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Daniel Gascón

LA FLECHA EN EL AIRE

Durante muchos años, cada vez que en casa de mis padres el nombre de Ismael Grasa salía en la conversación, mis hermanos decían: Ese es el que se metió en el Ebro. Un día, después de jugar un partido en la Almozara, Ismael se metió en el río y se ganó para siempre la admiración de mis hermanos. Ahora me doy cuenta de que ese arrebato fue una clase de filosofía, donde Ismael grasa explicaba la famosa frase de Heráclito que dice que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río.

Como sabéis, La flecha en el aire habla de un escritor que un día ve un anuncio en el periódico, donde dicen que se busca un filósofo. El escritor, que estudió la carrera de filosofía pero ha vivido un poco alejado de la disciplina académica, responde el anuncio. Para evitar el suspense, diré que le dieron el trabajo. La flecha en el aire es el cuaderno de notas de un profesor, los apuntes tomados después de las clases, la preparación, las conversaciones con los compañeros, con su novia o con algunos amigos. Pero también es una reflexión sobre la educación y una meditación sobre la materia que se imparte, y una especie de filtro: un diálogo entre los clásicos del pensamiento, los alumnos, los profesores, los periódicos, las nuevas asignaturas: el mundo visto a través de una clase de filosofía en secundaria. Jean Renoir decía que en los rodajes había que dejar siempre una puerta abierta, por si de repente aparecía alguien. Ismael Grasa hace algo parecido en su clase, y La flecha en el aire es también un comentario sobre muchos asuntos de actualidad: sobre la evolución humana, sobre la homosexualidad, el feminismo, el velo islámico, la autoridad de los profesores.

La flecha en el aire toma el título de una aporía de Zenón de Elea. Pero también tiene que ver con lo que muestra el libro: un tipo pensando todo el tiempo, volviendo a veces sobre los mismos temas, enfrentando sus argumentos con los de los otros, con una mezcla inusual de humildad y perspicacia. Describe una forma de estar en el mundo, una actitud ante la vida.

Es una defensa de la libertad, de nuestra autonomía y de nuestra responsabilidad. Ismael Grasa es consciente de la complejidad de las cosas, pero su libro también es una defensa de las distinciones esenciales: “En libertad, lo complejo se asienta sobre lo sencillo, empezando por la confianza en las otras personas y la creencia de que alguien, en algún momento, está diciendo la verdad”, dice.

Algunos de los momentos más disfrutables del libro se producen cuando Ismael destruye algunas ideas bobas que tienen o han tenido mucho éxito. Por ejemplo, en un momento los profesores hablan de si en el comedor debería haber un menú especial para estudiantes que no comieran carne de cerdo por razones religiosas, y el narrador reprocha a uno de sus colegas que en clase explique la composición de la materia y en el comedor atribuya propiedades mágicas a la materia. Explica que el intelectual es una figura que acaba yendo contra los libros y habla del prestigio de los ágrafos, desde Sócrates a Jesucristo. Su defensa del individuo, como una idea o una potencialidad, hace que rechace también esa idea que oímos a veces, cuando se lamenta que una tribu de la selva entre en contacto con la civilización, como si hubiera que preservar reservas humanas. También ataca la personificación o deificación de la naturaleza. Es algo que vemos todos los días en el periódico, cuando el océano Pacífico se venga, o cuando la tierra nos castiga por sus agresiones. Por todo eso, en cierto modo, La flecha en el aire es un libro de combate, donde las armas de Ismael, aparte de la cortesía, que también se manifiesta en una prosa diáfana, son el rigor intelectual, el sentido del humor y el respeto al individuo.

El libro es una reflexión en marcha, pero no es sentencioso. Entre otras cosas, porque siempre es consciente de que puede equivocarse. Es self-deprecating. Y también desconfía mucho de quienes afirman estar por encima de los demás, de las minorías autodesignadas que dicen que los demás están manipulados. Sus observaciones están matizadas por la ironía y la duda, pero muchas veces son contundentes y muy atrevidas. Por ejemplo, un capítulo analiza brillantemente el marxismo y el viejo argumento que dice que los crímenes del comunismo son desviaciones o malas ejecuciones de la teoría Ismael Grasa enumera algunas propuestas del marxismo y concluye que, quizá, Stalin fue mucho mejor intérprete de Marx de lo que normalmente se piensa. Otras veces hemos leído que, en los debates sobre la existencia de Dios, el que tiene algo que demostrar es el creyente. Pero lo que dice Ismael en el libro lo he escuchado menos veces: “Reconocer que existe un ámbito religioso es ya un hecho religioso. La libertad de culto o el respeto a las creencias religiosas deberían considerarse ya implícitos en derechos reconocidos como el de la libertad de expresión, de conciencia o de reunión. Todos estaríamos así más protegidos”.

La flecha en el aire no es solo un programa negativo, sino que es una defensa de la libertad, del aprendizaje y de la razón. También una apología del individuo y la democracia, que no son fines, sino garantías, proyectos de mejora constante. Ismael cree en los valores universales y en la dignidad de todos los seres humanos. También en la relevancia de los símbolos, en la importancia de la filosofía, para, entre otras cosas, protegernos de los peligros del cientifismo y para participar en los debates que se producen en una sociedad democrática.

En cierta manera, y con las actualizaciones pertinentes, es un ideario que tiene que ver con la Ilustración. El autor dice en el prólogo que sabe perfectamente que no son ideas que él presente por primera vez. Pero pocas veces he visto que esos principios aparezcan formulados de una forma tan clara y elegante.

Además de la reivindicación de lo que Ismael llama “el brote verde” de la teoría y de los valores universales, La flecha en el aire también otro elemento de la Ilustración: el empirismo. Y al leerla he pensado en Orwell. En el libro aparece, por ejemplo 1984, pero no he pensado tanto en esa novela, sino más bien en sus libro reportaje: en Sin blanca en París y Londres, en sus artículos, incluso en Homenaje a Cataluña. Sé que, aunque ser profesor es complicado, es más arriesgado irse a una guerra que dar clase de Bachillerato, pero el libro también tiene claramente ese aspecto práctico, de experiencia cotidiana y de conocimiento de primera mano. A partir de una cita de Aristóteles, que dice que la medida de la virtud no es otra que el hombre bueno, Ismael cuenta que no le gustan las alegorías, o esos cuadros que son una representación: La flecha en el aire es la descripción de una actividad práctica, un libro sobre un oficio.

Es también la anatomía de un ecosistema: el aula, con sus debates, con las protestas de los alumnos, los otros profesores. Una de sus características es que Ismael Grasa evita el paternalismo o la condescendencia, y corrige a sus alumnos cuando cree que se equivocan, movido por el respeto hacia ellos y hacia la actividad que realizan. Por ejemplo, explica que “la esencia de la educación es que no es democrática, como tampoco es democrática una familia. Se fundamenta en el afecto y en el amor a la libertad, pero se expresa mediante normas y el ejercicio de la autoridad”. Que haya que decir esto puede resultarle extraño a alguien que no haya hecho el CAP, pero también sirve para recordar que Ismael Grasa no es un libertario o un radical libre, por decirlo nutricionalmente, sino alguien que sabe que son las normas y las leyes las que garantizan nuestra libertad.

Y uno de los aspectos más interesantes es la transformación del escritor en un profesor de filosofía. Lo vemos leyendo los nuevos manuales, cuestionando la asignatura de Educación para la Ciudadanía, o haciendo problemas de lógica en casa. Lo vemos disfrutar de las pasiones intelectuales, porque La flecha en el aire también es un libro sobre el placer del pensamiento. Lo vemos sufrir cuando una clase se le va de las manos, o cuando un debate se convierte en la excusa para que los alumnos expresen prejuicios homófobos o racistas. Y también lo vemos sobre todo cuestionando sus responsabilidades como docente: por ejemplo, a veces tiene la impresión de que se emborracha de balón. Habla de Nietzsche, Hegel o Freud, que no son filósofos que le gusten, pero se da cuenta de que seducen a los alumnos. Y él se enardece un poco, se luce, y luego se pregunta si se ha equivocado. En varios momentos, Ismael –que siempre parece un docente concienzudo- acepta su nueva ocupación, se convierte en el profesor de filosofía. Esa novela de aprendizaje es una de las subtramas del libro, y tiene grandes momentos. En un capítulo, que se titula “Segunda bata”, cuenta que su bata está sucia y que normalmente espera que llegue un puente para lavarla. Se negaba a comprar una segunda bata, porque le parecía que eso daría un aire definitivo a su trabajo. Y, atención espoiler, se compra una segunda bata. También se da cuenta de que los alumnos son muy conservadores hacia sus profesores. Descubre debe ir bien vestido al colegio y empieza a dar clase con corbata.

Al margen de que Ismael y Gay Talese son los dos escritores más elegantes de la literatura contemporánea, esa transformación es muy emocionante. Y afecta a todos los órdenes de la vida, como en un capítulo en el que Ismael Grasa se enfrenta a un desodorante nuevo:

En la etiqueta, en letras grandes, se lee: ‘Te calma’. Tengo que reconocer que esto me molesta un poco, el hecho de que haya que presuponer que un varón adulto, en la sociedad de hoy, necesite calmarse. Parece darse por hecho que un habitante de una sociedad regida por el libre mercado es alguien que vive en un estado nervioso descompuesto. Y que además ha de reconocerlo públicamente, eligiendo en la estantería del supermercado, a la vista de todos, el bote de desodorante que anuncia propiedades de sedación. A menudo se nos pretende hacer admitir el tópico de que el modo de vida de la ciudad nos aparta del ocio y la serenidad, cuando es precisamente la ciudad –y los electrodomésticos, entre otras cosas- lo que nos ha proporcionado eso que llamamos ocio –los índices más altos de lectura en España coinciden con los de las ciudades más grandes, una pauta que se repite en todo el mundo-, y quizá, incluso, cierta calma y reposo. El pensamiento y la ciencia, las llamadas disciplinas contemplativas, nacen en ciudades, no en zonas rurales. ¿Por qué dar por hecho, como hacen tantos anuncios publicitarios, que nuestra vida en las ciudades es inauténtica, cuando no abiertamente culpable?

Según cierta visión de la masculinidad, encontrable en lugares como México, decir a un varón que se calme, sin venir a cuento, se entiende como insolencia grave, algo que incluso a uno le puede costar la vida. Tal vez no haya que llegar tan lejos, pero, en todo caso, el reconocimiento de la propia neurosis, el admitir que vivimos en un estado nervioso trastornado, eso que a veces se ha llamado ‘el antihéroe’, es algo que nos sirve para hacer comedias en el cine, pero que no tiene por qué ser necesariamente adoptado como un modelo de comportamiento universal. Yo, en todo caso, no me resigno a que mi desodorante me diga que necesito calmarme.

En unas pocas líneas, Ismael Grasa parte de un detalle cotidiano y hace una reflexión sobre la civilización, realiza una excursión histórica y otra geográfica, hace una observación estética y vuelve al detalle cotidiano. Además, nos ha hecho sonreír tres o cuatro veces.   La flecha en el aire tiene muchos momentos como este, que la convierten es otro de mis géneros favoritos: el thriller de acción mental. Por otra parte es un libro que tiene algo optimista y liberador, de confianza en la bondad, la educación y la autonomía de los individuos y en nuestra capacidad de ser mejores. Decía Stendhal que el buen razonamiento ofende, pero, aunque La flecha en el aire está lleno de buenos razonamientos, a mí me produce felicidad. El único poso de melancolía que deja un texto donde se habla bastante del viajar en el tiempo es no haber ido a la clase de Ismael Grasa.

Pero, como ya he apuntado, una de las ideas del libro es la importancia de decir las cosas, de la fuerza de las palabras y los símbolos, de las formas. Ismael Grasa escribe varias veces en el libro que es importante decir las cosas, y yo estoy de acuerdo: creo que La flecha en el aire dice cosas esenciales y que las dice de una manera iluminadora y profundamente emocionante.

Texto de la presentación de La flecha en el aire en la librería Antígona, en Zaragoza. He tomado las imágenes aquí y aquí.

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