité del Nobel que no reconoció ni a Vladimir Nabokov ni a Jorge Luis Borges.
Quizás no por coincidencia, la elección del ex presidente Jimmy Carter para el premio de la paz en 2002 fue acompañada por declaraciones de Oslo. que dijo abiertamente que recompensaba su oposición a la política exterior de un presidente electo de los Estados Unidos. (A partir de ese argumento, Carter podría haber recibido el premio por escribir a los jefes de Estado árabes en 1991, pidiéndoles que se sumaran a la coalición contra la invasión de Sadam Husein de Kuwait: un acto de anexión ilegal que implicaba la desaparición real de un Estado miembro de las Naciones Unidas y la Liga Árabe. Una vez más, me resulta difícil imaginar que un ex presidente republicano fuera honrado de esta forma por atacar a uno de sus sucesores.)
Puede que el aspecto de imparcialidad sea exagerado. A largo plazo, los Nobel de ‘derechos humanos’, que por ahora no existen en realidad bajo su propio nombre, muestran una distribución justa que va de Irán a Europa el Este a África y otros lugares. Pero la tarea del jefe ejecutivo de los Estados Unidos es algo más complicado que una simpatía vaga y general de los oprimidos. Consiste, en última instancia, en ser un comandante en jefe, y consultar estrechamente con un Congreso elegido los graves asuntos de la guerra y la paz y la seguridad. Si consigue que algo de esto salga bien, si por poner un ejemplo difícil, se las arregla para negociar una transición no violenta en un Irán con energía nuclear pero sin armas nucleares (y que quizá permite a su propio pueblo para intervenir en sus asuntos internos) entonces lo habrá hecho muy bien, y merecerá mucho más que una medalla y un cheque enorme. Esto es, sin embargo, poco probable, que le hagan caso sobre estas cuestiones graves, sin la amenaza creíble del poder y la fuerza económica, política y militar de Estados Unidos. Algo en el universo mental del comité del Nobel es claramente hostil a los datos que sostienen esta consideración.
Se puede argumentar que para los presidentes no es bueno obtener su reconocimiento y su alabanza antes de conseguir verdaderos logros. Hasta se podría decir afirmar que éste el triunfo contra forma adversidad, del tipo que promete todo tipo de honor a los que soportan el calor y el peso de la jornada, que muestran las cicatrices de la batalla y la lucha, y que se han templado y formado en el combate y la adversidad. Como el presidente Obama ha admitido en sus bastante fascinantes autobiografías, es consciente de su propia suerte y buena fortuna. Así que no tientes al destino, al aceptar un premio para una carrera en la que todavía no has participado y mucho menos ganado. Tal vez, como los potentados romanos de la antigüedad, Obama debería contratar a un agente que le susurre regularmente para recordarle que también es mortal. (Rahm Emanuel me parece el sirviente casi perfecto para este esencial trabajo cotidiano.) Mientras tanto, al igual que debe lamentar haber cruzado el mar para llevarse un trato olímpico para su ciudad de adopción, el Presidente quizá deseé no viajar hasta Estocolmo para aceptar la adulación inmerecida de aquellos a los que Saul Bellow denominó La Empresa de Pavimentación de las Buenas Intenciones”.
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