TORTURA
En ‘El monstruo. Memorias de un interrogador’ (Libros del K.O., 2011), Pablo Pardo (Madrid, 1969) reconstruye la historia de Damien Corsetti, un soldado estadounidense que estuvo destinado en Afganistán e Irak. Corsetti se alistó con la esperanza de que el uniforme diera estabilidad a su vida. Pertenecía a una unidad de inteligencia y participó en torturas. A partir del testimonio de Corsetti, Pardo relata la llegada de los presos a las cárceles, los interrogatorios (que incluían el ahogamiento simulado, pero también privaciones, humillaciones y palizas, y alguna vez acabaron en la muerte), el desconocimiento de la cultura local, los eufemismos y un clima de caos, tedio y miedo en el que muchos soldados pasaban gran parte del tiempo colocados. El desorden y la ruptura de la cadena de mando son especialmente claros en Irak: los soldados debían destruir las armas de fabricación rusa del ejército iraquí; después, cuando empezaron a formarse las nuevas fuerzas armadas, les entregaron “los mismos modelos de armas, solo que estos los habían comprado en la antigua Yugoslavia”. Corsetti, que intentó suicidarse, fue juzgado –y declarado no culpable- por un consejo de guerra por cargos relacionados con la tortura, en un proceso en el que tuvo algo de chivo expiatorio. ‘El monstruo’ se basa únicamente en las palabras de Corsetti y da una imagen incompleta. Pero es un relato vibrante de los errores de EEUU escrito por alguien que ama lo mejor de ese país. Y un alegato contra la tortura, fundado en razones prácticas y morales. Me ha recordado unas palabras de Jean Debernard: “La tortura es un arma de doble filo que golpea al torturador antes de alcanzar a su víctima… Cuando empiezas a destruir el respeto del otro es que tu propio respeto, el que te debes a ti mismo, ya estás muerto”.
Este artículo ha salido en Artes & Letras de Heraldo de Aragón.
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