HITCHENS SOBRE BLAIR
“Di ‘Toronto’ u ‘Ontario’ y las primeras asociaciones mentales presentan una versión un poco insulsa de América del Norte: unos Estados Unidos con un sistema de bienestar, más cortesía en la calle y el rostro tranquilizador de la reina Isabel en la moneda. Pero esta parte de Canadá también tiene una dimensión quijotesca y romántica. Allí escaparon los Tories lealistas que huían de la Revolución Americana. En el pueblo de Deptford, Ontario, a orillas del río Támesis local, el gran novelista canadiense Robertson Davies escogió y situó una trilogía compuesta de los elementos de la magia y el exilio. Uno de sus personajes principales, Percy ‘Boy’ Staunton, renuncia a parte de su vida y energía por la causa del Príncipe de Gales, un joven espada antaño apuesto y prometedor que destroza y desmoraliza a sus admiradores al caer en la esclavitud de una mujer intrigante y abdicar del trono sin plantar cara.
Mientras me llevaban más allá de una falange de guardias para entrar en la suite de Tony Blair, con vistas a Toronto y el Lago Ontario, repasaba mentalmente nuestros encuentros anteriores. El primero había sido en el despacho del líder de la oposición en la Cámara de los Comunes, poco después de que lo eligieran para dirigir el Partido Laborista y lo renombrara -¿o, mejor dicho, rebautizara?- como ‘Nuevo Laborismo’. Después lo había visto en el gabinete privado del primer ministro en Downing Street, justo antes de ser candidato a celebrar toda una década en el puesto, a punto de eclipsar a Margaret Thatcher y estableciendo un récord de permanencia para cualquier político laborista. Más recientemente, había bajado a saludar mientras realizaba una visita privada a la residencia de la Embajada Británica en Washington. El entorno era aún grandioso, pero para entonces ya había abdicado y debía ver que un sucesor inferior y que no le gustaba celebraba unas elecciones que él sabía que podría haber ganado.
Ahora viajaba con un equipo muy pequeño pero dedicado, y tenía el aspecto de un príncipe azul en el exilio. La sonrisa de alta potencia todavía estaba allí, pero enmarcada en una cara surcada de arrugas, con un pelo corto y gris que aún ofrecía la efímera impresión de juventud. Íbamos a tener un debate público: el primero que aceptaba desde que dejó el cargo. Blair había comparecido ante el comité Chilcot, que aún está investigando la participación de Gran Bretaña en la invasión de Irak, con aire hermético y sin conceder nada. Los insultos contra él se habían hinchado desde las injurias comunes (‘caniche de Bush’, ‘mentiroso’, o algunas veces ‘Bliar’) al odio total. ‘¡Criminal de guerra!’, ‘Asesino’. Las dos primeras presentaciones de su libro de su nuevo libro, The Journey, fueron interrumpidas o canceladas. Cuando firmaba en una librería Dublín le había tirado zapatos y otros objetos una multitud variopinta de tipos contra la guerra, fortalecida por algunos muchachos macilentos de la periferia del ‘IRA Auténtico’. Un acto posterior en la Tate Modern, en Londres, tuvo que ser cancelado. ‘Simplemente no habría sido justo para los demás seguir adelante’, dice con un encogimiento de hombros bastante insatisfactorio. Quizá confiaba en la legendaria cortesía de los habitantes de Toronto y en el tema aparentemente más neutral de nuestra disputa, que era la religión. Ahora opera bajo el nombre un tanto conmovedor: la Tony Blair Faith Foundation, que puede sonar más bien como un organismo creado para expresar la fe en Tony Blair. Su trabajo principal es servir como mediador para el ‘Cuarteto’ de potencias que supervisa el ‘proceso de paz’ israelí-palestino. Esto significa realizar esfuerzos regulares para reconciliar a los musulmanes, los judíos y los cristianos en Tierra Santa. Anímate, me apetece decirle. Por lo menos es un trabajo para toda la vida.
Mientras tanto, no ha perdido su talento para el rápido juego de piernas parlamentario. La proposición a debatir declara con claridad que la religión es ‘una fuerza para el bien’. La responsabilidad aquí es siempre es para quienes defienden la moción. Sin embargo, de alguna manera y sin llegar a entenderlo del todo, descubro he accedido a hablar primero y entregar la tradicional ventaja de dar la réplica. Me siento como si hubiera entrado en una puerta giratoria delante de alguien y hubiese salido detrás de él: incluso como si uno de los magos suburbanos Robertson Davies había sacado una rápidamente. Durante nuestro intercambio público hablo de la cuestión romana, criticando al cardenal Newman, cuya beatificación Blair defendió, y ridiculizando la posición del Papa sobre la planificación familiar y el SIDA. Él no defiende la que está obligado a considerar como única Iglesia verdadera. ¿Puede ser cierto, entonces, que hizo lo que tanto Clinton como George W. Bush habían hecho antes que él, y terminó en los bancos de la iglesia de su esposa? Cherie Blair -que nos ha dicho más de lo que necesitamos saber acerca de las ocasiones en que no tomó su altamente herética píldora anticonceptiva a fin de tener fértiles fines de semana junto a la Reina en Balmoral- es una católica devota, aunque ecléctica. Su medio hermana Lauren anunció hace unas semanas que se había convertido al islam después de una visita a una mezquita en Irán, donde trabaja como periodista en la cadena estatal ‘Press TV’. Describió el momento de la revelación, en términos que habría encantado a Karl Marx, como una ‘inyección de morfina espiritual’, y afirma no haber consumido bebidas alcohólicas o productos de carne de cerdo desde entonces. A pesar de muchos intentos desgarbados de su cuñado para satisfacer a los seguidores del Profeta, aprovechó la oportunidad para describirlo como un enemigo del islam. Blair, que en sus memorias habla de un período en el que llegó a ser demasiado aficionado a tomar una copa antes de comer y al final del día, pero se agota diariamente en sus esfuerzos por ‘tender la mano’ a los musulmanes, no tiene más remedio que poner otra vez su cara de triste incomprendido.
Y efectivamente, posee uno de los rostros más móviles y expresivos que he visto. Le pregunté en privado lo que era ser odiado: no un poco, sino mucho. La sonrisa receptiva seguía en su lugar, aunque muy levemente contraída, como si quisiera seguir dando la impresión de ver todos los puntos de vista. ¿Pensaba que había tenido que absorber injustamente parte de la saliva dirigida a George Bush? No parecía que quisiera recurrir a ese refugio. Se dice que a menudo quienes no registran emociones pueden ser buenos oficiales, pero ese estoicismo también puede ocultar -al igual que ocurre con los oficiales que no sufren fatiga de combate o estrés post-traumático- una calma psicópata que envía a todo el pelotón a una zanja llena de alambre de púas y no suelta una lágrima.
En la plataforma, Blair ofrecía un contraste casi completo. Era prácticamente una pantomima de la reacción: sonreía con facilidad si la broma recaía sobre él, hacía una mueca aquí y allá, extendía sus manos resignadamente un par de veces. Sin embargo, la sinceridad corporal también puede tener su aspecto dudoso, como sucedía con Clinton, que se mordía su gordo labio inferior mostrando una falsa empatía. No pude decidirlo hasta después de que terminara el debate. Habíamos estado hablando en su camerino, y me excusé para ir al mío (para ponerme una inyección de morfina, creo, que impulsara el whisky debilucho que me habían dado). Volví bastante rápido y vi a Blair susurrando con uno de sus ayudantes. Cuando me detuve en la puerta, los dos miraron con cierta timidez. Me ofrecí a retirarme, pero dijeron que no: acababan de hablar de lo agradecidos que estaban de que esa noche yo hubiera dicho unas palabras en defensa de su decisión de derrocar a Sadam Husein. Me he pasado la vida construyendo un caparazón que me proteja del atractivo de los políticos y nueve de cada diez de mis mejores amigos se refieren a Blair como el ejemplo clásico del tramposo descubierto, el hombre hueco calcificado por el cinismo y la manipulación de los medios de comunicación. Yo también recuerdo las náuseas que me produjeron su acrítico cortejo a Rupert Murdoch y su anexión de las exequias de la princesa Diana (aunque este último caso le convirtió en el primer ministro laborista que daba instrucciones a la familia real). Pero, tras sorprenderlo en este micro-momento en que se mostró vulnerable, sin haber sido exactamente herido, creo que simplemente no me puedo sumar a ese consenso fácil. Se puede detectar un pulso moral, y es bastante fuerte.
Cuando Tony Blair llegó al poder, Slobodan Milošević limpiaba étnicamente y violaba las repúblicas de la antigua Yugoslavia. El mulá Omar prestaba a Osama bin Laden el territorio de un Estado fallido y sin escrúpulos. Charles Taylor de Liberia dirigía una milicia mutiladora y formada por niños esclavizados a través de la frontera de Sierra Leona, y amenazaba con provocar una versión de Ruanda, salpicada de diamantes ensangrentados, en el África occidental. Y la riqueza y el pueblo de Irak eran propiedad privada de los abusos de Sadam Husein y su familia criminal. Hoy en día, todas estas figuras caligulescas están en el peor de los casos lejos del poder, y en el mejor de los casos muertas o en juicio. ¿Cómo puede alguien con un sentido de la historia no conceder a Blair una parte del crédito de todo eso? ¿Y cómo puede alguien con una tintura de sentido moral entrar en un paroxismo y gritar que el criminal de guerra es Blair? Es como si todos los civiles asesinados por Al Qaeda y los talibanes en Irak y Afganistán debieran cargarse a su cuenta. Esa es la mentalidad caótica de Julian Assange y sus groupies.
Las Escrituras incluyen la lóbrega advertencia de que nadie es profeta en su tierra y, dados los antecedentes de muchos profetas, es muy probable que eso sea bueno. Blair también podría unirse al club de exestadistas errantes, que ha incluido en épocas diferentes a Mijaíl Gorbachov y Richard Nixon, que solo reciben respeto y reconocimiento cuando visitan los países de otras personas. Tras despedirnos, lo llevaron directamente al aeropuerto: iba una etapa del jet-lag por delante de sus demonios y volvía hacia Jerusalén, el lugar de nacimiento de todos nuestros sueños y el cementerio de todas nuestras esperanzas”.
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carmen -