EL DÍA DE MAÑANA
El día de mañana, la nueva novela de Ignacio Martínez de Pisón, cuenta la historia de Justo Gil Tello, un joven emigrante que llega a Barcelona desde un pueblo aragonés y acaba siendo confidente de la policía franquista, a través de la mirada de una docena de personajes. Es un relato sobre la degradación moral y la obsesión, una reflexión sobre la naturaleza escurridiza e inaprensible de los seres humanos, y también una novela sobre los años finales del franquismo y la transición.
Es la novela más redonda de Ignacio Martínez de Pisón, y la que más recuerda a Mario Vargas Llosa: por la amplitud, la multiplicidad de perspectivas y la forma de organizarlas, por la violencia y la sordidez de algunos aspectos de la trama, por cierta manera de mezclar los conflictos personales y políticos y por la relación de la Historia con mayúsculas y la vida privada de los protagonistas. Pisón había jugado con esa interacción en otros libros: la agonía de Franco en Carreteras secundarias, el 23-F en El tiempo de las mujeres, la Guerra Civil y la posguerra en Dientes de leche. Pero los elementos históricos –el encierro de Montserrat, el papel de la Iglesia, la clandestinidad comunista o los movimientos de ultraderecha- desempeñan un papel más constante y central en este relato, que en muchos aspectos también está cerca de Enterrar a los muertos, su admirable ensayo sobre Robles Pazos.
El pulso narrativo, el sentido del humor, la claridad y limpieza de la escritura y la forma de tratar el paso del tiempo y los cambios del clima emocional a lo largo de los años son virtudes características de Pisón que también están en El día de mañana. La multiplicidad de puntos de vista–un tipo del pueblo que acogió a Justo, el policía que lo contrata, una chica que trabajaba en la misma empresa que él, un comunista, una chica con la que empezó un negocio- da aristas y amplitud a un relato complejo y sembrado de temas recurrentes, casi musicales. La abundante documentación no es intrusiva y confiere verosimilitud a la historia. La época y la ciudad no se retratan solo a través de los grandes acontecimientos, como en una mala novela histórica, sino también a través de lo doméstico, de las vidas de los personajes que, mientras cuentan su relación con Justo, también explican su biografía: un paisaje emocionante y humano de familias rotas que intentan salir adelante, de mujeres que tratan de reinventarse, de niños enfermos y romances incipientes, de tiendas de barrio y timadores, de teatro amateur, gauche divine y orfanatos, de bares de moda y empresas familiares, de recién llegados ambiciosos e hijos calaveras, de productos milagro, efervescencia esotérica y vertiginosas conversiones políticas. Tanto los personajes secundarios como el elusivo protagonista son personajes únicos, con ambiciones y rarezas, y construyen un fresco basado en la individualidad del ser humano.
En algunas cosas, Pisón me recuerda a Ian McEwan. Los dos empezaron siendo más cuentistas que novelistas. Han cambiado una atmósfera inquietante –la de los primeros libros de McEwan o del relato “Siempre hay un perro al acecho”- por una novela que busca la precisión expositiva e intenta iluminar aspectos de la realidad -la ciencia, la historia-, aunque en los dos existe una debilidad por el idilio familiar, a menudo amenazado o, sobre todo en Pisón, resquebrajado. Los dos han alternado novelas ambiciosas –Sábado, Expiación, Carreteras secundarias- con piezas breves –Chesil Beach, María bonita. Los dos escriben una literatura accesible y de calidad. Y, sobre todo, los dos tienen algo de grandes artesanos: son maestros en el manejo riguroso de la narración y nunca se sitúan por encima de sus historias. La discreción de Pisón –que se ve hasta en los títulos de sus libros- no debería engañarnos. Como en un saltador que no celebra mucho la superación una nueva altura, es el pudor natural de quien no puede conformarse con nada que esté por debajo de la excelencia.
2 comentarios
meri -
Meri,
Sonia Fides -