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Daniel Gascón

Entresuelo

AYAAN

Ayaan Hirsi Ali (Mogadiscio, 1969) es, en palabras de Hitchens, “un ejemplo clásico de intelectual disidente”. De niña sufrió el exilio y la ablación de clítoris; huyó a Holanda para escapar a un matrimonio forzado. Estudiar Ciencias Políticas le familiarizó con las ideas y los pensadores que hacían posible una sociedad libre. En el parlamento holandés denunció la opresión de las mujeres musulmanas. En 2004, un fanático religioso asesinó a su colaborador Theo van Gogh; dejó una nota en la que decía que ella sería la siguiente. Desde 2006, vive en EEUU, tras dos episodios vergonzosos: sus vecinos adujeron el peligro de atentados para echarla de su edificio; Hirsi Ali fue expulsada de Holada por haber mentido para entrar en el país (la expulsión fue revocada). Vino a Madrid para promocionar ‘Nómada’ (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), donde alterna su historia personal con reflexiones generales. Hirsi Ali cree que las relaciones con el sexo, el dinero y la violencia que estipula el islam crean familias disfuncionales y dificultades para la integración en Occidente. Considera esencial combatir la propaganda islamista a través de la educación pública, el feminismo e incluso las iglesias. Hirsi Ali es una mujer incómoda y algunas de sus propuestas son complicadas: no parece fácil que todos los musulmanes adopten “el culto a la ilustración”. En todo caso eso no invalida su denuncia de la opresión de las mujeres ni su descripción de la psicología religiosa. Lo más importante es su defensa de la libertad y la responsabilidad, y su convicción de que todos los seres humanos somos iguales, pero no todas las culturas valen lo mismo. No sé si estoy totalmente de acuerdo con su visión del “choque de civilizaciones”, pero es una heroína: una de esas personas que nos hacen más libres a todos.

Esta columna apareció en Artes & Letras. He tomado la imagen aquí.

SUBASTA

Aunque fue guionista y periodista, durante un tiempo se ganó la vida tocando el violín y siempre se consideró poeta antes que nada, Laurie Lee (1914-1997) es famoso en Inglaterra por el primer volumen de su autobiografía, ‘Sidra con Rosie’ (1951), un clásico de la campiña inglesa que ha vendido más de seis millones de ejemplares. Aquí es más célebre por los dos volúmenes siguientes, ‘Cuando partí una mañana de verano’ (1969), que transcurre parcialmente en España, y ‘Un instante en la guerra’ (1991), donde narra su experiencia en la Guerra Civil. Estuvo a punto de ser fusilado como espía; llegó a Tarazona (Albacete) para realizar la instrucción en diciembre de 1937. Al parecer, un informe decía que era físicamente frágil y “no serviría de nada en el frente”; trabajó en la radio en Madrid. Cuando volvió, fue a vivir con su amante, Lorna Wishart, que estaba casada con un rico comunista. Tuvieron una hija y Lorna regresó con su marido. Cuenta la biógrafa de Lee, Valerie Grove: “Durante la guerra [Lee] acampaba en una caravana cerca de la finca del marido en Essex; ella llegaba cada día en su Bentley, dándole inspiración poética y satisfacción erótica”. Más tarde Lorna abandonó a Lee por otro artista incipiente: Lucien Freud; luego se hizo católica y volvió con su marido. Lee, que había dedicado a Lorna ‘The Sun My Monument’, prefería sin duda la pintura de los Ruralistas, a los que promovió: defendía un arte figurativo vinculado a “cierto tipo de pintura inglesa” y a las destrezas tradicionales. Desde los años sesenta hasta su muerte Lee vivió en Slad, donde transcurre ‘Sidra con Rosie’. Ahora salen a subasta algunas de sus posesiones: su sillón Windsor se vende a partir de cien libras, la silla de su biblioteca a partir de sesenta y su máquina de escribir, una Corona, cuesta entre cuarenta y sesenta libras.

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LOS ESCRITORES ESPAÑOLES

“Los escritores españoles, solo por el hecho de serlo, somos escritores de segundo orden”, escribió Pío Baroja. Otros han descrito más características de la especie; ser un autor español es, en el mejor de los casos, un defecto de fábrica. A veces, el motivo es económico. Para Luis Rosales, “no pueden ser perseverantes en la defensa de su vocación”. Según Pedro Sorela, “la casi totalidad de los escritores españoles tienen un trabajo que les permite vivir, o lo han tenido hasta muy avanzada su carrera” (supongo que después se han muerto). “Los escritores españoles tienden a ser worst-sellers y lo mío no es ninguna excepción”, ha declarado José María Conget. Otras veces, es una cuestión estética y el emisor no siempre se incluye en la taxonomía. Vila-Matas ha denunciado “la falta de interés que sienten normalmente los escritores españoles hacia sus propios colegas, y más aún si son latinoamericanos”, y Laura Fernández ha dicho que “no escriben para divertirse, sino para exprimirse las entrañas”. Caminando sobre un mar de aguas fecales sin salpicarse, Juan Goytisolo declaró que “suelen atribuir todos los desvíos, errores y herejías al sexo”. La editora Beatriz de Moura dijo que tienen poca imaginación erótica. Umbral los acusó de ser “muy feos” y Raúl del Pozo de “tener un ego como un orangután”. José María Ridao ha lamentado que “los narradores que suelen aparecer en las páginas de las últimas entregas de los novelistas españoles no son seres cotidianos sino estereotipados” y Espido Freire aseguró que debían afrontar un reto: modificar la linealidad y romper la estructura espacio-temporal. Cambiar de nacionalidad parece una opción más sencilla, pero hay que saber elegir: Nick Hornby señala que “los escritores ingleses no creen en la emoción ni en la redención”.

Este texto apareció en Artes & Letras de Heraldo de Aragón. He tomado la imagen aquí.

JAN ZABRANA

Los padres de Jan Zabrana (1931-1984) eran socialdemócratas y fueron condenados a largas penas de cárcel cuando los comunistas alcanzaron el poder en Checoslovaquia. Las autoridades prohibieron que Zabrana estudiara en la universidad e impidieron que publicara muchos de sus textos: era hijo de unos “enemigos de clase”. Tras trabajar en una fábrica y un taller, se convirtió en traductor profesional: pasó al checo obras de Babel, Conrad o Pasternak. ‘Toda una vida’ (Melusina, 2010) recoge una selección de pasajes de su diario que alternan la narración y el aforismo. Zabrana sufre la constante amenaza de la delación. Recuerda las vidas destrozadas de sus padres y reflexiona sobre el paso del tiempo: “no puedo morir mientras siga viva una persona a la que no quisiera darle la satisfacción de haberme sobrevivido”. Señala cómo el sistema protege la mediocridad y la ortodoxia y acosa a los disidentes. Le indignan los escritores serviles y la reescritura del pasado. Cuando un exministro homenajea al poeta suicida Konstantin Biebl, escribe: “Un asesino pronunciando un discurso en honor de su víctima: he aquí uno de los rasgos característicos de la moral comunista”. O: “Basta que un régimen policial se mantenga en el poder durante veinte años para que convierta a todos en cómplices suyos. Incluidas sus víctimas”. Enumera escritores arrasados, denuncia la ingenuidad occidental y señala la estupidez totalitaria: cuando se construye un cementerio, anota las palabras del boletín informativo: “Con la edificación y el uso de estas dependencias, los habitantes de Humpolec hacen realidad la consigna de que no solo hay que ser progresista en la vida sino también en la muerte”. ‘Toda una vida’ es el testimonio angustioso y estremecedor de una existencia sitiada.

Este artículo apareció en Artes & Letras de Heraldo de Aragón. He tomado la imagen aquí.

REJAS

El Comité de Escritores en Prisión del English PEN ha celebrado su primer medio siglo con un número de ‘Index on Censorship’ que recoge 50 casos célebres de escritores perseguidos. Entre ellos están el polaco Adam Michnik, el cubano Jorge Valls, el ruso Aleksandr Solzhenitsyn o la sudafricana Ruth First. Muchos tuvieron que exiliarse o esconderse; otros fueron asesinados. Algunos siguen en prisión, como Zarganar, condenado a 35 años por criticar la actuación del gobierno birmano tras el ciclón de 2008. Abdul Kareem Soliman salió de una cárcel egipcia en noviembre, tras una condena de cuatro años por insultar al islam. En diciembre, mientras China mantenía en prisión a Lui Xiaobo, Kuwait encarcelaba al periodista Mohammed Abdulqader al-Jassem por “difamar al rey”, Bielorrusia arrestaba a Neklyaev y otros escritores que protestaron por el reciente fraude electoral, e Irán condenaba a seis años de cárcel al periodista Emadeddin Baghi. Su compatriota Jafar Panahi pasará el mismo tiempo en prisión por un delito de reunión y propaganda contra el régimen; no podrá hacer películas en 20 años. Un informe de Freedom House alerta del declive de la libertad de prensa en el África subsahariana, Oriente Medio y América Latina. En muchos sitios, los avances que se produjeron tras la caída del muro de Berlín han dado marcha atrás: en 2009, solo una de cada seis personas vivía en un país con prensa libre. China, Rusia y Venezuela limitan sistemáticamente la libertad en Internet, y crece el número de periodistas que sufren ataques y asesinatos. La libertad de expresión no debería ser objeto de sofística, como con la ley Sinde: es un valor esencial por el que miles de personas se juegan la vida cada día. Sus enemigos –teócratas, criminales y dictadores- son nuestros enemigos.

EL JOVEN CONGET

EL JOVEN CONGET

Muchas veces, el primer libro de un escritor encierra todo su mundo. Prensas Universitarias de Zaragoza ha reeditado en Larumbe las tres primeras novelas de José María Conget, bajo el título de la ‘Trilogía de Zabala’ y con un prólogo excelente de Ignacio Martínez de Pisón. ‘Quadrupedumque’ (1981) cuenta la llegada a Lima de Miguel Zabala y su mujer, Tana, y su crisis matrimonial. ‘Comentarios (marginales) a la Guerra de las Galias’ (1984) combina los recuerdos infantiles de los personajes con su vida tras la separación. ‘Gaudeamus’(1986) narra un curso universitario plagado de personajes inolvidables. Son tres libros arriesgados y hermosos, influidos por la audacia constructiva de Faulkner y Vargas Llosa y el espíritu juguetón de Nabokov. Fundan un universo: el recuerdo de una Zaragoza reprimida y tristona y la vida en otras ciudades; la pasión por el cine, la literatura y los tebeos; los placeres y las angustias del amor y el sexo, los hombres atenazados por el miedo y las mujeres resueltas e indispensables; la ambición artística y la ansiedad erótica; la política, la educación y los iluminados; el lirismo y un sentido del humor envidiable y salvaje. Todo eso aparece también en novelas como ‘Todas las mujeres’ o ‘Palabras de familia’, en los relatos de ‘Bar de anarquistas’ o ‘La ciudad desplazada’ y en textos como ‘Pont de l’Alma’. Con la ‘Trilogía de Zabala’ el lector regresa a una forma de escribir que no está de moda, donde se exige y recompensa su participación. Obtiene una perspectiva sobre una época de España, Zaragoza y Latinoamérica. Observa una educación sentimental dolorosa y divertida, escrita por una especie de Woody Allen educado en los jesuitas y tamizado por la literatura de vanguardia. Y asiste al momento emocionante en que un gran narrador le construye una casa para siempre.

Este artículo apareció en Artes y Letras de Heraldo de Aragón. La foto es de Heraldo.

DECENCIA

En ‘Por qué escribo’ George Orwell (1903-1950) dijo que se dio cuenta muy joven de que tenía “facilidad con las palabras” y “el poder de afrontar hechos desagradables”. Su denuncia del totalitarismo, su trabajo pionero en los estudios culturales y su crítica al lenguaje político conservan su validez. Como contó Hitchens en ‘La victoria de Orwell’, luchó contra el imperialismo, el fascismo y el comunismo, cuando eso significaba arriesgar la vida y el ostracismo intelectual. En ‘Sobre la decencia común’ (Marbot, 2010), el filósofo francés Bruce Bégout explica que Orwell defendía “la facultad instintiva de percibir el bien y el mal, frente a cualquier forma de deducción trascendental a partir de un principio”, y que encontraba esa facultad en la gente corriente. La decencia común es un valor universal con una rica tradición anglosajona y “se manifiesta ante todo bajo la forma de una cierta repugnancia a hacer el mal o a ver cómo otros lo hacen”. Orwell creía que la política y sobre todos los intelectuales la habían traicionado: “Cuando vemos a hombres altamente instruidos que se muestran indiferentes ante la opresión y la persecución nos preguntamos qué es más despreciable, su cinismo o su ceguera”, escribió. A veces no se sabe si el Orwell de Bégout es un socialista democrático, un liberal, un conservador o un crítico de los aspectos más ásperos de la modernidad. Y en otras cosas era más contradictorio y sutil. Pero la “decencia común” es una idea clave en un escritor que desconfiaba de la gente que ama tanto a la humanidad que se olvida de amar a los hombres. La suya era también una defensa de las cosas sencillas: según Bégout, pensaba que “el poder crítico de la vida cotidiana es suficiente para oponerse a las tendencias hegemónicas del orden establecido”.

Este artículo apareció en Artes & Letras. En la imagen, Orwell.

IMÁGENES

Platón escribió que Sócrates tenía la nariz chata y los ojos saltones, y muchos escritores han dejado retratos y autorretratos memorables. Pero da pena no poder escuchar cómo hablaban muchos de los escritores del pasado: habría sido bonito ver a Shakespeare en el Globe, oír una clase de Braulio Foz o escuchar cómo Samuel Johnson se impacientaba con Boswell. Pero tenemos mucha suerte: podemos ver y oír a muchos de nuestros escritores preferidos. Hace unos días murió Joaquín Soler Serrano, que realizó entrevistas maravillosas a Borges, Cortázar o Josep Pla, que, como las de Pivot, se pueden comprar. He visto algunos de esos programas, como los de Pivot, montado en una bicicleta estática. Gracias a Internet, podemos ver grabaciones de televisiones de todo el mundo o de presentaciones de novelas en Zaragoza o Chicago. En authors@google, en youtube, hay decenas de charlas de autores que hablan de sus libros, y algunas tienen subtítulos. En la web de RTVE se puede ver el emocionante documental ‘Jorge Semprún. Memoria de Europa’. He visto a Camus entrevistado en un campo de fútbol, y a Christopher Hitchens y Ayaan Hirsi Ali debatiendo con Tariq Ramadan. En Spotify e Itunes hay poemas leídos por Auden, Eliot o Elizabeth Bishop. Mario Vargas Llosa critica la banalidad de la sociedad del espectáculo y probablemente tiene parte de razón. Pero hace unos días vi una entrevista con él en el programa chileno ‘La belleza de pensar’, donde hablaba de Gauguin y Flaubert y de sus ideas sobre la literatura, y me sentía muy afortunado por vivir en una época en la que puedo escuchar y ver a los escritores que admiro. No me dieron ganas de quedarme solo en la pantalla: lo que de verdad me apetecía era leer a Vargas Llosa y a Flaubert y escribir mis propias novelas. Estaba en la bicicleta estática, pero pensaba que todo iba sobre ruedas.

Este artículo apareció en Artes & Letras el 21 de octubre.